Una tarde de marzo, como la de ayer, aunque de hace muchos años tantos como siglo y medio alumbraron la más antigua de las sociedades de conciertos de este país. Feliz efeméride que la casualidad no ha querido esperar al concierto oficial con la OFM el próximo viernes veintidós y sí recuperar el concierto que por enfermedad debió cancelar el violinista malagueño Jesús Reina en enero pasado. En esencia la segunda parte del programa ha conservado el repertorio de obras seleccionadas si bien la primera parte prescindiría de Dvorák y Enescu para centrar la atención en Debussy acompañado del piano de Francesco Libetta, protagonista también de la página que cerraba este primer tiempo del recital con su Sonata para violín y piano.

Estructurada en tres movimientos la Sonata en Sol menor de Debussy puede ser considerada una página de despedida y por tanto maestra no sólo por el carácter pictórico que evoca -típico y a su vez único- sino como pórtico de entrada a la música del siglo pasado. Hay quien ha llegado a afirmar que en el tratamiento por igual de ambos instrumentos el compositor francés se acerca más a las formas dibujadas por Mozart o el mismo Brahms. El violín de Reina y el piano de Libetta intentaron mantener a lo largo de la interpretación el tono evocador y misterioso que atesora el catálogo del músico francés. Destacar el tiempo central como puente al exigente finale técnico y artístico.

La primera parte del concierto concluía con una página del propio Francesco Libetta su Sonata Con il senno di poi. Articulada en cuatro tiempos la página corre paralela a formas clásicas como el allegro de apertura cercano a la sonata clásica. Si en Debussy el discurso aparece tratado al mismo nivel Libetta cedería parte del protagonismo al violín de Jesús Reina especialmente en el vivace y el tercer tiempo decididamente cantábile, muy pausado y no falto de inspiración.

Tras el descanso, el numeroso público que llenó la Sala María Cristina pudo vivir un viaje relámpago por la historia del violín con paradas en Paganini, Kreisler, Sarasate y obviamente Bach aunque ya fuera de programa. La otra vertiente de esta segunda parte se ubicaba en el carácter eminentemente virtuosístico teniendo en cuenta el repertorio seleccionado como prueban los dos caprichos de Paganini que Reina atacó sin mayor problema o la exquisita lectura de la Melodía de la ópera de Gluck-Kreisler. El Capricho Vasco de Sarasate cerraba oficialmente el programa aunque su Navarra, en el capítulo de propinas, trajo el momento más brillante del recital con la presencia en el escenario de Anna Nilsen de cuyo instrumento iluminaría el escenario de la María Cristina en una jornada tan especial.