­ «...¡Alma del siglo! ¡Aplauso, delicia, asombro de nuestra escena!... Eres un monumento sin tumba, y vivirás mientras viva tu libro y haya inteligencia para leerlo€» (Ben Jonson).

Cuando Shakespeare llega a Londres desde Stratford, su ciudad natal, estaban en apogeo las luchas políticas y religiosas, Inglaterra va a vivir los días de la ejecución de María Estuardo y los de la Armada Invencible. El protestantismo domina en las ciudades, pero los pueblos y campos pertenecen al bando católico. La vida es dura y las costumbres groseras. Pero, y el teatro? Cómo se encontró Shakespeare el drama inglés de la época? Evidentemente mucho menos desarrollado que el español, pues en Inglaterra hacía poco que habían salido de los Milagros, Misterios y Moralidades, personificación de Virtudes y Vicios, más rudimentarios que nuestros Autos Sacramentales.

Los nobles más destacados patrocinaban grupos de actores que llevaban sus nombres. Así surgieron en la época isabelina, compañías como la de Lord Chamberlain´s Men una de las más relevantes. Estas compañías solían realizar, a veces, sus representaciones en el palacio de sus protectores aristocráticos. Contar con el respaldo de un mecenas era fundamental para asegurar el éxito de la obra. Fue Marlowe quien comenzó a imprimir carácter al teatro inglés de la época. No había fiesta palatina o señorial sin su comedia o drama, que se representaba con todo lujo de vestuario y decoración dentro de lo que permitían los medios escenográficos del momento; más tarde, Shakespeare se convertiría en copropietario de de la citada compañía, que recibía el nombre de su aristocrático mecenas. Los teatros públicos carecían de tal magnificencia, y con elementos más rudimentarios se disponían en los patios interiores de las posadas, como en nuestros antiguos corrales. Todavía en la época de Shakespeare algunos de estos lugares continuaban acogiendo representaciones teatrales. Aunque no resultaban ser el lugar más adecuado, contando con la oposición de los puristas y autoridades preocupadas por las reyertas que a veces allí se originaban. También estaba en contra el factor higiene: la peste era muy frecuente y las reuniones multitudinarias constituían un serio problema para la salud. Shakespeare llegó a trabajar en la posada Croskey, una especie de Corral de la Pacheca madrileño.

Por esos motivos fue surgiendo paulatinamente una legislación que regulaba la actividad teatral, con la consiguiente dificultad para conseguir licencias que permitieran realizar representaciones en dichas posadas. Ello propició la construcción de teatros fijos en las afueras de la ciudad, y la consiguiente profesionalización de la carrera de actor. Siempre con la ayuda inestimable de la nobleza sin la que la escena inglesa no habría podido desarrollarse con la dignificación y el esplendor que fue cobrando en poco tiempo. El teatro Globe, construido en 1599 era el más famoso y el preferido del escritor inglés.

Todos estos teatros se construyeron siguiendo el modelo de los patios de las posadas. Eran recintos de forma hexagonal u octogonal con un escenario medianamente abierto que se internaba un poco hacia el centro de un arenal al aire libre circundado por dos o tres pisos de galerías. Los había particulares o techados y públicos o a cielo descubierto (menos el escenario y las galerías), como el citado teatro El Globo. En Los públicos, el patio o sitio abierto carecía de asientos. La entrada costaba un penique. Alrededor había tres galerías: las dos más bajas se dividían en palcos; la superior era corrida. El precio de entrada a las dos primeras valía una corona, y dos peniques a la más alta. Los aforos solían ser considerables. El Globo poseía capacidad para unos mil doscientos espectadores. Así era un teatro inglés de la época de Shakespeare€

La representación, cuyo anuncio se hacía mediante carteles escritos a mano y pegados a los muros, comenzaba a las tres de la tarde. El espectáculo terminaba rezando de rodillas todos los actores una oración por la reina Elisabeth, precedida por una danza folclórica a cargo del gracioso. El moblaje era muy reducido y no se disponía de decoraciones móviles, pero el vestuario era riquísimo. En las tragedias el teatro se cubría de negro.

En un principio, la condición social de los cómicos, era humilde y deprimente, mas gracias a la apertura de los nuevos teatros, los actores de la época isabelina fueron alcanzando mayor consideración social.

La rudimentaria escenografía hacía cargar al intérprete con una mayor responsabilidad, tendiendo a la sobre-interpretación en el lenguaje, en la gesticulación y llamativa vestimenta. La ausencia de fondos pintados hacía frecuente que el actor invocase la imaginación del público y el escritor recurriera a una descripción realista, animada y sorprendente de la escena como vivida en el instante de su expresión. El público era muy heterogéneo, mezclándose los chistes procaces con la más culta y refinada galantería amorosa.

