Hay quienes defienden que errar, más que un defecto, es un verbo generoso, humilde y perspicuo que con solo dos sílabas explicita la diferencia entre el hombre y los dioses, y lo rubrican certificando que después de Dios, lo siguiente en peso en canal de ventura y sabiduría universal es el ser humano. O sea, que después de Dios, la muestra de la perfección universal somos los que erramos sin hache. También hay quienes, escarbando menos en la subtancialidad de la naturaleza de los seres y las cosas, defienden que la tribu de los animales racionales, tal cual se manifiesta en estos tiempos, no es la tribu ideal para que los cachorros racionales se críen responsables, nobles y sanos de cuerpo y de alma. O más claro, que la sociedad actual asquea un infinito pelín.

Entre ambas posturas, para alegrarle el cotarro al respetable, numerosos ejércitos en tropel postulan la teoría de los universos paralelos, o la de la metempsicosis, o la de la transmigración de las almas, o la de la inmolación en pos del fornicio con las setenta y dos vírgenes que esperan la llegada del autoinmolado al paraíso para dejar de serlo, o la vida eterna por la senda del sacrificio, la oración y el sufrimiento para no ser carne achicharrada en la parrilla del averno, sino alma limpia y pura en el reino eterno de los cielos...

En el supermercado de las doctrinas, si algo hay es variedad, de eso no hay la menor duda. Pero lo cierto es que si estar de uno u otros bandos dependiera exclusivamente del resultado de abrir el periódico --da igual cuál y dónde-- y de echarle una visual, quizá seríamos legión los que decidiríamos directamente y sin contemplaciones borrarnos con urgencia del flébil club de los humanos y pasar olímpicamente de las birliburlescas doctrinas basadas en la fe. ¡Ay la fe, máximo ejemplo de la metonimia y la hipostasis de lo inefable...! Quizá sea el momento de llamar a la cordura:

- ¡Cordura, veeenn...! -o mejor, aún:

-¡Cordura, por to tus muelas -gracias Chiquito-, veeenn...!

No sé, quizá a usted, generoso lector, este ejercicio pudiera parecerle una estupidez, pero... ¿y si la cordura se demostrara a sí misma y acudiera a la llamada? Intentándolo no perdemos nada, así que propugno establecer un entramado de herramientas dadoras de fe, o sea, un método que dé fe del quehacer de todos los conspicuos y menos conspicuos personajes cuyo brillo se justifica por su abnegada vocación de servicio, cuyos actos afectan positiva y/o negativamente a la comunidad. En síntesis, se trataría de que, de igual manera que existe la "fe de erratas" y la "fe de errores", que, aunque parezcan la misma cosa son cosas bien distintas, a partir de esta iniciativa también existan separadamente la fe de embelecos, la fe de estulticias, la fe de mediocridad, la fe de torpeza, la fe de manipulación, la fe de irresponsabilidad, la fe de ejemplaridad, la fe de cordura... Y así, hasta donde hubiere lugar.

Me imagino, por ejemplo, a doña Soraya y a don Carles, cada cual por su andurrial con su particular dador de fe de gestión del process colgado del cuello, mostrando un impresionante cero mientras sus dadores de fe de mediocridad y de torpeza, en ambos casos, muestran sendas matrículas de honor. La vesania y la soberbia nunca tuvieron cabida en la diplomacia. La estupidez de las declaraciones de guerra y la matonería de los duelos al sol, mucho menos. Verbalizar que España le roba a los catalanes es tan telarañosamente impropio en boca de un gobernante como que un gobernante conjugue, desde las tripas, todos los tiempos verbales de los verbos descabezar, vencer, derrotar, neutralizar..., máxime cuando son referidos a más de dos millones de españoles-catalanes o viceversa. Simplemente im-presentable, en dos palabras, que diría el de Ubrique.

Últimamente, cada vez que a uno lo envuelve la trascendencia y lo empuja a meditar sobre la profunda realidad política de nuestros escenarios, de menor a mayor, todos, se me produce una generosa piloerección pavorosa. Sépase, una buena piloerección es mucho más motivante que una simple piel de gallina. Pues eso, que a mí las piloerecciones me mueven indefectiblemente a parafrasearme a mí mismo y acabo de tomar consciencia de que demasiadas veces mi voto fue la mejor parte de mi peor error.

¡Cordura, ¿dónde estás...?!