Despoblación

Salares: la joya andalusí de Málaga que se resiste a desaparecer

Este municipio del interior de la Axarquía es el menos habitado de la provincia. Parte de sus habitantes exigen más presencia sanitaria, mejorar la actividad agraria y posicionarse mejor turísticamente

Dani Vivar

Las nubes no dejan ver el cielo. Impiden ver el azul que contrasta con el blanco de las casas. Si acaso, un rayo de luz travieso escapa e impacta contra el pueblo, todo blanco, uniforme y ordenado. Un sitio perdido, lejos, en silencio. Incrustado entre las montañas del interior de la Axarquía, el viento es el único que ha decidido aparecer y adueñarse del ambiente. Así es Salares: el pueblo con menos habitantes de la provincia de Málaga.

La avenida principal consta de dos carriles, a izquierda y derecha, con una acera interior en la que hay máquinas para hacer ejercicio. Al final de la avenida, hay dos locales: Tienda Ana a la derecha y Supermercado Avenida a la izquierda. Tienda Ana parece estar cerrado, al contrario que el supermercado.

El establecimiento tiene secciones con los productos más básicos, y una sección de carnicería. Todo está preparado para la gente del pueblo y en ningún momento se ve un local que pertenezca a un grupo empresarial, como hay normalmente en sitios así. Un joven haciendo el reparto diario entra gritando “buenos días” y, desde una sala tras los mostradores, sale una mujer, de pelo claro y con gafas, bastante joven. Coge el pedido y el chico se va raudo. La dependienta se llama Eli. “Yo nací aquí en el pueblo. De siempre. 34 años”, dice mientras ríe.

En su voz se nota el acento. Eli es de las adultas más jóvenes de Salares. Piensa que, en cuanto a infraestructuras, han avanzado. Se han arreglado y reconstruido calles y edificios. En cambio, la ciudadanía sí que se ha visto envejecida. La gente de su edad ha tenido que ir a núcleos de población mayor entre otras cosas por trabajo o por hacer su vida en otro lugar. “Antes, había más gente joven, pero cada vez va a peor”, explica.

Sobre la natalidad, afirma que hay unos diez o doce niños en todo el pueblo. Y todos van al colegio o al instituto. Según Eli, los chicos viven muy bien. Juegan al aire libre todos los días y se les puede tener controlados por el tamaño del lugar y porque los vecinos se conocen entre todos. Sin embargo, echa en falta que hubiese más actividades para ellos, como deportes o clases de algo en concreto.

Un cliente llamado José entra. Va con muletas, con una chaqueta marrón y acompañando a una señora más anciana, con un vestido largo de color negro y el pelo, ya blanquecino, recogido en un moño. La señora se sienta en una silla a escuchar.

José explica que es normal que haya tan poca gente. Los jóvenes adultos buscan una vida en la ciudad porque no es la misma que en Salares. Alguien como él vive tranquilo en el pueblo, pero hay personas que buscan más ocio o entretenimiento y eso no lo ofrecen allí. Y en el ámbito laboral, casi todos han crecido trabajando en el campo. Pero ahora está complicado, y no todos quieren hacer esas tareas. “Si te gusta el campo bien, si no, nada”, añade.

La salud es uno de los temas que más preocupan a los salareños. A Eli le gustaría que se les prestara más atención: “Tenemos un consultorio, pero el médico y el enfermero solo vienen una vez a la semana. Ya han reclamado que vengan más seguido porque hay mucha gente mayor y es necesario”.

José asegura que, si alguien se pone malo, tiene que ir a Vélez, donde se encuentra el hospital más cercano. A 26,7 kilómetros. 45 minutos de trayecto a través de complicadas carreteras. Para él, y siendo sarcástico, si no estás muy mal, no está muy lejos. Si te estás muriendo, es otra historia. “Ante una urgencia, la has cagao", dice. 

Algunos dilemas

Un anciano, de ojos azules, con chaquetón negro y bastón, entra al supermercado a comprar agua. El anciano quiso permanecer en el anonimato, así que se llamará Marlon. Marlon tiene bastante que decir.

