Llevo mucho tiempo analizando cosas en tono gris con respecto a lo que rodea al primer club de Málaga, demasiado. Con respecto a la sucesión de acontecimientos que ha rodeado últimamente al Club Baloncesto Málaga hay muy poco salvable, más bien nada. Tal vez diría que lo ideal sería no salvar nada. Pero no olvidar nada, ni los acontecimientos ni los protagonistas lo merecen.

La salida de Aíto García Reneses este lunes debería dar por cerrada la época del entrenador madrileño, pero al igual que no la inició cuando llegó al club, sino antes (hay que recordar el esperpento que supuso su fichaje con el tema de la selección nacional de por medio), espero sinceramente que se acabe en el día de hoy. Es más: no acierto a adivinar por qué no terminó un mes antes. Desde el partido de Alicante, el Unicaja sólo ha vencido en dos (ante Lagun Aro y Granada) y ha perdido siete. Aunque la plasmación tangible ha sido la ausencia de la Copa del Rey y la salida del técnico, lo cierto es que las secuelas son mucho más dolorosas.

Maliciosamente, se podría pensar que el entrenador madrileño no ha salido antes de la entidad de Los Guindos porque era el blanco ideal para las protestas de una masa social que no terminó de verlo como «uno de los nuestros».

En Málaga, estamos acostumbrados a presumir, a sacar pecho, en nuestro deporte. Desde el mismo club se ha dado alas a hablar de «la mejor afición de Europa», de la «mejor cantera de España», incluso desde la llegada de Bozidar Maljkovic, se empezó a hablar de la grandeza de los entrenadores. La posterior entrada de Sergio Scariolo hizo seguir por esa senda, y el fichaje de Aíto se veía como continuación de la misma.

Lo fácil sería echarle la culpa en solitario al entrenador, lo cómodo sería hablar de jubilación envidiable, retiro dorado o incluso de habérsele pasado el arroz, pero entre los responsables de esta deprimente situación a la que se ha llegado, hay más gente aparte del blanco de las iras del Martín Carpena. Cuando llegó a Málaga, personalmente preferí recordar todo lo que había aportado al baloncesto español. Me gustaba pensar que –aunque llegara algo tarde para mi gusto– continuaba en la senda de grandes entrenadores que era lo que merecía el club. Me ilusionaba pensar que alguien que había innovado tanto podría seguir haciéndolo aquí. Es más, aunque sustituía a alguien tan importante como Scariolo en el banquillo, pensaba que el cambio venía bien en todos los sentidos.

¿Qué queda? Nada. Si miro atrás, aún habiendo sufrido maneras altaneras y modales rozando la chulería, creo que el paso de gente como Bozidar Maljkovic, Sergio Scariolo o Mario Pesquera (el primer nombre de importancia que llegó al banquillo malagueño) sí dejaron cosas importantes que aprovechar y sobre las que seguir creciendo. El paso de Aíto García Reneses no creo que haya aportado nada. Es más, la forma autoelegida por él para despedirse, creo que ha sido la peor que podía. El maldito tiempo muerto a falta de tres segundos el pasado domingo me ha dolido más que los cortes de manga que Mario Pesquera dirigió a la afición de Ciudad Jardín después de vencer al Júver Murcia el 6 de noviembre de 1990, su último partido.

Pese a que pudiera hacerlo, ese tiempo muerto es una burla atroz contra la que ha sido su afición, su directiva y su club. Es más, es un insulto a la inteligencia de esa prensa que tan mal se ha portado con él (que pregunte en Grecia, por favor) ha soportado respuestas del calibre de «Printezis no juega porque juega otro». Tendría que haber sido honesto y sincero y decir que el tiempo muerto lo pidió porque le dio la gana.

Aíto, al igual que otros, ha presumido de su palmarés. Habla de todo lo que ha hecho, pero recordando a otro Alejandro, tan grande que lo conocen como Magno. Le diría que si bien el macedonio llegó a gobernar el imperio más grande del mundo conocido, ahora de su pueblo no queda más que una región repartida entre cinco países y cuyo nombre original ni siquiera es reconocido por la ONU. Para eso puede llegar a servir el pasado aunque te hagan un par de películas en plan superproducción (y Aíto tenía una frase en «La gran familia»).

En Málaga, espero que todos, venga quien venga, entrene quien entrene, tengamos claro que de lo único que podemos presumir y sacar pecho es del patrocinador. Porque todos pasarán: entrenadores, directivos, gentes de la cantera, jugadores... pero lo único que es imprescindible para que sigamos disfrutando de nuestro deporte –y volveremos a hacerlo a pesar de los últimos acontecimientos– es seguir dependiendo del propietario.