Mirando atrás

Un trozo de Málaga para Rafael Ruiz Liébana

Belén, la hija del famoso imaginero Rafael Ruiz Liébana, fallecido en 2021, recoge firmas entre colectivos, particulares y cofradías para que un espacio de la capital lleve el nombre de este incansable creador que tanto hizo por la Semana Santa de Málaga

Rafael Ruiz Liébana contempla en 2008 una de sus obras más conocidas: el trono de la Virgen de Consolación y Lágrimas.

Rafael Ruiz Liébana contempla en 2008 una de sus obras más conocidas: el trono de la Virgen de Consolación y Lágrimas. / Arciniega

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Fue tallista, escultor, dorador, ebanista, policromista, pintor y diseñador de tronos pero también de aviones que luego pilotaba. Hablamos de Rafael Ruiz Liébana, un malagueño que está registrado como nacido en Almería en febrero del 38 pero por tardanza o error en el registro, pues en realidad vino al mundo en 1937, ya que su madre, embarazada de mellizos, huyó de Málaga en febrero de ese año por la Carretera de Almería tras la toma de la ciudad por Franco. De hecho, su madre tropezó y perdió a la hija que esperaba y sólo sobrevivió el niño: Rafael. 

Rafael Ruiz Liébana, hacia finales de los 40 con su bicicleta en la plaza de la Constitución.

Rafael Ruiz Liébana, hacia finales de los 40 con su bicicleta en la plaza de la Constitución. / Archivo Ruiz Liébana

Fallecido en 2021, su hija Belén Ruiz Liébana recopila estos días firmas entre particulares, colectivos y cofradías para que Málaga, la ciudad a la que tanto dio y en especial a su Semana Santa, pueda contar con una calle o un espacio en su memoria.

«Mi padre era puro corazón y un enamorado de su trabajo, un artista sin ego y una persona cercana y simpática a la que le encantaba que la gente viniera a su taller a visitarlo», resume su hija.

Belén Ruiz Liébana, escultora como su padre y licenciada en Bellas Artes, con una foto del artista.

Belén Ruiz Liébana, escultora como su padre y graduada en Bellas Artes, con una foto del artista. / A.V.

Rafael Ruiz Liébana regresó con su familia a Málaga capital tras la Guerra Civil y sus padres, Rafael y Villa, se fueron a vivir con él a la Cruz Verde y luego a un corralón de La Trinidad. Su vocación artística fue temprana: «Cuando era chiquillo, en vez de irse a jugar al fútbol se iba a la iglesia a dibujar bocetos», cuenta su hija, que señala que también dibujaba estampitas de futbolistas «para ganarse un dinerillo» y poder comprarse helados.

El joven Rafael estudió en el Colegio de San Pedro y San Rafael de la plaza de San Francisco, hizo carpintería en la Escuela Franco y estudió Bellas Artes. 

Con 15 años entró a trabajar en el taller de Adrián Risueño, con Andrés Cabello como maestro, con quien se formó como artista en talla, dorado y policromía, precisamente con el trono de la Esperanza que entonces realizaba. Años después, recuerda su hija, «mi padre lo volvió a restaurar, le quitó peso e hizo piezas nuevas». 

Rafael Ruiz Liébana, tallando el arbotante de la Virgen del Gran Perdón.

Rafael Ruiz Liébana, tallando el arbotante de la Virgen del Gran Perdón. / Archivo Ruiz Liébana

El imaginero se independiza de su maestro y montará un taller, primero en Capuchinos y más tarde en la Finca La Palma, donde posteriormente tendrá su vivienda en la planta superior.

Y aunque como comenta su hija, al principio también se dedicó a la decoración y hasta pasó un par de años pegando oro en la ciudad suiza de Zurich -en parte motivado por la pérdida de su madre, a quien estaba muy unido-, finalmente su calidad artística le encauzó al mundo de las cofradías y el arte religioso de Málaga y Andalucía. 