De camino a su casa, cuenta que Salares, en general, está bien. No le preocupan los cortes de luz y agua porque se solventan rápido y tienen un alcalde que se preocupa por ellos. Pero que son los propios ciudadanos los que no hacen nada por cuidarlo. Expone que el orín se acumula en las calles y crea un olor pestilente. Y los extranjeros que llegan, normalmente de Reino Unido, compran terrenos que modifican a su antojo, sin preocuparse por el resto.

Los jóvenes adultos buscan una vida en la ciudad porque no es la misma que en Salares

Marlon afirma que esa tarde tiene que ir al hospital. Surge la duda de cómo se desplazan normalmente las personas de su edad. “Por este pueblo solo pasa un autobús que recorre los demás y llega a Vélez. Pero aquí, para los ancianos que no pueden moverse bien, no hay nada. ¡Y mira qué calles!”, esgrime Marlon.

Salares es un lugar donde el tiempo pasa lento. Donde parece no haber hora. Los salareños andan por la calle con calma. Miran el cielo, menos nublado cada vez. Salen y entran de sus casas. Los niños, los pocos que hay, siguen en el colegio. De vez en cuando se ve a un perro persiguiendo a un gato. 

Entre las tiendas que hay en la aldea, también hay una farmacia. Los vecinos agradecen que, al menos, haya un lugar donde comprar medicamentos en caso de necesidad.

Una calle de Salares

Una calle de Salares / La Opinión

Turismo y agricultura

El ayuntamiento es, con diferencia, el edificio más moderno en todo Salares. De hasta tres plantas, de color blanco, con grandes ventanales y marcos negros, se encuentra al final de la avenida principal. Cerca de la farmacia, está la entrada a las oficinas.

El alcalde no se encuentra en ese momento en el edificio, pero sí Mari Carmen, que nació en Salares y trabaja de administrativa desde hace casi 30 años. Alega que es cierto que el pueblo lleva mucho tiempo con poca población y que convendría tener más habitantes. Para ella, los niños son el futuro. Pero de momento viven bien. “Lo que sí se echa más en falta es la cercanía a un centro sanitario”, acepta la administrativa.

El hospital comarcal queda bastante lejos y el hecho de que el único doctor que hay venga una vez por semana, es un problema. Un punto curioso es que el ayuntamiento, en ocasiones, ofrece servicios y trámites que no entran en sus competencias, debido al poco volumen de población, según comenta Mari Carmen. En Salares hay dos restaurantes: el Mesón Los Arcos y el bar El Theo. El dueño del segundo, Theo, asegura que el punto principal está en hacer venir a más visitantes.

Nació en Salares y, a pesar de haber viajado por España y por Europa, decidió volver, quedarse en su lugar de origen y montar un bar. Coge de un estante un montón de hojas llenas de recetas locales y de sitios de interés a los que les gustaría dar salida para promocionar el pueblo. Theo explica: “No hay cosas que motiven a las personas a venir. Y siempre hay gente que se tiene que ir. El pueblo que promueve el turismo tiene movimiento”.

Theo piensa que en Málaga aún hay gente que desconoce Salares. Cree que no se hace la suficiente publicidad a Salares: los visitantes no tienen siquiera folletos con los que guiarse.

"Lo que sí se echa más en falta es la cercanía a un centro sanitario"

La agricultura también está abandonada. Theo afirma que es una de las actividades más importantes de la región, pero que no se está trabajando como debería. La materia prima tiene difícil salida de por sí en España. Para un lugar como Salares y alrededores es ya una tarea imposible.

