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Un homenaje

En Orihuela, su pueblo y el mío

Se cumplen 74 años de la muerte de Miguel Hernández, una de las voces poéticas más importantes de nuestra literatura

En Orihuela, su pueblo y el mío

En esa Orihuela de consonancias suaves y fonética huertana. Allí, junto al campo calcinado, en tierra blanda, en la sencillez honda de una vida sencilla nace Miguel Hernández Gilabert. Una trayectoria. Orihuela, Alicante, España: la familia, la vida, la muerte...Desde el 30 de octubre de 1910 hasta el 28 de marzo de 1942... Raíces de lo local, con vínculos de sudor y paz, de amor y trabajo, de vida y de muerte... La voz tradicional de la sangre aldeana, la vida pregonera del campesino que no tiene tierras. Necesidades y esperanzas. Pastor de cabras negras.

Destino oscuro. Horizonte de vida en la huerta... Paisaje testigo de la infancia y adolescencia del poeta, un universo fuera de invenciones literarias, donde se iría precisando en realidades lo que estaba predestinado.

Ésa fue su escuela iniciadora: la paz de la colina, el ritmo del monte, el lenguaje refranero del pueblo...Vive y trabaja y va observando los mil misterios de la vida en la naturaleza que le rodea: pájaros, flores, plantas, sol , noche, agua... Todo ello entrando por los ventanales de la sensibilidad. Luego se hará lumbre y emoción en la poesía. Una poesía inflamada, sustancia de pobreza y fuego, interpretación casi siempre dolida de cosas y realidades, sencillas y sempiternas. Una trayectoria humano-creadora cuyo lema se resume en amor de intranquilidad, de búsqueda, de insatisfacción como sabia fundida en su sangre.

Comienza la aventura de la letra impresa. Se guía solo. Tal vez hambre y sed de habitar, acaso, en otro mundo. La naturaleza y la vida, la palabra y la observación, el Segura con barro y escasa agua, la sierra y las cabras, las espigas, los arroyos, ¿no es literatura al aire libre, pura y desnuda?.

Amistad, juventud y poesía ofrece el Horno de Fenoll, que se halla en la calle Arriba, su propia calle. Allí, y más cuando hace frío, el grupo de animada y amistosa juventud. Todos con el estímulo de soñar y vivir. Carlos Fenoll era panadero y poeta. Pan y poesía como alimentación natural de ansias juveniles. Ya hacía de orientador el futuro Ramón Sijé, su fraternal amigo. La amistad en raíces de juventud. Una amistad que se hizo hondura, acercándose apasionadamente, por la fuerza empujadora de lo poético. En él estuvo el arranque de Miguel, en contemplación y admiración de lo que los ojos del poeta-cabrero veían pero sin resonancia, dándole razones para que las miradas calasen más hondo.

Autenticidad de una relación fecunda y constante a lo largo de varios años, especialmente de 1931-1932-1933 que Sijé ahonda y Miguel ensancha.

1931, 1932, 1933...Esa curva marcada con fechas, en la Orihuela de la juventud del horno y su muchacha, llevaba asimismo bordado en el corazón un signo: el querer. Eran casi fatalmente, paisajes invitadores de amor, los que el joven poeta iba contemplando. Y desde esos años indicados, Miguel se sentirá atado a eslabones del corazón, hasta el mismo día triste y aciago de su muerte. Un amor único, auténtico: Josefina Manresa Marhuenda. Es más: si hubiera que plasmar en un solo vocablo su vida y su obra, el resumen se llamaría amor. Siempre hasta la cárcel y la muerte. En repetidas ocasiones de su corto vivir, Miguel se topó con tres heridas que a él le hirieron: vida, amor, muerte, en alternancia de prioridades. Pero amor siempre.

En la composición titulada A mi gran adorada Josefina ya parece presentir el próximo futuro de la herida de amor y así lo expresa, con su constante referencia a su mundo campesino-pastoril y dejando patente su amor y su dolor, dos de sus tres tremendas y definitivas heridas: «Tus carnes apaciento /metido en un rincón / y por redil y hierba / les doy mi corazón.// Cuando me falte sangre/ con zumo de clavel, / y encima de mis huesos/ de amor cuando papel».

