En ocasiones la fama pesa como una losa y no te deja desplegar todas tus actitudes sobre una cancha. En 1962, el Dinamo de Tbilisi consiguió el mayor éxito de la historia del baloncesto georgiano, ganar la Copa de Europa, el damnificado el glorioso Real Madrid de los sesenta. Aquel día, todavía faltaban 24 años para que naciera nuestro protagonista y no era ninguno de los grandes jugadores georgianos que a todos nos vienen a la cabeza, pero sí era el hombre llamado a romper el molde. Tskitishvili, Shengelia, Sanikidze, Pachulia, Shermadini o Burjanadze escribieron páginas de gloria para el deporte de la canasta en su país, pero ninguno de ellos logró el impacto inicial del joven Manuchar Markoishvili.

Su padre, Nugzar, fue jugador y ahora entrena a la Universidad Estatal de Tbilisi. Su hermano Giorgi, también jugador profesional compartió entrenamientos con Tskitishvili. Manuchar era el más pequeño, pero su estallido baloncestístico fue brutal. Con 15 años, Ettore Messina le hizo debutar en la Euroliga con la potente Benetton de Treviso. Fueron sólo 16 minutos en 2003, pero todos los focos del baloncesto mundial giraron hacia él.

Por si faltaba algún ingrediente, en Italia se comparaba su tiro en suspensión con el que realizaba el gran Predag Danilovic. Desde ese momento lo que se presentaba como una brillante carrera se convirtió en un peregrinar por equipos poderosos, 8 en 12 temporadas, pero sin estar nunca a la altura de lo esperado.

Markoishvili alterna grandes partidos, como los que realizó con el CSKA contra el Unicaja, con grandes desilusiones. Su mejor momento quizás fue el título con el Galatasaray en 2013. En un equipo con Carlos Arroyo, Jamont Gordon o Boni Ndong se convirtió en un líder en los play off que llevó a los otomanos a su primer título en 25 años. Un chispazo de su calidad, pero lejos de terminar una temporada completa que le devolviera a un primer nivel europeo. Sólo en la selección de su país parecía mantener ese estatus de estrella a pesar de la gran generación de jugadores nacionales y los refuerzos americanos que venían desde Shammond Williams hasta Ricky Hickman, pasando por Marquez Haynes o Jacob Pullen.

Esta temporada, en el Dogus no está siendo muy distinta, pero justo en este momento pasa por un momento dulce. Markoishvili fue el mejor jugador de su equipo en la fase final de la Copa turca. Solo un triple de Bogdanovic en los últimos segundos les privó del título en la final ante el Fenerbahce, después de realizar una gran competición liderados por el pequeño Manuchar. Y en esa racha, recibe al Unicaja este jugador que con los años aprendió a leer el juego, que es un gran defensor, un tirador aceptable y que a los 30 años parece encontrarse con la tranquilidad de espíritu necesaria para liberarse del peso de la fama. La rotación del temible Dogus crece en el peor momento para el equipo de Joan Plaza que acude a Estambul a jugarse una final con la losa de no disputar la Copa. Suerte…