Uno. Un periódico de papel se ha convertido en un objeto raro, empieza a ser ya una extravagancia. Lo habrán visto en muchas películas, más aún en las que tratan de periodistas. La gente suele salir leyéndolo mientras toma un café. En casa, en la oficina. No siempre resulta cómodo de leer. Hace falta encontrar la posición, acertar a doblarlo cuando es demasiado grande. En otros tiempos se usaba para informarse, para saber lo que pasaba. Era muy importante la primera página y, a su manera, también la última. Las dos caras resumían con bastante tino lo que aquel objeto proponía: dar una idea del mundo y entretener. La primera página jerarquizaba: por el tamaño de las letras, el número de columnas, la posición de las noticias. Con sólo echar un vistazo uno se enteraba de lo que le interesaba a esa cabecera. Su propuesta era espacial: en una superficie, la de la página, estaba resumido lo esencial que se quería contar. La última página era casi siempre más banal. Más que decir del mundo, decía del tipo de periódico. De su mirada, de sus intereses, de sus firmas. Es ahí donde se elegían los asuntos de menor calado para hacer algún guiño y establecer así un vínculo más estable con sus lectores, para hacerles reír, o emocionarlos, o interesarlos por algún chismorreo. Entre esas dos páginas, entraba de todo. Estaba, ése era el juego convenido entre todos, el mundo entero en un momento determinado (el que no salía allí, no existía: ése era el poder los medios más importantes). Los asuntos aparecían dispuestos con voluntad jerárquica: por la disposición de las piezas, su tamaño, el tratamiento gráfico. Y con orden. La elección de qué se ponía primero, y qué después, ya hablaba de la posición con la que el medio interpretaba el mundo, cómo se situaba ante lo que ocurría.

Dos. Ahora, frente a la información que sirve un medio de información digital, o un portal en Internet, la actitud es distinta. Ya no tiene tanto que ver con el espacio, con la disposición sobre la página, con la posibilidad de distanciarse y mirar. Lo que el lector, o el ciudadano curioso, espera es que no se le escapen las cuestiones más relevantes de un flujo permanente. No hay lugar para detenerse. Ni en el café, ni en la oficina, ni en el salón de casa. Es necesario acceder a la información en todas partes, todo va a depender de las características técnicas del dispositivo que utilicemos. Ya no se trata tanto un periódico de papel sino de un móvil (por ejemplo). Y la imagen que acaso resume mejor esta nueva época es la de unos periodistas que estuvieran trotando permanentemente, y los lectores trotaran también. Frente al periódico en papel, el móvil está funcionando constantemente y tiene un sistema de alertas. Según las demandas de cada cual, el artefacto interviene. El mundo no se detiene nunca, siempre está dando que hablar, así que no queda otra que hacerlo resonar. Ya no se trata tanto de organizar lo que pasa en un cacharro donde gobierna la disposición espacial. Lo que importa, más bien, es señalar lo más relevante a lo largo de una marcha incesante, que no se acaba nunca. Es un mecanismo temporal. Ya no interesa ordenar la realidad y jerarquizarla para comprenderla. La propia realidad, la realidad que se establece a partir de la interacción entre los grandes servidores y los consumidores, avisa de su existencia: gracias a pitidos, a estímulos de la más diversa especie. Si existe alguna jerarquía es la del orden de irrupción o de la intensidad del reclamo. Y todo está más mezclado. No hay espacio público, hay un orden de consumo privado.

Tres. ¿Qué hace un periodista? ¿Cómo funcionan los medios? La idea es la de que el gran público sabe del trabajo de un periodista, o se lo imagina, por el cine, por las películas. Digamos que se acepta una hipótesis cada vez más discutible: que las grandes pantallas siguen siendo muy importantes para determinar el imaginario social. Pero quizá ya no sea así. También aquí las pequeñas pantallas, las de los móviles y las tabletas y los ordenadores, son cada vez más decisivas. Y quizá al ciudadano del siglo XXI la información ya no le llegue a través de eso que llamamos periodistas y medios, sino a través de otros oficios y otros dispositivos. Los llamados influencers y las redes sociales, por ejemplo.

Cuatro. ¿Estamos atravesando un periodo de transición entre un viejo modelo de procesar y servir la información y uno nuevo? ¿O se trata de maneras diferentes de hacer, que hoy chocan, pero que con el tiempo convivirán felizmente? ¿Y que llegará el día en que será po sible que el corredor incansable tenga también un rato para sentarse y abrir el viejo periódico de toda la vida? ¿O no? Este es el asunto central de nuestro tiempo por lo que toca a la fabricación de noticias y a su consumo. El gran peligro, ya se ha visto con las fake news, es la potencia y la perseverancia de las llamadas. La repetición. También lo habrán visto en las películas: aquellos muchachos que iban por las calles anunciando los periódicos y cantando los titulares, para invitar al público que los comprara, han sido sustituidos hoy por poderosos recursos tecnológicos cuya misión esencial es hacer ruido. Insistir una y otra vez sobre lo mismo (unas cuantas imágenes, unos cuantos reclamos, unos mensajes concretos y furibundos) por los circuitos digitales, esos que le llegan a la gente que va corriendo y llaman su atención, para terminar por imponerle una determinada manera de ver las cosas. Su potencia es indiscutible. Y a través de esos medios se puede decir la verdad, pero puedo también puede construirse.

Quinto. ¿Cuánto hay de construcción de la realidad en el periodismo? La reciente película de Steven Spielberg, The Post, propone una manera de ver cómo se ofrece una información política relevante. En este caso, de lo que se da cuenta es de la manera en que la Administración de Estados Unidos ha manejado la guerra del Vietnam. Los documentos que el periódico desvela explican que, a lo largo de cuatro presidencias, no se ha dicho toda la verdad, que se ha engañado al pueblo estadounidense. Y, ésa es la idea, la misión de un periódico es descubrir lo que ha pasado, cómo se manipuló a la opinión pública para que tragaran con una terrible obligación, la de mandar a sus hijos a morir a un conflicto lejano.

