Qué raro se hace un Viernes Santo en la Victoria o El Molinillo sin tener que mirar al cielo, sin la amenaza de lluvia martilleando neuronas, con la tranquilidad de poder poner la cofradía en la calle sin incertidumbres ni riesgos meteorológicos. Se hace raro pero, indudablemente, es mucho mejor. Dónde va a parar. El corazón cofrade ya tiene bastante con dispararse con los nervios propios de la salida. El Viernes Santo es día importante en estos barrios, que despiden con honores a sus imágenes con más arraigo. El Amor y la Piedad completaron sus salidas procesionales. Y Servitas trajo consigo la oscuridad del dolor de María.

AmorPatrimonio victoriano

Son varios siglos de presencia en el barrio de la Victoria y eso se nota en las raíces, muy profundas, de un Cristo discreto, que recibe culto allí, bajo el coro de la Victoria, y que se crece en su trono cada Viernes Santo. Es patrimonio victoriano y referente espiritual de unos cofrades que ante todo son cristianos, que así lo demuestran a diario y, cómo no, en la salida procesional. La cofradía se echó a andar con unos minutos de adelanto para garantizarse los horarios establecidos. Y el trono del Amor comenzó a salir de la casa hermandad a los sones de su marcha compuesta por Francisco Javier Moreno, y que ayer fue una de las más repetidas en las crucetas, reconociendo así la calidad y la belleza de esta composición.

La Unión Musical Eloy García llevaba un repertorio muy apropiado para acompañar a esta imagen del siglo XVIII, atribuida a Fernando Ortiz, y a la Virgen de los Dolores, al pie de la Cruz. Desamparo, Oremos y Jesús de las Penas, una oración, para bajar por el Compás y antes de llegar al Jardín de los Monos, donde aguardaba una representación de la cofradía del Rocío ante San Lázaro.

Ante la fachada principal del colegio de Maristas, que mantiene estrechos lazos con la corporación, se procedió a una lectura del Evangelio de San Juan. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Es el mensaje intemporal, el mandamiento nuevo ofrecido antes de ofrecerse en la cruz. Él va muerto por amor, sobre risco de corcho adornado con flores silvesres y un profuso moldurón de lirios morados.

El hermano Manuel Rubio, de la comunidad Maristas, fue el encargado de dar los toques de campana para que el trono del Cristo se adentrara en la calle Victoria. Mientras, el Compás estaba lleno de Caridad. La Virgen venía absolutamente impecable: exquisito el tocado, soberbio el exorno floral, a base de rosas de te en las ánforas laterales, combinadas con fresias en las del frontal. Un trono que era un ascua luminosa cuando recibió los rayos de sol en la plaza de la Victoria, y que venía acompañado con los sones de la banda de la Expiración, que atacó Manto y Corona para llegar a Maristas, donde fue despedida con la Salve Regina.

PiedadLa devoción molinillera

La distancia que separa la Victoria de El Molinillo parecen más corta en Semana Santa. Un trayecto casi impensable a pie cualquier otro día del año, se afronta con otro ánimo sabiendo que al final del camino espera una nueva procesión. Los ecos de Cristo del Amor, una vez más, servían de aviso de que la Piedad estaba en la calle. Había salido hacía unos instantes de su casa hermandad, a los sones del Himno Nacional intepretado por la banda de Zamarrilla, que un año más se disponía detrás del trono del grupo de Palma Burgos.

Qué lejos, Madre, la cuna y tus gozos de Belén: «No, mi Niño, no. No hay quien de mis brazos te desuna», piensa la Virgen tras recibir el cuerpo muerto de Cristo tras haber perecido en la cruz. Y medio Molinillo la sigue en señal de promesa. La sigue, porque durente todo el año es una vecina más, una confidente que recibe a diario en su pequeña capilla estretégicamente situada. Y como agradecimiento, cada Viernes Santo, cuando sale de camino al Centro de la ciudad, sus devotos le acompañan.

En la cabeza de la procesión se dispuso una sección de nazarenos que recrea a los primitivos de 1929, con túnicas de raso blancas y capirotes de terciopelo negro, estreno de este año. Es intención de la cofradía recuperar estos hábitos al menos para los cargos de la procesión. Otro objetivo, más a largo plazo, es el nuevo trono de la Virgen, aunque la situación económica de muchas familias desaconsejan su ejecución, en solidaridad por el trance que atraviesan, aunque la idea del nuevo hermano mayor de la Piedad, Javier Torres, que el Viernes Santo estaba orgulloso porque se había estrenado en el cargo sin lluvia, es dejar al menos las primeras virutas del proyecto ya iniciado cuando acabe su mandato.

Con la marcha Jesús de la Pasión de Artola, la Piedad, sobre tupido monte de lirios morados, salpicados con rosas rojas en el friso, se adentró en la calle San Bartolomé. No se cabía en las aceras. Tampoco en Ollerías, la frontera simbólica del arrabal y el casco histórico.

ServitasHágase la oscuridad

Los rezos de la Corona Dolorosa y el tambor ronco advierten de la presencia de la Orden Tercera de Siervos de María por las calles de Málaga. Por allí donde pasa Servitas, se hace la oscuridad en señal de respeto al inmenso dolor que sufre la Virgen, que se ha quedado sola. Cristo ya ha sido sepultado, y como ocurre en cualquier familia, el duelo parece una trance fingido, irreal. La vuelta a casa empieza a hacerse dura y difícil. La ausencia pesa tanto, que se hace insoportable. Se echa de menos al ser querido. Y para María no había nadie más querido que su propio Hijo.

La procesión salió desde la iglesia de San Felipe Neri y tras muchos años de probaturas y de ensayos, la Orden ha encontrado las calles por las que se siente cómoda, por las que su discurrir se hace más natural, más apropiado. Alejado del bullicio de vías por donde unos días antes apenas si se podía caminar. Son calles estrechas como Pozos Dulces, Compañía y Nueva, hasta llegar al recorrido oficial, por el que pasa invitada por la Agrupación, con la debida distancia entre sus primeros hachones y la banda de música de la Esperanza, que iba detrás del trono de la Soledad del Sepulcro. Tiempo necesario para que las luces se apaguen, para que se haga la oscuridad a su paso y para retroceder en el tiempo, a cómo eran las procesiones del XVIII.