Aunque, de momento, en nuestro país la información sobre la posibilidad de vida extraterrestre inteligente es carne de informativos de humor cínico como El intermedio o programas que mezclan churras con merinas bajo el infinito paraguas del misterio –sí, hablamos de Cuarto milenio–, lo cierto es que de unos años a esta parte proliferan las noticias de cierto calado, y de fuentes de probada importancia y prestigio, al respecto de unos supuestos vecinos de universo.

Por ejemplo, hace pocos meses el gurú de la ciencia Stephen Hawking aseguró que «algunos extraterrestres evolucionados podrían haberse convertido en nómadas y tener intención de colonizar los planetas a los que llegaran, con un resultado similar a cuando Cristóbal Colón descubrió América»; también la Royal Society, una de las sociedades científicas más señeras, ha dedicado el último número de su revista a los ET, alertando también de su tendencia conquistadora. Por no hablar de la supuesta designación de la astrofísica malaya Mazlan Ohtman como embajadora de las Naciones Unidas para el Espacio, un nombramiento que posteriormente fue desmentido a medias. Estos asuntos no son nada nuevo, aunque sí la atención que despiertan en medios más o menos serios, en lugar de las publicaciones conspiratorias en las que hasta hace no mucho quedaban relegados.

«La posibilidad de enfrentarnos con seres inteligentes que no pertenecen a la raza humana podría traer una serie de problemas cuya solución sería difícil de concebir». Así comienza una carta de seis páginas en la que Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, se dirigía al simpar Albert Einstein, el hombre que una vez dijo: «Dados los millones de billones de planetas similares a la Tierra, la vida en cualquier lugar del Universo existe, sin duda. No estamos solos en la inmensidad del Universo». La misiva está fechada en junio de 1947. Trece años después, el radioastrónomo Frank Drake empezó los experimentos que culminarían en la creación del proyecto Búsqueda de Inteligencia Extra Terrestre, o SETI –en sus siglas en inglés–, en una controvertida ecuación según la cual hay 10.000 civilizaciones ahí fuera y en un proyecto: enviar un mensaje en forma de ondas, el de Arecibo, a la constelación de Hércules, donde, supuestamente, tenemos compañeros para presentarnos ante ellos –paciencia: se lanzó hace medio siglo y se estima que tardaría en llegar 25.000 millones de años–.

Científico

Pero por cada científico que aseguraba con teorías más o menos plausibles que la vida inteligente fuera de la Tierra era un hecho, surgía otro que desterraba tal aseveración; por cada Oppenheimer había un Fermi, el autor de la paradoja según la cual hay una gran contradicción entre las estimaciones que afirman que hay una alta probabilidad de existencia de civilizaciones inteligentes en el universo y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones. Y de ahí a estimar que la raza humana es, simplemente, un accidente en el Universo.

La pregunta que siempre hacen los agnósticos en estos asuntos: si es tan evidente la existencia de extraterrestres, ¿por qué nunca hemos contactado con ellos o ellos con nosotros? Hay dos respuestas posibles, ambas insatisfactorias para los descreídos: una, la del propio Drake, que asegura que no hemos trabado relaciones con nuestros hipotéticos vecinos, porque no hemos investigado lo suficiente –«Sólo hemos analizado unos pocos miles de los 700 trillones de estrellas»–; otra, la de los más avezados teóricos de la conspiración, que en realidad es otra pregunta: ¿y si, en realidad, ha habido contactos pero los gobiernos los han ocultado? Interesante cuestión, que dio lugar a un buen puñado de temporadas de la serie Expediente X.

Y es que hablar de la vida extraterrestre puede llevar a cuestionar el mismo origen de la vida humana, quizás porque preguntarse si estamos solos en el Universo es la cuestión más fundamental que se puede formular el ser humano. En octubre del 2010 falleció Zecharia Sitchin, el científico de Azeirbayán que promulgó la teoría del astronauta antiguo; en otras palabras, que los sumerios fueron creados vía ingeniera genética por los anunaki, o nefilim, unos anfibios humanoides que provenían del planeta Nibiru. Sitchin tradujo miles de tablillas de arcilla de los sumerios –recordemos, la primera civilización humana conocida– en las que, según su versión, «describieron y hablaron de un planeta adicional en nuestro Sistema Solar, Nibiru; además, seis mil años antes de producirse el descubrimiento de Plutón, ellos ya hablaron de ello», dijo el ruso.

Creencias

¿Ciencia o paparruchas? Como aseguran los expertos británicos en ciencias espaciales Martin Dominik y John Zarnecki: «Todos los argumentos sobre si la vida es algo común y universal o si vivimos en un lugar único en el cosmos están basados en creencias y suposiciones filosóficas. Hasta ahora no hay pruebas científicas a favor o en contra de la existencia de vida fuera de la Tierra».

Lo cierto es que el creciente nivel de importancia y prestigio de las informaciones y noticias sobre supuestos extraterrestres podría tener origen en el hallazgo de una prueba científica que cambió bastantes de nuestros modelos: la existencia de planetas fuera del Sistema Solar, en 1992. Quizás dentro de unos años otro hallazgo similar reconfigure esas «creencias y suposiciones filosóficas» en forma de teorías científicas con fundamento.

Mientras tanto, en SETI siguen escuchando al Universo. Llevan medio siglo haciéndolo, defendiéndose de ciertas acusaciones: «Cuando hablo con periodistas a menudo tengo que explicar que nosotros sólo buscamos evidencias. Creer sin evidencia no es ciencia», afirmó hace unos años David Anderson, director de Seti@home. A la espera de la evidencia, la pregunta fundamental de la humanidad se hace cada vez más alta y clara.