Un colegio para nueve niños: el C.P.R Almijara

Es curioso imaginar un centro solo para doce chicos que cursan Infantil o Primaria. Pues esa es la situación del único centro de Salares, situado en la parte montañosa de la Axarquía, en Málaga. Estefanía Bandera es profesora en el centro desde septiembre del año pasado. Cuenta que le imparte clase a estos nueve niños de forma simultánea ya que «comparten clase».  Estefanía afirma que tiene a cuatro pequeños de infantil y a cinco de primaria. En este intervalo, hay edades desde los 3 años hasta los 11-12 años. Este centro forma parte de los seis centros que adquieren esta denominación y que se encuentran en territorios rurales como Salares. La profesora comenta que, cada mañana se encarga de abrir el colegio con lo que conlleva y siempre les da clase sola por las mañanas hasta que viene especialistas de los niños mayores. «Ellos sí tienen Francés, Inglés o Música. Mientras, yo voy con los pequeños a otro aula». Todos se conocen y juegan juntos, por lo que se desarrolla una camaradería. Y no ocurre solo en los niños, sino también en los adultos. Las madres esperan en la puerta a recoger a sus hijos, y a los que no lo son. El curso pasado, Mercedes, una profesora de Torrox, también daba clase en estas circunstancias. Piensa que lo positivo sería tener más niños, entre otras cosas porque supondría una mejora en la natalidad y en la enseñanza. Actualmente en el centro , deben trabajar con contenidos específicos para cada alumno. No todos tienen la misma edad ni el mismo nivel, lo que dificulta el trabajo. Por otro lado, también fomentaría la interactividad. Conocer a otros chicos les ayudaría a ser más sociables y a descubrir otros puntos de vista. Ana, dueña de una de las tiendas del pueblo, asegura que su hija debe ir hasta Cómpeta para cursar la ESO, por lo que ya es un problema al que afecta también la poca natalidad.  Una medida que han puesto las instituciones es el ‘cheque bebé’ una ayuda para el mantenimiento de los niños y niñas recién nacidos al que, desde la Diputación de Málaga, prevén que se adscriban hasta 375 familias. El presidente de la Diputación, Francisco Salado, asegura que son conscientes de los esfuerzos económicos que tienen que hacer las familias y que esto «incentivará» la natalidad.

Los niños salareños

Ana, dueña de la otra tienda del pueblo, no nació aquí. Vino desde Suiza cuando era pequeña y ha pasado la mayor parte de su vida en Salares. “En el pueblo se vivía mejor hace tiempo. Mucha gente trabajaba en el campo. Había más casas ocupadas. Ahora es todo lo contrario”, describe la tendera.

Ana tiene cuatro hijos, es decir, dio a luz alrededor del 20% de los niños de Salares. Y en el pueblo no tienen pediatra. Algo que ve como un error. “Además, el médico viene poco. Y puede ser un problema si alguien más mayor tiene una urgencia”, añade.

Asegura que Salares es tranquilo. No hay robos ni nada. Es una de las ventajas de vivir con poca gente y conocerse entre todos. Y tampoco tiene problema con el abastecimiento porque el género llega con rigurosidad a su tienda. Incluso se ven furgonetas de compañías de envíos por la calle.

Ana achaca el problema de la natalidad a la gente que tiene que irse y hacer vida más allá de Salares, porque no tiene las mismas oportunidades que aquí. Otro tema es el centro escolar: “Ahora el colegio funciona, pero en el futuro quién sabe si acabará cerrando o uniéndose a otro pueblo”.

Los chicos empiezan a salir del colegio a esa hora. Lo más probable es que se reúnan por la tarde y recorran Salares en bicicleta, en patín o a la carrera. Que hablen entre ellos sobre qué harán de mayores. A qué jugarán mañana. Qué habrá más allá del río o bajo el puente. Si vendrán más niños. O más personas en general. Lo más probable es que se reúnan. Si no les mandan mucha tarea.

La cultura árabe como identidad

Una de los puntos fuertes del pueblo es su infraestructura cultural de la época árabe. La torre del pueblo es un alminar de estilo mudéjar que pertenecía a una antigua mezquita. La torre fue, además, declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional 1979. Por otro lado, también posee el puente árabe, que ha sido objeto de reconstrucciones posteriores, una de ellas datada en 1863 en cuya fecha pudo haber sido atenuada la pendiente alomada primitiva.     

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