Vivo sin vivir en mí y de hambre me muero. Repito, me muero. Llevo una eternidad a régimen, como si viviera poseído por el espíritu de un endocrino. Ya no recuerdo la última vez que mojé sopas en grasaza de ternera, ni deshuesé un codillo con las manos, ni eructé chorizo a la brasa. Ya dijo Federico García, Lorca para más señas, que podía pasear a ciegas por Granada y reconocer cada rincón por su olor. Pues yo, tras un infinito guardando la línea, he desarrollado súper poderes. Soy un perro trufero que detecta un solomillo a kilómetros de distancia, un zahorí capaz de encontrar una churrería en el desierto yermo y desolado.

Esto de esculpir la silueta es un reto insufrible. Te sentirás mejor, me decían. Te verás más ágil y joven, me comentaban. No rozarás el ictus cada vez que te pongas los calcetines, me mentían. Si algo he notado en todo este tiempo es que se me escapa la energía en cada respiración, a cada paso. Se me ha llegado a nublar la vista, a flaquear las piernas, a sentir tembleques en la curcusilla, a creer que era la hora de reunirme con Dios. Lo he probado todo, desde el mañanero zumo de limón a infusiones de alpiste en ayunas, y puedo asegurar y aseguro que prefiero hacerme del Sevilla F.C antes que seguir así un día más. Me levanto por la mañana, me despeloto frente al espejo cual modelo de la extrema ungida Interviú, meto barriga, saco barriga, me pongo de un lado, luego del otro, vuelvo a meter barriga, y no noto la diferencia, no siento progreso alguno. Una engañifa. Aún recuerdo con dolorosa emoción cuando vacié el frigorífico de todo lo que engorda. Cada tripa de salchichón, cada táper de albóndigas, cada hamburguesa, era como si me amputasen una extremidad. Ahora lo abres, el frigo, y huele a endivia, a té de cola de caballo, a yogur desnatado, a pescado, a vegano, a profesor de yoga, a náufrago en una isla. Para empezar a llorar y morir deshidratado.

Hoy me he comprado un tetrabrik de caldo que promete. Lleva agua, cebolla, espárragos verdes, hinojo, jengibre, menta fresca, apio y alcachofa. Un suculento veneno que no veo el momento de probar, de paladear, de sufrir. Alguien debería introducir este modo de vida como pena en el Código Penal. Le condeno a cinco meses de dieta hipocalórica. Ante semejante amenaza alcanzaríamos una sociedad japonesa, perfecta, ordenada, respetuosa.

Esta noche me he despertado nervioso, agitado, como un yonqui en el punto álgido del síndrome de abstinencia. Huelo a panceta crujientita, me incorporo, sigo el olor a oscuras por el pasillo, me golpeo el pie con algo, cojeo hasta la cocina, se suma un aroma a morcilla con cierto toque de plato de cuchara de la abuela. Salivo como un chivo huérfano, enciendo la luz y no veo nada, no encuentro nada. Me desespero, enloquezco, me doy cabezazos contra la encimera, me vuelvo a la cama y lloro como un niño chico, desconsolado. No he dormido, he dado más vueltas que un manco remando. Ahora entiendo cómo se sintió Kiko Rivera en aquella playa de Supervivientes. Un héroe ese chaval, un ejemplo a seguir. Es más, desde aquí me solidarizo con los miles de conductores atrapados durante horas por la nieve en la AP-6, sin una bolsa de patatas a mano. No imagino peor ayuno, peor pesadilla.

Así que ya ven, así malvivo, dando bocados al aire, sorbos a la nada más insípida, muriéndome a chorros. Y eso que hace mucho tiempo que empecé este calvario. Para colmo pongo la tele y no salen más que expertos en dietética aconsejando nuevos hábitos para combatir los excesos navideños. Todo saludable, diurético, rico en minerales, a tope de Omega-3, sano por doquier. Salen en las noticias con su sonrisa perfecta, sus formas educadas, sus tallas envidiables y sus recomendaciones estéticas, pero a esa gente quisiera verla yo en sus casas. Seguro que cierran la puerta y en la intimidad del hogar, cuando nadie les ve, se ponen hasta arriba de pan cateto con manteca colorá, haciendo barquitos en una olla de manitas de cerdo. Dieta mediterránea y algo de ejercicio, dicen los cachondos. Pues yo hago bici estática chupando lechuga y no me lleva a ningún sitio. La bici tampoco.

No puedo más. No me acostumbro a esta existencia Zen, mitad Bruce Lee, mitad cabra montesa. Calma absoluta, mente controla cuerpo, alejado de excesos, renunciando a comilonas. Mañana es mi segundo día a dieta, puede que cene ensalada de tofu, con suerte soñaré con croquetas.