No había caras tristes, pero tampoco amplias sonrisas. Los sentimientos entre el personal y los responsables del Teatro Alameda se movían este jueves por la noche entre la pena por la marcha y la satisfacción por un trabajo bien hecho durante casi seis décadas. El espacio de la calle Córdoba vivió su última función tras 57 años dedicado a acoger todo tipo de espectáculos, desde grandes comedias a dramas de pañuelo y sofoco, pasando por los más originales monólogos e incluso conciertos de rock. La producción malagueña En ocasiones veo a Umberto, año en el que abrió sus puertas con una ópera solidaria en beneficio de las Hermanitas de los Pobres. Desde entonces, todos los grandes acontecimientos culturales de Málaga, desde el Carnaval a los inicios del Festival de Teatro o el certamen de Cine Fantástico, han tenido al Alameda como indispensable aliado.

En 1967, Eugenio Sánchez-Ramade compró el Alameda, que por entonces contaba con una única gran sala «con más de 1.000 localidades» para incluirlo en su red de cines. En 1988 se decidió ejecutar una reforma en su interior y durante los trabajos de mejora se produjo un incendio. «Tras el incendio se hicieron las dos salas pequeñas y se arrendó a una empresa que lo explotaba básicamente como multicine», relata Carlos Sánchez-Ramade, nieto del primer propietario y actual gerente, hasta hoy, del Alameda junto a su hermano Jesús.

«Llegué en 1995, cuando retomamos la explotación del Alameda. Entonces decidimos darle un giro de 180 grados al negocio. Enfocamos nuestros esfuerzos al teatro y desde entonces hasta la fecha hemos programado más de 1.000 montajes de teatro profesional», destaca el empresario, que asegura que el éxito de este espacio «enfocado al teatro comercial» tiene un único responsable: los malagueños. «El Teatro Alameda le debe absolutamente todo al público malagueño».

En unos 15 meses, el Alameda se transformará en el Teatro del Soho, un proyecto capitaneado por Antonio Banderas gracias al cual el céntrico escenario vivirá una nueva vida, algo de lo que se congratula Sánchez-Ramade. «El Teatro Alameda es un lugar al que le debo toda mi vida. Pero por otro lado pienso que va encaminado a un proyecto impresionante. No es un cierre con un final. Nos vamos muy contentos con la labor que hemos realizado. Y lo dejamos ahora en las manos de unos grandes profesionales que le van a dar una gran proyección internacional al teatro».

Los Sánchez-Ramade, con Miguel Gallego, este jueves. Foto: Arciniega

Los Sánchez-Ramade se marcharon sin celebraciones porque entienden que «la vida del teatro sigue»: «Hemos cumplido nuestra misión. No hemos convocado a la prensa ni hemos organizado una fiesta de despedida porque este teatro sigue. El teatro no ha muerto. Y esa es la esencia. Lo importante».

Del mismo modo opina Miguel Gallego, que en julio dejará su puesto de programador en el Teatro Cervantes para hacerse cargo del nuevo Teatro del Soho. «El Alameda ha sido un teatro muy coherente que se ha hecho con un público muy fiel durante muchos años. Lo que, por supuesto, es una labor muy a tener en cuenta».

Y mientras Sánchez-Ramade atiende a La Opinión, el responsable de la taquilla, Juan Ricardo Núñez Pérez, asiente con la cabeza. Para él también fue este jueves el último día de trabajo en una empresa en la que lleva treinta años y de la que se siente orgulloso. Fue en 1989 cuando Núñez Pérez acudió al Alameda por primera vez con sus cuatro sobrinos para ver la cinta de animación ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Les gustó tanto el espacio que se colaron en la sala contigua, donde disfrutaron de manera clandestina de Danko: Calor Rojo. Lo que no sabía Núñez Pérez es que acabaría dos meses después trabajando como portero en el mismo cine en el que había visto dos películas por el precio de una. «Empecé de portero, después pasé a la taquilla que da a la calle y finalmente a la taquilla interior», rememora.

Entre sus recuerdos más queridos, dice quedarse con «los comienzos de Manolo Medina con Dos hombres solos sin punto com.., ni ná, ya que, asegura, «nadie creía que iba a funcionar y al final fue todo un éxito». El responsable de la taquilla, que se confiesa un enamorado de su trabajo, también señala entre bromas la increíble resistencia de su Piaggio Velofax, la moto roja que a diario le ha llevado al trabajo durante las dos últimas décadas y a la que ahora le ofrecerá un merecido descanso. En un momento de la charla, Núñez Pérez le indica entre risas a Sánchez-Ramade: «El que de verdad mandaba en el Alameda era yo». El gerente asiente y explica: «Lo bonito es que la gente que ha trabajado aquí ha sentido el teatro como algo suyo».

¿Existe un mejor ejemplo de lo que significa el éxito? Hasta siempre, Teatro Alameda. Y gracias por tanto.