Si ha habido en el arte del siglo XX una obra que generase tanto desconcierto, e incluso incredulidad en el espectador, ésta sin duda fue en el ámbito de la pintura, El cuadrado negro sobre fondo blanco de Kazimir Malévich, la cual puede verse en el Museo Ruso.

Con dicha pieza, fechada en 1915, se culmina el periplo iniciado por Cézanne, considerado por muchos como padre de la pintura moderna, en el que el cuadro deja de ser una ventana al mundo para convertirse en una disciplina autónoma, ajena a la representación academicista, que explorará todas aquellas cuestiones relacionadas con su propia constitución interna; a saber forma, color, superficie, carácter bidimensional, textura€ Para Malévich el Suprematismo fue la consecuencia lógica del proceso de abstracción cubista que debía desembocar en el encuentro con la forma pura; una forma nueva que encarnara los ideales de una nueva sociedad naciente ansiosa por romper con las cadenas del pasado del antiguo régimen. No sería sino en el seno del movimiento vanguardista ruso que esta escisión formal con la tradición emergiera en toda su totalidad y en un grado de radicalidad mayor que en el resto de las vanguardias históricas. De ahí que aún hoy día el enfrentamiento con el icono de la modernidad, la sintética pieza de Malévich, levante aún rechazos y pasiones a partes iguales.

En la exposición Kazimir Malévich que puede verse en el Museo Ruso de Málaga, se sucede un nuevo capítulo en esta historia de amor/odio entre aquellos amantes del arte más tradicional y figurativo y estos otros fascinados por la poderosa atracción que una mancha negra sobre fondo blanco parece ejercer cual agujero negro sobre nosotros. No cabe duda de que es un privilegio poder visualizar en directo dicha obra, además tan bien acompañada con otras pertenecientes a las exploraciones espaciales que el maestro llevó a cabo entre 1913 y 1923 llenas del dinamismo y vigor de su periodo suprematista. Un periodo que puede resumirse de entusiasmo, consecuencia de la victoria del Ejército Rojo sobre el zar Nicolás II que trajo consigo el surgimiento de la URSS en una primera época liderada por Lenin, y que representa tan sólo una parte del total de la exposición.

A partir de 1923, con la llegada al poder de Stalin, se entrevé en la producción de Malévich una especie de retorno al orden, del mismo grado que pudo verse en el estilo posterior al Cubismo por parte de Picasso y otros muchos autores de esta época. Se trata de un periodo que tiende a tildarse de reaccionario, al volver la plástica pictórica a posiciones anteriores al frenesí abstracto de la vanguardia, y que fue consecuencia de los turbulentos sucesos acaecidos en las primeras décadas del siglo XX que desembocaron en la I Guerra Mundial. En el caso de Malévich este retorno es debido también al ascenso del Realismo Socialista, considerado por el Ministerio de Propaganda de Stalin como el arte que mejor representaría el heroísmo del Estado en la URSS, el cual provocó en la producción del maestro ruso un halo de melancolía ante el fracaso que devino la utopía revolucionaria. En este trabajo posterior al Suprematismo se despliega una suerte de figuración sintética, muy similar a la que ya desarrolló en su periodo cubofuturista anterior, donde los personajes retratados quedan desprovistos de cualquier rasgo de personalidad, enfrentándose a la realidad desde una especie de vacío existencial construido por Malévich donde no hay punto de fijeza al que agarrarse. Se trata de retratos anónimos, campesinos anclados a una tierra baldía, donde la pintura aborda la superficie de manera aséptica, basando su construcción en un diálogo entre planitud y ausencia de detalles que incide en la idea de individuo desprovisto de identidad diluida en el gris de una realidad decepcionante. Es el Malévich más crítico del recorrido, y a la vez el más reflexivo y melancólico, aquel que entrevé el fracaso de la utopía revolucionaria y que relata este fracaso en esta serie de pinturas.

Puede verse a través de los textos que acompañan la exposición, como el artista siente en su propia piel la desazón revolucionaria a la que se vio sometida gran parte de la población soviética en estos años posteriores a la Revolución de Octubre llevados con mano de hierro por Stalin. Se traza así, una línea cronológica desde su primera época como profesor en Vitebsk, al lado de artistas tan importantes como Chagall, Kandinsky o El Lissitzky, donde desarrolla su estilo radical suprematista, hasta su reclusión en un pequeño pueblo a las afueras de Moscú en el cual se consumiría poco a poco su vida a consecuencia del aislamiento sufrido a manos del Estado que lo llegó a acusar de espía a su regreso de un viaje de Berlín en 1930. En estos últimos años de su vida su romanticismo por la forma pura ya ha sido transfigurado en un estilo más cercano a la órbita socialista, hacia donde Malévich parece querer aproximarse en una serie de pinturas que abandonan toda tendencia abstracta para declinarse por un estilo de corte renacentista no exento de interés.

Así el artista que provocó el quiebre que durante 400 años dominó el canon del arte en occidente acabó pintando a la manera clásica una serie final de retratos en el destaca uno de su propia imagen. Justo al lado, en la sala que clausura la exposición, su homenaje a la Caballería Roja, símbolo de la fugacidad de la esperanza de cambio en una época oscura donde ya emergía el fantasma del fascismo.