Anna Ferrer habla pausada, tranquila, en un español con fuerte acento británico en el que se cuelan algunas muletillas (ok, because, so...) para enlazar ideas y frases. Habla con la templanza de quien está convencida de su trabajo, de aquello a lo que ha dedicado toda su vida, y mirando directamente a los ojos. Su pasión cuando habla de ello es contagiosa y nada la despista de su mensaje. Aún sigue hablando en presente de su marido, fallecido en la India en junio de 2009.

Vicente Ferrer estaba convencido de que se podía acabar con la pobreza en el mundo. ¿Usted también lo cree posible?

Sí, se puede erradicar la pobreza en el lugar en el que estás trabajando para ello. Aunque si de verdad quieres ayudar a las personas a salir de la pobreza extrema tienes que trabajar al nivel de la tierra. Trabajar con ellos. En los pueblos. No hay que trabajar más allá, en Nueva Delhi o en Europa. No. Hay que trabajar en el sitio en el que están esas familias, esas personas a las que quieres ayudar. Es muy importante, fundamental, trabajar mano a mano con ellos. Ellos conocen sus condiciones de vida y saben qué necesitan para mejorar, salir de la pobreza y tener una vida digna. Para conseguirlo también necesitas una buena organización. No es algo fácil, pero creo que durante años hemos construido en España y en la India una buena organización y un buen grupo de personas que nos apoyan.

Se nos llena la boca hablando de solidaridad, cooperación, ayuda... ¿Son sólo palabras o de verdad la gente cumple?

Para nosotros no son sólo palabras. En España, a pesar de la crisis, que ha sido muy fuerte y durante la que muchas personas han perdido sus casas o sus trabajos, han seguido ayudando. Y a pesar de que ya no está Vicente [Ferrer], ese gran hombre, tenemos un fantástico grupo de colaboradores y padrinos en España: 130.000. Y no sólo aquí. En la India, en nuestra zona, el proyecto se está extendiendo. Tenemos un grupo de 145.000 familias, cada una de ellas tiene una hucha de barro y durante todo el año van metiendo una rupia, dos, cinco, diez... Lo que pueden, por poco que sea, cuando pueden. El día del aniversario del nacimiento de Vicente, el 9 de abril, la rompen para sacar el dinero. Este año, con estas pequeñas huchas de monedas se recogieron casi 600.000 euros. Entre España y la India tenemos cerca de 300.000 personas que ayudan y dan su pequeña contribución con todo su corazón.

¿Ayudar está más en el corazón que en el bolsillo?

Sí. No importa la cantidad que aportes, es mucho más importante el corazón. Si hay muchísima gente aportando su granito de arena, por pequeño que sea, al final tienes una gran ayuda y no hay nada imposible. Puedes erradicar la pobreza.

Cuando ve que la diferencia entre los que más tienen y los que menos tienen, en vez de reducirse, se incrementa, ¿qué piensa?

Pues pienso que estas casi 300.000 personas que nos apoyan desde hace 20 años no son ricas. Las de nuestro país son pobres y las de este país son personas muy normales que trabajan y que tienen sus dificultades. Normalmente no son los más ricos los que veo que quieren ayudar, son las personas normales las que quieren ayudar a los demás.

Se ha planteado alguna vez que si todos los ricos ayudaran un poco...

Quizás en poco tiempo se acabaría la pobreza, sí. Es una locura. Pero es la verdad. Tienes estas 1450.000 familias pobres de la India que consiguen una contribución anual de 600.000 euros y piensas que si lo hiciera todo el país no necesitaríamos nada más para conseguirlo.

¿Qué lleva a una persona pobre a ayudar cuando, en realidad, son los que menos pueden aportar?

Mira, cuando pusimos en marcha esta idea, hace cuatro años, hablamos con ellos. Llevábamos trabajando con ellos 20, 30 e incluso 40 años. Les explicamos que toda esa ayuda que habían recibido desde España procedía de personas muy normales, no ricas. Les dijimos: «Si ellos os han ayudado muchísimos años, ¿por qué vosotros no lo intentáis? No es importante la cantidad, es importante que sintáis la responsabilidad de ayudar a personas más pobres que vosotros». Respondieron muy bien. Especialmente las mujeres y los niños. Cuando les preguntamos qué querían hacer con los fondos que habían recaudado ellos mismos, nos dijeron que querían ayudar a los huérfanos del distrito en su educación. Y eso estamos haciendo con ese dinero: ayudando en la educación de 700 chicos y chicas. Todas estas familias están muy orgullosas. Normalmente eres pobre y tienes que recibir, pero esto demuestra que también puedes dar.

¿En la India es más fácil conseguir esto?

Quizás sí es más fácil conseguir esto allí porque llevamos trabajando muchos años con ellos, pero esta idea de tener una hucha y meter algo para ayudar a los demás, a los más pobres, se está extendiendo. A estudiantes, otras familias, maestros... Gente que no ha recibido el apoyo de la Fundación Vicente Ferrer. Creo que es porque algo les ha tocado el corazón y se dan cuenta de que da igual si son pobres o no son muy ricos, también pueden ayudar. La gente piensa, en general, que es responsabilidad del gobierno y de asociaciones grandes, pero ahora se están dando cuenta de que también es cosa suya.

¿Alguna vez en todo este tiempo ha dudado de que fuera posible?

