Imagínese que alguien le muestra un lienzo -una obra muy meritoria, luminosa, evocadora, melancólica, aparentemente deudora de las primeras corrientes de la abstracción- y le pide un nombre: «Debe de ser de Kandinsky, ¿no?». La respuesta le deja atónito: «No, no es de Kandinsky. Es de Hilma af Klint, una sueca que determinó algunas de las claves de la abstracción antes de que Kandinsky asegurara haberla inventado». Sí, una mujer iba bastante por delante de prebostes como Mondrian, Kupka o Malevich, los que luego ocuparían capítulos enteros en los libros -ella, en cambio, quedaría relegada ya no a los connoisseurs sino al más estricto y absoluto olvido-. Por eso el Museo Picasso Málaga reescribe estos días parte de la historia del arte con Hilma af Klint. Pionera de la abstracción, una completísima e inagotable muestra que hace que nos replanteemos mucho de lo establecido en los manuales, que reivindica el lamentablemente oscurecido papel de la mujer en el arte contemporáneo y, sobre todo, que supone una cosmología personal e intransferible, la mirada al más allá de lo evidente a partir, o mejor a través, de una mujer con un alma tan matemática como espiritual.

«La artista más secreta del siglo XX». Así definió ayer José Lebrero, director artístico del Museo Picasso Málaga, a Hilma af Klint (1862-1944). Hija de un comandante naval apasionado por las matemáticas, estudió Bellas Artes en una academia; ahí encontró su modus vivendi: supo ganarse la vida con unos acomodaticios bodegones y paisajes. Pero su verdadera aportación al mundo artístico proviene de su pasión por las ciencias ocultas: era una habitual de sesiones de espiritismo e, incluso, algunos decían que la artista tenía los poderes de una médium. Sea como fuere, el universo espiritual de Hilma -siempre propensa a la melancolía y el interés por la otra vida desde el temprano fallecimiento de una hermana- se ensanchó, llegando a los dominios de la Teosofía. La sueca empezó a pintar según los dictados de un espíritu o un «alto maestro» que llamaba Ananda, tal y como se puede leer en los diarios y anotaciones que nos legó la creadora -y que también pueden verse en la exposición malagueña-, que le comunicaba unos mensajes que ella traducía visualmente... Era dibujo automático cuando ni siquiera los surrealistas habían subido a escena.

Adentrarse en el proceso en el arte de Hilma af Klint es apasionante, pero no sólo importa el cómo, los intríngulis de un personaje tan singular como extraño; el resultado, la obra en sí misma, las más de 1.000 piezas que guardó celosamente -dos centenares se exponen en dos plantas del Museo Picasso Málaga-, es un vivificante tratado humano y espiritual, un hipercromático testamento y una suerte de, como destacó ayer la comisaria de la muestra, Iris Mueller Westerman, panorámica del tránsito existencial, de la mirada bisoña del niño -los primeros cuadros de la sueca: paisajismo académico- hasta la depuradísima visión final -repleta de signos y símbolos hacia la eternidad-. Muy interesada por la ciencia, las matemáticas o la física, en una época en la que se descubrieron los rayos X y que el espacio está lleno de ondas electromagnéticas, Hilma af Klint «entendió que la realidad es mucho más que lo que podemos ver y se interesó por el elemento espiritual de la realidad», destacó Mueller Westerman, convencida de que la sueca «hizo pinturas para el futuro hace cien años; ahora ya hemos llegado al futuro y somos de los primeros que tenemos la posibilidad de ver su obra».

Como siempre ocurre, imaginar el futuro supone pagar un caro peaje en el presente: durante los últimos años de su vida, Hilma af Klint contactó con diversos museos e instituciones para poder mostrar su obra, que no había salido del taller, pero siempre recibió un «no» por respuesta. Entonces, colérica, sopesó destruir su trabajo; finalmente, tomó la decisión correcta: jamás se expondría ninguno de sus lienzos hasta pasados veinte años de su muerte, cuando calculó que su arte sí podría ser entendido.

Al fallecimiento de la autora, uno de sus hijos recibió la donación; imagínense la papeleta: un stock de más de 1.000 obras, algunas inmensas. El hijo de aquel atribulado señor, Johan af Klint, es hoy presidente de la Fundación Hilma af Klint; acudió ayer a la inauguración de la muestra y recordó: «Sólo tenía cinco años cuando ella murió. No era muy bien vista por la familia por ser una mujer independiente, con sus propias ideas». Una mujer. Por cierto, de las 30 exposiciones en estos diez años del Museo Picasso Málaga, sólo dos muestras individuales protagonizadas por mujeres. Quizás la cosa no haya cambiado tanto, al fin y al cabo.