Una de las características del teatro isabelino, y del de Shakespeare en particular, es la multiplicidad de niveles que presentan sus tramas donde se mezclan lo trágico, lo cómico, lo poético, lo terrenal, lo sobrenatural, lo real y lo imaginario; siendo rápidas las transiciones entre lo melancólico y lo activo que se manifiestan a través de duelos y peleas en escena y que debían constituir una animada coreografía muy en consonancia con el gusto de la época.

El bufón es un personaje muy importante en la obra de Shakespeare ya que posee libertad de expresión y soltura. Se reconocía en él una insuficiencia mental o carencia física que le permitía decir las cosas u opinar sobre cuestiones polémicas que habrían sido prohibidas en boca de otros personajes.

Las dos compañías en que trabajaba Shakespeare se componían sólo de hombres, por lo que las incomparables Julietas, Desdémonas, Ofelias y Mirandas alentaron por vez primera a la vida inmortal en corazones masculinos.

En sus inmortales tragedias, Shakespeare ejemplifica el sentido de que los seres humanos son inevitablemente desdichados a causa de sus propios errores o, incluso el ejercicio irónicamente trágico de sus virtudes, o a través de la naturaleza del destino, o de la condición del hombre para sufrir, caer y morir€». Son representaciones con un final fatalmente infeliz. Se ha destacado en estas obras el concepto aristotélico de la tragedia: el protagonista debe ser un personaje admirable pero imperfecto, capaz de ejercer tanto el bien como el mal. La representación siempre insiste en el concepto del libre albedrío; el (anti)héroe puede degradarse o retroceder y redimirse por sus actos. El autor, sin embargo, los conduce irremisiblemente a su inevitable perdición.

Veintiocho años tenía Shakespeare cuando escribiera este milagro de inspiración que fue Romeo y Julieta, su primera obra maestra y que hubiese bastado para hacer su nombre inmortal. Para la creación de Romeo y Julieta el dramaturgo se basó en varios elementos provenientes de la antigua tradición de relatos trágicos sobre el amor. Uno de ellos es Píramo y Tisbe, relato de inspiración oriental entre el mito y la literatura que narra la historia de los amantes legendarios de la mitología griega y latina y cuya leyenda recoge Ovidio en su Metamorfosis, y el cual posee similitudes con la tragedia de Shakespeare. Las dos tramas se enfocan en los desacuerdos existentes entre las familias de los jóvenes enamorados y la falsa creencia por parte de Píramo de que su amada, Tisbe, estaba muerta. De igual modo, la novela griega Habrócomes y Antía, escrita por Jenofonte de Éfeso en el siglo III, narra una historia semejante, pues incluye la obligada separación de los protagonistas, así como la pócima que induce al «sueño profundo». Este último relato fue recogido y ampliado por Masuccio di Salerno, llamado el Boccaccio napolitano y, cincuenta años más tarde, por Luigi da Porto. Aunque la crítica especializada supone que se limitó a narrar una tradición que corría por Verona, según la cual, en 1303, acontecieron los famosos sucesos de la tragedia; añadiendo que aún hoy se admiran en la bella ciudad italiana el balcón en que sostuvieron el divino coloquio-que ha inmortalizado Shakespeare- Julieta Capuletti y Romeo Montecchi, y el sarcófago donde se dice que estuvieron sepultados los amantes, en el jardín Giusti, al otro lado del río Adiggio. Sea como fuere la novela de Da Porto es muy superior al cuento de Masuccio y encierra en sus rasgos principales el argumento de que se ha servido Shakespeare. El escritor inglés narra la historia de dos enamorados que, a pesar de la oposición de sus familias, deciden casarse clandestinamente; sin embargo, una serie de fatalidades les conducen al suicidio. La relación entre los protagonistas los ha convertido en el arquetipo de los llamados star-crossed lovers «pareja que vive un amor prohibido» y cuya relación está condenada desde su comienzo. La muerte de ambos, sin embargo, supone la reconciliación de las dos familias.

Verona fue la ciudad que Shakespeare escogió para el escenario de su obra. Aunque existen documentos en los que Girolamo della Corte, un italiano coetáneo del escritor, afirma que la historia de los jóvenes amantes había ocurrido realmente en 1303, todo parece apuntar al terreno de la hipótesis. Lo que sí parece cierto es que las familias Montesco y Capuleto existieron realmente. Una fuente literaria que menciona a las dos familias es la Divina Comedia. En este poema, Dante cita a los Montesco y a los Capuleto como participantes de una disputa comercial y política en Italia. En el mismo testimonio, ambas familias se encuentran en el Purgatorio, tristes y desoladas. Aunque todo parece encontrarse en el resbaladizo terreno de lo hipotético, lo cierto es que el amor trágico y desmedido de Romeo y Julieta, parece instaurar un arquetipo de amor ideal, distante de las experiencias afectivas cotidianas. En ello, al parecer, se basa el hecho de que algunos críticos acrediten que el amor sin medida que experimentan estos jóvenes de la tragedia shakespeariana, es real».

