«Ya no necesito un pincel que se deslice por el lienzo. Me basta con unas tijeras que corten el papel y el color». Durante la última década de su vida, Henri Matisse (1869-1954) vivió entre la cama y la silla de ruedas. El cáncer acabó con su pasión de pintar a brazo alzado y el artista, lejos de sumirse en la inactividad y la depresión, se dedicó a reinventar su arte a través de coloridos recortables. «Creo que creando estos recortes me estoy anticipando alegremente al futuro». Buena muestra de esta etapa creativa -para algunos críticos tan brillante o más que sus anteriores- puede admirarse en el Museo Carmen Thyssen gracias a las láminas del libro Jazz, un innovador y experimental volumen publicado en 1947.

La realización de este libro, un encargo del editor Tériade, hizo que Matisse comenzase a «sentirse con las tijeras como un escultor esculpiendo la roca, porque le concedía al color la misma fuerza de algo sólido», apunta la directora artística de la pinacoteca malagueña, Lourdes Moreno.

Relacionados con el concepto de collage, los papeles recortados, de formas y tamaños variados, componen en Matisse obras llenas de dinamismo, jugando con los colores y los contrastes, explotando el concepto de decoración que siempre había presidido sus reflexiones artísticas. Las 20 planchas que conforman el corpus de imágenes de Jazz tienen una unidad temática, con estampas de extraordinaria viveza que resultan, en palabras del propio Matisse, de «cristalizaciones de recuerdos de circo, de leyendas populares o de viajes»; y una fuerte coherencia estética, en sus siluetas recortadas en colores puros, simples, expresivas, dinámicas y flexibles.

En estos recortables, con los que Matisse «consiguió la alegría de vivir», según apunta Moreno, el artista juega con el contraste de planos geométricos sobre fondos lisos o con motivos luminosos muy vivos. La muestra, que ocupa la Sala Noble del Palacio Villalón, podrá visitarse hasta el próximo 13 de enero.