Visitar la Galería de los Uffizi en Florencia y contemplar el Tríptico Portinari, pintado en 1475 por Hugo van der Goes, ayuda a entender cómo las flores y plantas, desde hace más de mil años, han ocupado un lugar importante en la escena de las representaciones cristológicas.

El motivo central de la obra es el nacimiento de Jesús, rodeado de pastores, santos y mecenas. Es aparentemente una obra de fácil lectura, pero sin embargo está llena de contradicciones y simbología. El centro de este gran tríptico, de más de 6 metros de largo, lo ocupa la Virgen vestida con un manto azul oscuro, color del duelo, lo que demuestra que este retablo no pretende anunciar el nacimiento, sino los sufrimientos de Cristo. Pero además de otros detalles, buena prueba de esos mensajes paradójicos lo demuestra el conjunto floral que, a modo de altar, se dispone bajo la Virgen en un lugar preferente del panel central, con lo que el pintor les concede ese papel de escena por encima del de escenario.

La composición floral está limitada al fondo por un haz de espigas de trigo que alude tanto a la «Casa del pan» (Belén, en hebreo) como al «Pan de la vida» que es el cuerpo de Cristo. Delante, rodeados de flores de violetas esparcidas por el suelo (que representa el pueblo humilde de luto), se erigen dos jarrones: El primero lleva tres claveles (símbolos de los tres clavos de Cristo) y ocho aguileñas (flor de la reconciliación, tal vez en alusión a los ocho concilios universales celebrados hasta el siglo XI). En el segundo jarrón aparece un lirio de San Juan, que remata en dos flores anaranjadas (en alusión al Evangelista y al Bautista), y por encima dos lirios blancos y uno azul violáceo, que se erigen por encima de todas las demás flores, en una clara evocación de la Trinidad y de la que sobresale el protagonista final de la estampa.

Este cuadro fue pintado en las postrimerías del medievo, momento durante el cual la ciencia botánica tiene un desarrollo importante dentro de los monasterios. Allí se transcriben, una y otra vez, las obras de los griegos Teofrasto (padre de la botánica) y de Dioscórides, quien en su Materia Medica describe ya más de 600 especies medicinales.

En las sucesivas versiones los escribas monacales incorporaron modificaciones basadas en la creencia de las «signaturas», es decir que cada planta ha sido creada para un fin y su uso nos lo evidencian determinadas señales o signaturas. Era el período conocido como de la Botánica oculta o Botánica mágica.

Como decía San Agustín los significados ocultos son los más sutiles. Umberto Eco en su Historia de la belleza escribe que: «La Edad Media cree firmemente que todas las cosas en el universo tienen un significado sobrenatural y que el mundo es como un libro escrito por la mano de Dios. Todos los animales tienen un significado moral o místico, al igual que todas las piedras y todas las hierbas».

Así, bajo este aspecto simbológico, desde el año 1000 es frecuente ver representado a Cristo rodeado de lirios. Su origen está en un versículo del Cantar de los Cantares, muchas veces retomado y glosado por los teólogos: «Yo soy Rosa de Sharon, un Lirio de los valles».

A lo largo del breve texto se recogen implícitamente fórmulas para la obtención de bálsamos, bebedizos o incluso del aceite de la santa unción, o los usos a dar a cada especie. Pero lo más sobrecogedor de esta obra es la carga simbólica que el autor confiere a cada una de las plantas y que tan bien interpreta Orígenes, en sus comentarios al Cantar de los Cantares.

Para este griego del siglo II d.c., considerado uno de los tres pilares de la iglesia, la Rosa de Sharon (también Rosa de Siria, Altea o Hibisco) es una hermosa flor silvestre que crece entre los cultivos, o sea la belleza que nace desde el orden; mientras que de los valles, por ser lugares rocosos e incultos, el lirio surge con más autoridad.

El lirio se convierte así en el emblema de la expansión del cristianismo, hasta tal punto que es elegido como enseña por el rey Luis VII de Francia durante la segunda cruzada en el siglo XII, pasándose también a llamarse desde entonces «Flor de lis» (Flor de Luis).

A partir del medievo, a este contenido cristológico progresivamente se suma una simbología marial, relacionada con el desarrollo del culto a la Virgen, a la que se dedica el inmediato versículo del Cantar: «Como una azucena entre las espinas (cardos?)». Así mismo son numerosos los fragmentos de las Escrituras donde se presenta a la azucena como un símbolo de pureza y virginidad. Según la interpretación del propio Orígenes: «Tanto por la claridad de su pudor como por el fulgor de su sabiduría, para que también ellas (refiriéndose a las demás mujeres) se conviertan en azucenas que brotan de entre las espinas, esto es, que rehuyan los pensamientos y preocupaciones mundanales que en el Evangelio se compararon a las espinas».

El Cantar de Salomón está cargado de simbología botánica. Si bien las distintas traducciones son muy confusas, a lo largo del texto se pueden detectar hasta 24 especies vegetales citadas: aloe, arjeña (jenna), aro (cala), azafrán, azucena, canela, caña aromática, cedro, ciprés, granado, higuera, incienso, jacintos, mandrágora, manzano, mirra, nardo, nogal, olivo, palmera, trigo y vid, además de las ya mencionadas rosa de sharón y lirio. Como podemos observar todo un elenco de las plantas esenciales en la botánica cofrade.