¿Quién hubiera podido adivinar que allá en el silencio recoleto del pueblecito levantino de Orihuela, un humilde pastor de cabras iba a adquirir la hondura y la riqueza de una poesía bella y trágicamente humana? ¿Quién hubiera pregonado tales caminos de poesía, en solidaridad llena de ternura hacia la vida, el amor y la muerte, la huella de la altísima poesía de las heridas?

Miguel quiso ser poeta. Y lo fue. No es que naciera con buena estrella, o que gozase de los privilegios de hogar afortunado. Sabida es su modesta condición social, así como la brevedad de su existencia. Poesía malograda. Y pese a todo, poesía en holocausto de experiencia temprana y madura, como la fruta de su huerta que brotó fresca alimentada con la lluvia de su dolor por el amigo muerto.

Dentro del período fulminante y al rojo vivo de la vida histórica española sobreviene un acontecimiento terrible. La noticia estalló como «un golpe helado» en el corazón de Miguel. El súbito fallecimiento de Ramón Sijé, su amigo del alma, en Orihuela, con su plena juventud violentamente segada: el 24 de diciembre de 1935. No tenía aún veintitrés años. ¿Cómo acoger la noticia que tantos recuerdos avivaba? Adolescencia, el terruño, el horno, los versos incipientes...¿Cómo acallar el incontenible caudal de su memoria de años de fraternidad hacia Ramón Sijé? Lo que parecía mentira, ha ocurrido: la muerte de la amistad compartida. Así se lo comunica a Josefina Manresa, el amor de su vida, para expresar siquiera su sufrimiento escarbador, al enterarse de la muerte de su mejor amigo de Orihuela. La poesía será la encargada de manifestar su sentimiento más secreto, en ofrenda a aquella imborrable existencia. Elegía a Ramón Sijé, incluida en el libro El rayo que no cesa, con indicaciones de su pena expresas en clara dedicatoria: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería». «Es lo más hondo y mejor que he hecho», confiesa el poeta; indicación que aclara que escribió al dictado de su dolor. Ante la muerte inesperada de Ramón Sijé nace una elegía de heridas y golpes oscuros, de sombra homicida.

Se publicó la Elegía a Ramón Sijé en la Revista de Occidente, en el número correspondiente a diciembre de 1935, ofreciendo ese desesperado canto de amistad fraterna. Y un espíritu tan sensible como era Juan Ramón Jiménez publicó en las páginas de El Sol de Madrid, número con fecha de 23 de febrero de 1936 una reseña entusiasta de una nueva personalidad poética: «En el último número de la Revista de Occidente publica Miguel Hernández, el extraordinario muchacho de Orihuela, una loca elegía a la muerte de Ramón Sijé. Todos los amigos de la Poesía pura deben leer este poema vivo, donde la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo excepcional poético, y ¡quién pudiera exaltarlo con tanta claridad todos los días!». Para Miguel fue una reseña de inmensa satisfacción, y de aleccionador empuje para su quehacer poético. Psicológica y poéticamente hablando. Todo se adicionaba para que Miguel se sintiese crecer. Ese cántico a su amigo es fiel reflejo; las estrofas del principio y del final confirman la importancia de su poesía, ya granada en ciertos aspectos: «Yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas, / compañero del alma tan temprano. // A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero». Desgarrados versos a su amigo del alma que sirvieron de lápida emocional en los recuerdos del poeta...

Acaso pudiera aplicarse a Miguel Hernández lo que un día escribiera García Lorca respecto al toreo-poeta Ignacio Sánchez Mejías y que en lenguaje imitativo quedaría expresado así: tardará mucho en nacer, si es que nace, un poeta tan claro, tan rico de verdad y de aventura. Nació Miguel, se nos murió el poeta. Nos queda su poesía. Nos queda su voz, una voz que aunque inconclusa dejó una huella imborrable en la poesía española contemporánea.

*María Jesús Pérez Ortiz es filóloga, catedrática y escritora

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