Rafael contrajo matrimonio con su prima hermana Concepción Liébana en 1963 y como recuerda su hija Belén: «Cuando vivíamos en Ciudad Jardín, mi madre tenía un Mini y me montaba con ella para llevarle la comida a mi padre al taller de Finca La Palma, donde se tiraba todo el día trabajando».

La pequeña Belén con sus padres, Rafael y Concepción, a comienzos de los años 70.

La pequeña Belén con sus padres, Rafael y Concepción, a comienzos de los años 70. / Archivo Ruiz Liébana

Ya de pequeña Belén Ruiz Liébana, que terminaría estudiando Bellas Artes, trataba de pasar el mayor tiempo posible con él:«Desde chiquitilla siempre he estado en el taller porque salía del colegio y me iba con mi padre. Me iba todas las tardes y lo único que hacía era mirar cómo trabajaba», confiesa.

Y ese trabajo constante y entregado daría paso a piezas memorables de la Semana Santa como los tronos del Cristo de la Sangre y de la Virgen de Consolación y Lágrimas o el del Santo Traslado, pero también fue muy aplaudido el trono de traslado -de carrete- del Chiquito, la restauración del trono de Jesús El Rico o, ya para cofradías de Gloria, el trono marcadamente marinero de la Virgen del Carmen de Huelin.

Rafael Ruiz Liébana, en una imagen de archivo.

Rafael Ruiz Liébana, en los varales de una de sus creaciones: el trono de la Virgen del Carmen de Huelin. / Lorenzo Carnero

También restauró el trono del Cristo de Mena y como hace hincapié su hija, «a lo mejor la gente piensa que restaurar un trono es simplemente un arreglillo de cualquier cosa, en realidad con el Cristo de la Buena Muerte hizo todas las piezas nuevas, toda la talla del trono entero; del trono antiguo de Paco Palma sólo queda un metro, el resto fue vuelto a tallar por mi padre, que respetó su estilo y su diseño».

En su enorme producción también hay retablos suyos por Andalucía. En ocasiones, regalados si no lo podían pagar, como pasó por ejemplo con el de la iglesia de Colmenar. En reconocimiento, en el pueblo cuenta con una placa conmemorativa y una calle.

Artista renacentista del siglo XX, de las manos de Rafael Ruiz Liébana también salió el mascarón de proa restaurado del buque escuela Juan Sebastián Elcano o los leones del trono del Cristo Mutilado.

Rafael Ruiz Liébana termina la talla de un arcángel.

Rafael Ruiz Liébana termina la talla de un arcángel. / Archivo Ruiz Liébana

Creador de altos vuelos

Pero lo que remarca el carácter renacentista de este creador total fueron los cinco aviones que diseñó y pilotó, pues desde finales de los 80 a Rafael parece que la tierra se le quedó pequeña y alzó la vista a los cielos.

Rafael Ruiz Liébana, a los mandos de un avión.

Rafael Ruiz Liébana, a los mandos de un avión. / Archivo Ruiz Liébana

A este respecto, cuando en 2002 La Opinión le preguntó si su pasión eran los tronos o los aviones contestó: «La cuestión es ser artista. Todo va ligado. Leonardo Da Vinci pintaba, esculpía e hizo aviones y autogiros para la guerra. El caso es que yo puedo decir que he hecho un avión y ha volado».

Jardines de Rafael Ruiz Liébana

Mientras Belén Ruiz Liébana recibe firmas y adhesiones de colectivos para este homenaje póstumo a su padre, Antonio Fuentes, presidente de la Federación vecinal Cívilis y de Parque Mediterráneo, recuerda que al artista le pareció buena idea que unos jardines, en la calle Luis Barahona de Soto, llevaran su nombre. 

Para el dirigente vecinal, un homenaje como este «tenía que haber partido del Ayuntamiento», dada la categoría de Rafael. Unos Jardines Rafael Ruiz Liébana con su busto serían el mejor reconocimiento a su figura.

Rafael Ruiz Líebana, con su nieta Laura.

Rafael Ruiz Líebana, con su nieta Laura. / Archivo Ruiz Liébana

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