Hace ya como un mes, me acerqué a la Catedral de Málaga para ver la exposición sobre la Sábana Santa. Vi y escuché. La audio-guía explicaba claramente el calvario por el que pasó un hombre al que los cristianos, y por tanto los cofrades, reconocemos como Jesús, nuestro guía y ejemplo en la vida. El Cristo de Miñarro tampoco me dejó indiferente y he de reconocer que alguna lágrima derramé ante la imagen.

Esa mañana de domingo hacía un día espléndido y de ahí nos fuimos a tomarnos unas cervecitas. Tema olvidado. O no. Porque al volver a la rutina cofrade, la imagen del Cristo y las palabras de la audio-guía no han parado de resonar en mi cabeza toda la Cuaresma, tanto, que creo que he perdido la fe en el cofrade.

¿Hacia dónde vamos? ¿Hemos perdido el norte? ¿Qué somos los cofrades? Cuando llega Semana Santa, los cofrades celebramos penitencia y, además, es una forma de evangelizar, mostrar al mundo el calvario por el que pasó Nuestro Señor, así como su Resurrección. Cada persona lleva en la procesión su propia forma de realizar la penitencia. El nazareno con su vela o su insignia, el hombre de trono el peso sobre sus hombros, el músico a través de sus notas. Sin embargo, se nos está olvidando el fin último de la Semana Santa, y sobre todo el fin que tiene pertenecer a una hermandad durante el resto del año: Vivir lo más cerca de las enseñanzas de Jesús, trabajar por ser lo que Él querría que fuésemos.

Desde el año pasado, a todos nos han llegado noticias de cofradías cuyos núcleos, los propios hermanos, están completamente enfrentados. Yo con mis propios ojos, (y no estoy dentro de ninguna de esas hermandades abiertamente enfrentadas) he visto y oído faltas de respeto, insultos y demagogia pura y no termino de entender el por qué. A diario, se nos olvida qué es ser cofrade y con ello ser cristiano. Tenemos mucha labor pendiente que realizar desde las cofradías, pero no creo que esa labor sea pelear, hasta el extremo, por la marcha que se toca en una y otra esquina. No creo que tengamos que luchar por mandar más que el prójimo en una cofradía y no creo que sigamos a Jesús pegando golpes en la mesa y diciendo «aquí el que manda soy yo», y dejando fuera a personas de la cofradía sólo porque no piensan igual. Y no hace falta irse a las cofradías que estamos pensando. En todas hay personas así. Después de las sensaciones vividas este año, me doy cuenta de que no quiero ser cofrade.

No quiero ser cofrade si ello significa salir a la calle a ver quién se equivoca en el solo de una marcha e ir corriendo a comentarlo en los foros y redes sociales varías, mofándome. No quiero ser cofrade si eso significa mirar al otro por encima del hombro y creerme más que nadie, por ocupar tal o cual puesto en una cofradía. No quiero ser cofrade si en la cofradía me tratan a gritos y sin respeto. Si le vamos enseñar al mundo lo que sufrió Jesús a base de pulsos y despiporres varios, y no con el respeto que merece el hecho de celebrar la muerte de Cristo. No quiero ser cofrade si piensas que mi opinión vale menos que la tuya. Tampoco quiero ser cofrade, si en las cofradías no se respeta a las mujeres como a una igual.

Queremos hacer grandes obras, pero se nos olvida el compañero que tenemos al lado, el que día a día, con mismos pensamientos o distintos, mete el hombro con nosotros y trabaja codo con codo por hacer una cofradía mejor. Se nos olvida el verdadero sentido que tiene ser cofrade, seguir el camino que nos indicó Jesús. Menos mal que por actos como el que ha tenido la hermandad del Monte Calvario esta Cuaresma aún me parece que es posible recuperar la fe.