Lo apuntábamos ayer en nuestra sección La respuesta del público del Martes Santo, que no era tal respuesta, en realidad. Era una sensación real y fraterna, que se repitió en la madrugada. El cálido abrazo al terciopelo, sintiéndote parte de una hermandad a la que no perteneces por cuota, pero quizás sí por lazos de amistad, de esa que siempre termina traduciéndose en devoción. Lo reconoces y adivinas la emoción a través del capillo. Y el desenlace es el único posible: el abrazo que nos funde delante de la Virgen del Rosario, después de una impresionante petalada en la calle Cárcer.

Eduardo Pastor, hermano mayor de la Sentencia, estaba pletórico. Esa petalada interminable suponía la culminación a un largo año de trabajo. Cada flor que caía en el palio de la Señora era como un ruego, como una acción de gracias, como un beso ofrecido por todos sus hijos cofrades en una cita que terminará por convertirse en una de las grandes de la Semana Santa. Sonaba Reina de Triana, a cargo de la banda de Cantillana. En ese abrazo al terciopelo se funden alma con alma cofrade.

En la calle Victoria no se cabía. Los hombres de trono del Rescate venían ya cansados, pero demostrando que nuestros tronos no caminan precisamente por tracción mecánica. Tiene también su encanto ver la cofradía de recogida, precisamente por eso. Miguel Ferrary y Santi Souvirón fueron los encargados de dar los últimos toques de campana, inmersos en la bulla.

La noche mantenía su intensidad. No podía terminar tan pronto, y eso que eran ya las dos y media de la madrugada. Y Nueva Esperanza continuaba con su peregrinación de penitencia, de regreso a casa. Qué meritazo tiene esta hermandad. No podía creer lo que estaban viendo mis ojos: la procesión mantenía el orden y la compostura casi doce horas después, y todavía quedaba subir por Magistrado Salvador Barberá. Cierto es que la comitiva venía muy mermada, pero es absolutamente comprensible cuando las filas de penitentes la integran, fundamentalmente, niños. Y muchos de ellos allí seguían. Pero el verdadero espectáculo lo ofrecía el Nazareno del Perdón. Qué portento. Qué despacio. Y qué rectos los cuerpos. La agrupación musical del Cautivo de Estepona es un lujo que interpretó Melodía de ensueño. Tremendo esfuerzo. Admirable.

Y la Virgen también venía de puntillas. Las mesas de los tronos serán de fibra de carbono o de hierro, que da igual. Los hombres de Nueva Esperanza estaban dando un recital. Una lección. El cura de Santa Ana y San Joaquín, Andrés Merino, se mantenía en su puesto, con su capa pluvial y una sonrisa de oreja a oreja, satisfecho, como un hermano más, y demostrando que, efectivamente, el sacerdocio es vocación. Y que ser párroco significa estar al servicio de tus feligreses, de tus nazarenos.

Parece mentira que la banda del Nazareno de Almogía casi se haya quedado sin contratos en la capital. Los músicos también soportan largas caminatas. Ayer, después de la larga procesión, mantenían el tipo, con una gran potencia, puede que sin matices, casi sin modulación, pero sin desgarrar; descifrando nota a nota La Madrugá, de Abel Moreno, demostrando cómo un trono puede andar perfectamente con esta marcha después de doce horas de procesión. Por cierto, nadie preguntó por quién se había muerto para tocar esa marcha. Así dijo adiós el Martes Santo.

Me río yo de la Dukan. La Semana Santa son días de andar mucho y de comer poco, mal y a deshora. Tanto esfuerzo, tanto ejercicio, tiene algo positivo: el pantalón me queda grande de cintura. ¡Qué alegría! ¡Viva la Semana Santa! Ni la Dukan, ni la de la alcachofa, ni la de la piña, ni la del cucurucho... Una maravilla, oiga. Gimnasia aeróbica, por lo menos. Y todavía quedan los días de más ajetreo, con salto de obstáculos, incluido.

Un whatsapp. Sólo un whatsapp y te sientes reconfortado. Una frase, sencilla, inesperada, una alerta en el móvil sirve para darte cuanta de que no estás solo. De que hay más hermanos que comparten devoción y criterio. Y que esperan mucho más. Gracias.