Don Quijote gritó “arre, rucioooooo” y se dejó ir contra los molinos. Iba cagándose, con sus castellanas maneras, en todos los muertos de los gigantes (los cuales solo existían en su maltrecha cabeza). Fue una ridiculez, pero fue un acto sincero de valentía. Cuando esta noche se han levantado las cortinas azules y he visto sus ojos, los de mis hermanos de pelotón, henchidos de guerra y resurrección, me he acordado del pobre don Alonso. Se han dejado el alma sobre las tablas, rotita de pedirle a Málaga revolución y complicidad en la batalla. Nadie les ha avisado, después de tanto tiempo enterrados bajo el olvido de la pared de terciopelo, de que Málaga ya no estaba detrás.

Esa Málaga a la que ellos le cantan se ha ido muriendo ante nuestros ojos. Los corruptos le han fabricado silenciosamente un sepulcro con los restos de La Coracha, de “La Mundial”, del Teatro Alameda. No hay con qué amortajarla. ¡Que alguien traiga algo! Para cuando nos dimos cuenta solo teníamos a mano las bayetas sucias con las que les limpiamos las mesas a los turistas antes de que se coman nuestros boquerones y nuestra dignidad. Ni poetas ni pintores. La málaga camarera.

Ahora ya solo queda una hemorragia imparable de patinetas blanquiverdes (para más inri) y de despedidas de solteros donde Málaga es “la del striptease”.

Cuando los he visto en el escenario otra vez, he pensado que ya todo es mentira menos ellos. Su canto, su grito, su invitación a la revolución, a cambiar el mundo desde una copla, son diáfanos y honestos como la desnudez de una soleá. Lo demás ya solo es estética.

Cuando ellos volvieron, el carnaval ya no estaba. Porque el carnaval, queridos, no es purpurina, es trinchera. El carnaval no es pedir libertad sino arrancarla a golpe de irreverencia. Si es complaciente, no es carnaval. Si es políticamente correcto, no es carnaval. El carnaval está para meterle el dedo en cualquiera de los dos ojos superiores (que lo otro no está bonito) al alcalde, al presidente de la Fundación, a los políticos, al Papa de Roma si hace falta.

Hasta yo he dicho varias veces que se nos muere el carnaval. Esta noche me he dado cuenta de que no. Eso no puede ocurrir porque lo que hemos hecho no ha sido carnaval, ha sido un espectáculo. La ética frente a la estética. Chúpate esa, Wittgenstein. Ahora se tambalea porque no hay teatro ni público y todo ha degradado hacia una falta de calidad generalizada en las tablas. Si el carnaval se muere es porque lo hemos convertido en un simple show y el carnaval no es eso. El carnaval es tirarse contra los molinos. Revolución es que un tío se plantara, con unos cojones más grandes que los cuatro tanques que tenía delante, en plena plaza de Tiananmen y dijera: “por aquí no”. A ver si aprendemos y cambiamos las palabras vacías por los hechos. Solo así el carnaval se troca en verdadera revolución. Carnaval es salir a la calle a defender a bocados la Arbonaida. Carnaval es hacernos un disfraz de paloma con las plumas arrancadas de cuajo al asqueroso aguilucho franquista. Si queremos que esto sea carnaval hay que repartir hachas y salir a derruir las ruinas de la Málaga con el alma de plástico para que vuelva a levantarse la gloriosa que tuvo alma de barrio y puchero, deslizándose eterna desde Los Montes para nunca caer, como dijo Aleixandre. Si queréis libertad empezad por el propio carnaval, para que cuando termine nuestra guerra haya alguien detrás de las cortinas que nos merezca. Echad a sus tiranos, a sus mentirosos, a sus felones y a los suavones. ¡Que no, coño! ¡Que el carnaval no es una fiesta! En las fiestas se reparte tarta y se pone música. El carnaval de verdad es mucho más serio que un simple concurso. Es una manera de ser y de reventar de un pueblo harto de consentir tiranos. Es Ética, es un tío plantado ante un tanque jugándose la vida, no la mierda estética que os han hecho creer que es. Al reducirlo a un simple show os han convertido en dignos payasos, pero os han quitado el uniforme de guerreros y un carnaval sin lucha no es carnaval. Se convierte en una simple fiesta. La del invierno cálido para unos pocos.