La hermandad trinitaria de la Salud volvió ayer a poner el toque místico en una jornada en la que volvió a brillar con identidad propia. Solo dos veces al año la plaza de San Pablo se inunda de gente, y ayer era una de esas citas ineludibles, con las que disfrutar de las estampas que dejan los titulares de esta cofradía en una inmensa explanada que, de nuevo, tras el Sábado de Pasión, se quedó pequeña. En la intimidad de San Pablo, María Santísima de la Salud y su hijo, el señor de la Esperanza en su Gran Amor, se mecieron al unísono, al son de Virgen de la Salud, en unos balanceos que bien parecieron caricias.

Mientras, el pregonero Rafael Pérez Pallarés miraba con anhelo, postrado en la capilla del Cautivo, a la cofradía que hasta ayer dirigió espiritualmente, tomando el relevo Juan José Loza.

A las 17.15 horas se abría la puerta de San Pablo, donde la multitud agolpada que cada año allí se cita esperaba sus deseos de esperanza, amor, de salud. Tras una nube de incienso y acompañado por más de un centenar de portadores que preservan su anonimato bajo el capillo, el señor de la Esperanza en su Gran Amor, sobre un original monte de corcho, lirios, calas, siemprevivas, fresias y esparraguera pareció salir andando de su templo.

Tras él, su madre, acunada por unos portadores color vino tinto que un año más protagonizaron una de las salidas más espectaculares y a la vez sencillas de nuestra Semana Santa. De rodillas, y ante la atenta mirada de la Virgen, le expusieron sus plegarias mientras se deslizaban para no dañar al joyero que lleva por trono. Sus velas rizás, elemento señero de la hermandad, le dieron la luz para guiarla en nuestras peticiones en la noche del Domingo de Ramos.

@MarinaFernandz