No. Llevo 47 años en la fundación, he estado 41 años con Vicente y no es una persona que pensase en las dificultades ni en tirar la toalla. Es una persona que lucha por sus objetivos, por su misión en la vida y siempre nos motivó a hacer lo mismo. Siempre decía que si hay problema, hay una solución. Y que, en cualquier caso, si no hay solución, está la providencia y hay que seguir siempre adelante. Eso está muy dentro de cada persona que está en la organización.

Ahora mismo, ¿qué retos se plantea la fundación en la India?

Hay mucho por hacer. Hay una zona de Anantapur en la que hemos empezado a trabajar en los últimos siete u ocho años donde existe una casta que mantiene una costumbre: cuando una mujer ha dado a luz debe permanecer tres meses en una choza fuera de su casa, igual que todas las mujeres mientras tienen la menstruación. Queremos cambiar eso, pero sólo puedes conseguirlo con concienciación y educación. No puedes decir «esto no está bien y hay que acabar con ello» porque entonces no cambiará. Es algo que tenemos pendiente, pero requiere un proceso.

¿Algún otro objetivo?

Sí, en nuestra zona ya ocurre menos, pero hay familias que siguen concertando los matrimonios de sus hijas cuando éstas apenas tienen 15, 16 o 17 años. Es otra cosa a la que tenemos que prestar mucha atención. Antes ocurría en todas, en el cien por cien de los casos, ahora se da menos, pero hay que conseguir que ninguna mujer tenga que casarse con menos de 18 años. También estamos en cuatro nuevas zonas. En algunas de ellas las personas viven en unas condiciones como las de Anantapur hace 30 años. Y hay algo que es muy importante para mí y que está en marcha desde hace tres o cuatro años: un equipo para luchar contra la violencia de género. Sé que ocurre en todo el mundo, pero en la India es horroroso.

¿En la India la mujer sigue sin valer nada?

Sí, es una ciudadana de segunda clase. Vivimos en una sociedad patriarcal, es el hombre quien tiene el poder. Las cosas están cambiando, pero lo hacen muy poco a poco. Cambiar los valores de hombres y mujeres, la desigualdad entre ellos, será un proceso que durará muchísimos años. No cambiará sólo con las leyes que apruebe el gobierno a favor de las mujeres, necesitas muchísima concienciación y campañas sobre la dignidad de las mujeres y la igualdad entre mujeres y hombres. Será largo, pero tenemos mucha confianza. Creo que la fundación puede hacer mucho para reducir la violencia contra las mujeres en la India.

Tienen muchos frentes abiertos.

Sí, y hemos hecho mucho. La situación de hombres, mujeres, familias, niños y niñas ha progresado mucho. Miles de familias han salido de una pobreza muy extrema, pero queda mucho por hacer. Mucho.

¿Cuál ha sido el principal cambio que ha visto en los 50 años que lleva en la India?

Llevo 47 años en Anantapur y 53 en la India y creo que hay dos cosas que han cambiado mucho. Una es la educación. Cuando pusimos en marcha todo, en los años 70, ni niños ni niñas estaban escolarizados. Los padres no creían en la educación, pensaban que era sólo para las familias ricas. Después de 20 años hicimos un estudio con esos mismos padres y nos dijeron que consideraban que la educación era un derecho. Hoy en día en nuestra zona están escolarizados el cien por cien de los niños y las niñas y el 70% en Secundaria. Los hay que van a la universidad, tienen un buen trabajo y ahora contribuyen con donaciones a la fundación. Queda por conseguir que las chicas cursen el bachillerato, porque si no lo hacen los padres conciertan matrimonios antes de los 18 años.

¿Y la segunda cosa que ha visto cambiar?

Cuando llegamos, en los pueblos vivían con una pobreza muy extrema. Los dalits [los intocables] no tenían fuerza ni confianza, no podían hablar directamente con personas de castas más altas, no podían ni levantar la cabeza para mirarles a los ojos, no tenían voz, no podían entrar en un banco ni en una oficina del gobierno... Nada. Una injusticia. Hoy en día tienen fuerza como individuos y como grupos. Es algo que se explica mejor con una anécdota que viví.

¿Me la cuenta, por favor?

Estuve en un pueblo en el que había una mujer que tenía un pequeño proyecto económico a través de la fundación: tenía un par de búfalas y vendía leche. Ella obtenía diez litros y guardaba uno para sus hijos. Me explicó que antes de tener las búfalas no tenía más remedio que ir a casa de una familia de casta alta a pedir un pequeño vasito de leche para los niños. No querían dársela porque pensaban que sólo con su mirada se iba a contaminar la leche. Ahora, en cambio, las personas de castas más altas van a su casa a comprarle leche. Eso representa la justicia, la igualdad, la dignidad.

Imagino que historias como ésta hacen pensar que es posible acabar con la pobreza.

Sí, son estas historias las que te hacen ver que es posible, claro que sí.

Tengo una curiosidad. Usted llega a la India muy jovencita y conoce a Vicente Ferrer. ¿Puedo preguntarle qué vio en él para quedarse en Anantapur y cambiar por completo su vida?

¡Claro que puedes! Yo tenía 21 años cuando le conocí. En una entrevista que le hice. Imagínate que tú eres yo, le conoces y habla contigo. Ves su mirada, su pasión por su trabajo, sus ojos penetrantes... Ves a un hombre con poder para convencer a cada persona de lo que él quiere hacer, que cada persona crea en esto. Ves que es posible acabar con la pobreza. Ves a alguien capaz de convencerte de que tú también puedes contribuir a eso. Tenía un poder increíble. Aquella primera vez yo también quise hacer eso y me fui con él. Y esa fuerza sigue todavía aunque él ya no está.