Milagros del Corral, exdirectora de la Biblioteca Nacional y secretaria cultural de la Unesco más de 30 años suma una nueva «hazaña» a su carrera con Último otoño en París, la historia de una joven con ganas de comerse el mundo que llega a la ONU

Dice que siempre soñó con escribir una novela pero que no tenía ni tiempo ni valor... Cuesta creerlo viendo su currículum.

Siempre he sido una mujer valiente, pero no cabe duda de que el escribir, lanzarse a la literatura tan mayor supone asumir una cierta vulnerabilidad. Porque en la literatura siempre se vuelca mucho de uno mismo, te desnudas. Más aún en una primera novela y también porque el escenario es un organismo internacional y coincide con un lugar en el que yo he vivido 16 años.

¿El haber estado rodeada de libros y de escritores hizo también que le tuviera incluso demasiado respeto a la novela?

Esto ha sido una hazaña porque yo carecía de toda experiencia y escribir es una tarea muy compleja. Había hecho ensayos o informes pero la literatura no tiene nada que ver con eso, de hecho creo que haber escrito tantos ensayos casi te lastra, porque tu mente está organizada de una determinada manera. Pero soy consciente de que es una primera novela y no me voy a autoflagelar; soy una aprendiz, no aspiro al Nobel. Yo escribo correctamente, sin faltas de ortografía, pero sé que me falta mucho oficio y en esta novela alguien lo notará, pero yo lo confieso de entrada.

Toda la trama ocurre en un mundo -el de la diplomacia y los organismos internacionales- apasionante pero también duro que conoce muy bien.

Es un mundo duro porque es como el grande, pero pasa un poco como con la colonia, que cuanto más pequeño es el frasco, más intensa es. Están todas las virtudes y generosidades del hombre, y también sus miserias, intrigas... Todo bien concentradito. Y yo intento dar a conocerlo.

¿Este libro acercará al público a estos organismos?

Esta novela es una llamada de atención sobre este declive, porque la gente puede pensar que cuestan mucho dinero y que no sirven para nada... Pero de hecho cada vez hacen más falta porque vivimos en un mundo global y los verdaderos problemas no se pueden resolver a nivel nacional. En el caso de Europa, vemos cómo envejece, cómo con el paso del tiempo la gente mira por sus intereses. Y esto es lo contrario del espíritu de las organizaciones internacionales, que se crearon para cooperar, para resolver problemas juntos. Hay una refundación que hacer para volver a insuflar el espíritu que necesitamos y hay que dar una vuelta para que vuelva a ser eficaz y esté acorde con la problemática de hoy, porque su evolución no ha ido pareja a la del mundo.

Con la crisis, además, parece que sale lo peor de cada uno... ¿Nos cuesta demasiado centrarnos en lo que nos une?

Hay muchas cosas que nos unen y miramos solo lo que nos desune, nadie está dispuesto a ceder y es descorazonador. Se ha olvidado el horror de la confrontación y no nos damos cuenta de que vamos caminando hacia ella. Nuestros estadistas no dan la talla, no saben ni adónde se quiere ir y están olvidando lo básico. Las Naciones Unidas se pudieron crear porque habían pasado dos guerras mundiales... Y comprendieron que esto nunca más debería pasar porque la confrontación, la guerra, es lo peor que le puede pasar al ser humano, es el odio, el sufrimiento, el dolor... Pero ahora nos vamos deslizando sin darnos cuenta de hacia dónde nos puede llevar todo esto si no hacemos nada.

También quería con este libro retratar el mundo de las mujeres que trabajan en altos cargos...

Sí, con un ritmo que complica mucho su vida personal y que hace que muchas veces acaben en soledad, aunque estén rodeadas de gente. Y no es infrecuente entre mujeres muy profesionalizadas... Te desarrollas muy bien como profesional, pero eres un enano en la vida afectiva. Lo ideal, claro, es combinarlo todo, pero es casi una utopía porque a los afectos hay que dedicarles tiempo y constancia; si no, se evaporan y tu equilibrio está roto.

¿Usted ha pagado caro su éxito profesional?

Yo he tenido suerte, llegué emparejada con un funcionario que ya era de Naciones Unidas. Pero es complicado, mi marido y yo, por ejemplo, nos hemos encontrado por casualidad en el aeropuerto de Ginebra cuando vivíamos en París. Son pequeños desgarros, cosas raras que otra gente no vive. Pero dado mi carácter y mi pasión por la libertad y la independencia, me va bien. Ahora los dos estamos jubilados y vivimos a 8.000 kilómetros, él en Colombia y yo en Madrid. Pasamos medio año juntos y a trozos. Es un modelo extraño, pero nos va bien.