*María Jesús Pérez Ortiz es filóloga, catedrática y escritora

Romeo y Julieta es la obra de Shakespeare más difícil de verter, por sus chistes, sus anfibologías, sus retruécanos, sus equívocos y sus juegos de palabras de toda índole, desde la profunda sentencia hasta la frase subida de tono, que se diría propia de un Quevedo o un Rabelais. El amor intemporal es uno de los elementos más representativos. Con el paso del tiempo, sus protagonistas han pasado a ser considerados como iconos del «amor joven destinado al fracaso». Varios estudiosos han explorado el lenguaje y contexto histórico existentes en el trágico romance.

A lo largo de la tragedia existen elementos relacionados con la luz y la oscuridad. Luz como «un símbolo de belleza natural del amor joven». Julieta y Romeo se miran recíprocamente como una manifestación conjunta de la luz en un entorno de oscuridad. Él la describe «similar al sol, más brillante que una antorcha, una joya destellante, y un ángel iluminado entre nubes oscuras». Incluso cuando ella permanece estática en la tumba, aparentemente muerta, él exclama: «Tu belleza hace/de esta bóveda un lugar lleno de luz». Julieta describe a Romeo como «el día en la noche» y como algo «más blanco que la nieve en el lomo de un cuervo.» Este contraste de luz y oscuridad podría ser entendido simbólicamente. Sutil ironía dramática que se evidencia en la asimilación del amor entre Romeo y Julieta como «una luz en medio de una oscuridad producida por el odio que les rodea».

El tiempo juega asimismo un papel primordial en la trama de la obra. Los amantes luchan por mantener un mundo imaginario ausente del transcurrir de las horas y frente al mundo hostil que les envuelve. Los enamorados se enfrentan al tiempo para propiciar que su amor se extienda por toda la eternidad. Julieta compara, eróticamente, a Romeo con la muerte. Justo antes de suicidarse, decide emplear la daga de éste, diciendo: «¡Oh, feliz daga! Este es tu filo. Corróeme entonces, y déjame morir. «Al final, la única manera perceptible en la que los amantes pueden vencer al tiempo es con la muerte, que les concede la inmortalidad a través del ARTE.

Resulta asombroso pensar con qué maestría, seguridad y desenvoltura ha desarrollado Shakespeare esta tragedia que transcurre entre cuatro y seis días, con el propósito de resaltar «una carrera destinada a la perdición». El sentido de la vida, su variedad, sus contrastes, constituyen el triunfo del escritor. Jamás el amor de un joven habló con este encanto, con este instinto de lo que es ya un exquisito corazón de mujer, con aquella ingenuidad y ternura aún infantiles, con aquellas osadías, vivacidades y escrúpulos igualmente adorables. Ni jamás joven alguno ha experimentado mejor, a pesar de todas sus proezas verbales, la vaga inquietud y casi el espanto que causa a su razón el acontecimiento de la pasión definitiva sobre la que se juega todo su destino.

Y como para afirmar que al lado de los valores más universales de la tragedia humana, la comedia humana también, en sus aspectos más particulares, sabía retener la atención del poeta, nos ha dado, extrayéndolos casi únicamente de su imaginación creadora, los caracteres inolvidables de la Nodriza y de Mercurio. Para que, junto a la pasión, el humor alcance su relieve más extraordinario.

Según la Enciclopedia Británica, «Shakespeare es generalmente reconocido como el más grande escritor de todos los tiempos (€) La fama de otros poetas, tales como Homero y Dante Alighieri, o de novelistas como Miguel de Cervantes, León Tolstoi o Charles Dickens, ha trascendido las barreras nacionales, pero ninguno ha llegado a alcanzar la reputación de Shakespeare (€) La profecía de uno de sus grandes contemporáneos, Ben Jonson, se ha cumplido: «Shakespeare no pertenece a una sola época sino a la eternidad.»

La muerte le sobrevino el 23 de abril de 1616, cuando aún no había cumplido los cincuenta y dos años de edad. Sus restos fueron sepultados en la iglesia de la Santísima Trinidad de Stratford. El escritor inglés, tal vez temiendo que sus restos pudieran ser exhumados algún día, había compuesto el siguiente epitafio para su tumba: «Buen amigo, por Jesús, abstente/de cavar el polvo aquí encerrado./Bendito sea el hombre que respete estas piedras,/y maldito el que remueva mis huesos.»