Seis. ¿Qué es un periódico? Es un contenedor en el que se vuelcan una suerte de preparados que tienen la voluntad de informar. Y la redacción de un periódico es el lugar donde se fabrican esos preparados. Donde se elaboran y se empaquetan. Lo importante es la idea de contenedor y la existencia de un lugar de producción. Lo que resulte puede servirse a la manera antigua, en un soporte donde se jerarquizan los contenidos, o a la manera nueva, donde lo que importa es que el flujo no decaiga.

Siete. The Post ofrece un friso bastante completo de todos los elementos que participan en el negocio de la información, en esa empresa. Esto es importante: hacer periódicos es un negocio que debe conseguir beneficios para poder sobrevivir. Así que en el principio está el editor. El que ha puesto su dinero para que esa empresa funcione. The Post se propone dar un gran paso. Ha sido hasta ese momento una empresa familiar y será otra cosa después del próximo gran salto que se propone dar: va a participar en la Bolsa. Es el año 1971, y con ese movimiento, el que ha sido hasta entonces un periódico local debe transformarse. Así que tienen que definir de nuevo el tipo de producto que quieren hacer.

Ocho. ¿Qué hay dentro de ese contenedor, qué es lo que puede encontrar en un periódico? Hay unas reflexiones muy jugosas sobre el periodismo en el libro de Félix de Azúa Autobiografía de papel. Explica ahí que el periodismo es artesanía y oficio desde sus inicios, y que su capacidad de transformación técnica convierte hoy a sus preparados en productos instantáneos. Dice que es por eso el género ideal de la democracia total y de la cultura de masas. Cuando explica qué hay dentro de ese contenedor, se pregunta si es un contenedor de noticias. «Casi podría decirse lo contrario (y es lo que decía Karl Kraus): que las noticias se inventaron para dar un aspecto respetable a los periódicos. Tanto los diarios antiguos como los modernos contienen muy pocas informaciones relevantes». Y añade: «Dado que ya sabemos que la forma es el contenido, podríamos perfectamente afirmar que los diarios son centros de producción literaria cuya finalidad es disimular al máximo los acontecimientos reales e ir construyendo una historia ideológica peculiar». Esta observación está reñida con la idea de que los periódicos ofrecen noticias. Cada día, a todas horas. El Diccionario da cuatro acepciones de la palabra noticia: a) Información sobre algo que se considera interesante divulgar; b) hecho divulgado; c) dato o información nuevos, referidos a un asunto o a una persona; d) noción o conocimiento sobre una materia o sobre un asunto.

Nueve. La noticia que va a publicar The Post , y que constituye la columna vertebral de la película, comparte esos dos elementos: es muy importante que sea divulgada y es novedosa. El periodista imaginado por esta película está comprometido con los valores de la sociedad en la que vive, por eso considera importante que sepa qué dicen los archivos del Pentágono, y va a afanarse por mostrar algo hasta entonces desconocido, nuevo: las mentiras de la Administración.

Diez. ¿Han imaginado todas las películas al periodista como alguien que se enfrenta al poder? No necesariamente, aunque algunos de los títulos relevantes así parecen indicarlo (y por sólo citar algunos): Spotlight (2015), de Thomas McCarthy, sobre los abusos de la iglesia; Buenas noches y buena suerte (2005), de George Clooney: un presentador de la CBS contra la caza de brujas de McCarthy; Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula, el caso Watergate. El periodista imaginado es un hombre corriente, un pequeño David que se enfrenta al monstruoso Goliat, y lo derrota. Todas esas películas son, también, un canto a los valores de la democracia americana. A la solidez de unas instituciones que no sólo permiten sino que alientan la crítica, la denuncia, la exigencia de transparencia a los poderosos que nos gobiernan. Hay incluso un documental, Todos los gobiernos mienten (2016), de Fred Peabody, que recoge el trabajo de muchos nuevos medios independientes vinculados al estallido de Internet (The Intercept, Democracy Now!, Mother Jones, The Texas Observer, The Young Turks y otros). El gran referente es un periodista, I. F. Stone, que lanzó un semanario con su nombre en 1953 dedicado a revelar las oscuridades del poder. Y va más lejos: el periodismo no es un oficio, es un estilo de vida. Su tarea es denunciar el consenso manufacturado. Su otra batalla, la lucha por la financiación.

Once. Pero hay otros periodistas imaginados. Por ejemplo, el reportero desencantado del mundo de El americano impasible, la novela de Graham Greene, que Phillip Noyce llevó al cine en 2002. El periodista como novelista, que se hace dueño de la complejidad, como se cuenta en todas las adaptaciones A sangre fría, de Truman Capote. En Yo creo en ti (1948), de Henry Hathaway, James Stewart encarna al periodista que no decae, que persevera, que va a luchar hasta el final ante miles de dificultades. Y etcétera

Doce. Son mitos, representaciones, historias. Son los periodistas que el cine imagina; la realidad seguramente es más prosaica. The Post es la película que ahora invita a mirar este oficio que vive momentos turbulentos. Y todo empieza con una editora a la que le hace falta más dinero para que el periódico sea mejor. El argumento que tiene que defender es que hacer un periódico de calidad es rentable. Existe un público, cada vez mayor, que quiere estar bien informado, y que va a responder si el periódico consigue ofrecer una información más elaborada y sofisticada. Ésa es la gran aventura en la que se embarca. La gran cuestión, lo que habría que plantearse, es si ese desafío puede emprenderse todavía en estos días.