Uno de los efectos visibles de Málaga en Semana Santa es que el ciudadano se convierte en peatón. Se obliga a hacer recorridos en pos de una salida, de un cruce, de una vista o de un encierro, que le llevan de la mano de la memoria atávica a las calles que recuerda, a una Málaga perdida en el pasado. Lo que los grandes andarines de la ciudad, como Luis Ruiz o Pablo Bujalance nos recuerdan, dibujan o refrescan día a día, de repente se nos abre a nuestros ojos, y nos vemos de nuevo de la mano de nuestros padres bajando por aquellas calles que ya no son. A pie de calle podemos ver el pase de tramoya a decorado que supone, por ejemplo, bajar Lagunillas y desembocar en la plaza de la Merced, que muta de escombrera a reality picassiano, como podemos ver la reserva apache del Perchel, que por unos días recupera su luz, o la gran avenida de la Trinidad hasta el Hospital Civil, actual autovía urbana, cicatriz todavía fresca.

El coche lo aguanta todo y tras el cristal del parabrisas la vida se ve tan corta y tan automática como desde la pantalla de nuestro teléfono. Ojalá volvamos a la realidad de acera y charco más allá de procesiones, como esos ciudadanos despistados que el Lunes de Pascua todavía caminan por en medio de la calle, entre chirridos de rueda y cera, reconquistando el vial perdido.

Dijo Stephen Hawking que «incluso las personas que dicen que todo está predestinado y que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, siguen mirando a ambos lados antes de cruzar la calle». Igual para volver a tomar el destino de nuestra ciudad debiéramos volver a la calle, a mirarla desde todos sus lados.

*Diego Ríos Padrón es abogado