Málaga destaca como tierra de algunos de los más decisivos pedagogos de la España reciente: Alberto Jiménez Fraud, el factótum de la Residencia de Estudiantes, y Salvador Giner de los Ríos, el fundador del Instituto de Libre Enseñanza, son dos figuras capitales en la educación de nuestro país, revolucionarios callados pero hondos, humanistas de tomo y lomo que contribuyeron a una edad de oro cultural. Junto a ellos, una figura de similar altura pero mucho más desconocida: la de Vicente Ramírez Brunet, cuya vida y obra es ahora reivindicada en un libro de Manuel Almisas Albéndiz recién publicado, Vicente Ramírez Brunet, el primer maestro laico (Editorial El Boletín-El Puerto)

«¿Se imaginan hace 145 años un colegio con gimnasio, con grupo de teatro infantil, con periódico propio, con ajedrez en los recreos, con canciones para aprender la geografía, con formación básica ocupacional, y encima un colegio laico o neutral? ¡Pues existió en Cádiz y lo fundó Ramírez Brunet!», escribe Almisas Albendiz, responsable de una investigación pionera sobre un hombre apenas reivindicado (googleen su nombre y apellidos y obtendrán sólo unas cuarenta referencias, algunas irrelevantes).

Vicente Ramírez Brunet nació en Churriana (Málaga) el 3 de enero de 1843, primogénito de la gaditana Claudia Brunet Beltrán, hija de un capitán de los Voluntarios de Extramuros de Cádiz, y del malagueño Vicente Ramírez Rodríguez, médico-cirujano formado en la Facultad de Medicina de Cádiz, ciudad donde ambos se conocieron y se casaron. Vicente fue criado en Málaga, pero al morir su padre, a los 10 años, se trasladó a Cádiz, para residir con una tía. Estudió en la Escuela de Industria y Comercio pero pronto sintió la llamada de la docencia (comenzó a impartir clases particulares de Matemáticas) y la política (fue concejal del primer ayuntamiento republicano de Cádiz). Dos pasiones que fundió en el pleno del 28 de marzo de 1873: «Que la ilustración del pueblo sea la primera piedra sobre la que se afirme nuestra gran doctrina. Que la escuela se parezca a un pueblo microscópico de pequeños habitantes en donde se aprenda todo lo bueno que el hombre tiene necesidad de practicar y saber al tratar con sus semejantes en la vida de la sociedad», dijo.

Nombre simbólico

Ramírez Brunet se inició en la masonería y adoptó el nombre simbólico de Pestalozzi. Fundó varios círculos librepensadores y, finalmente, su propio colegio, la gran obra de su vida, el Colegio Pestalozziano. En la planta baja, estaba el colegio propiamente dicho; en la superior vivían el pedagogo y su madre (pronto fallecería). Amalia Carvia, sufragista, feminista, profesora y amiga del malagueño, escribió: «Cuando sus pequeños discípulos salían de la escuela, él cogía la escoba, barría, fregaba el suelo, hacía todo lo que aconsejaba la higiene para que su pobre establecimiento estuviese en buenas condiciones; él guisaba su comida, él lavaba su ropa y era de ver cómo aquel hombrachón, con su negra y espesa barba, hacía todos los menesteres de una criada por no poderla pagar... ».

A los 41 años, Vicente Ramírez se casó con Rita Ángel Seguí, que participó activamente en el Colegio Pestalozziano, impartiendo clases a las alumnas femeninas. El centro llegó a tener 160 alumnos de primera y de segunda enseñanza. Apenas hay bibliografía sobre los métodos y actividades del malagueño pero la investigación de Almisas Albéniz concluye que fue «uno de los precursores de la pedagogía científica de nuestro país».

Penosa

La situación económica del matrimonio Ramírez-Seguí fue casi siempre penosa, y el Colegio Pestalozziano, por el marcado carácter republicano de su fundador, fue objeto del acoso frecuentes de los sectores más católicos de la sociedad gaditana. La familia iba de casa en casa, cada vez más pequeña y humilde. Murieron los dos hijos que tuvieron. Pronto falleció también el propio pedagogo, víctima de una obstrucción intestinal.

Los diarios republicanos de Cádiz, La Lucha y El Pueblo, abrieron sus ediciones con la noticia de su muerte y funeral: 2.000 personas formaron el cortejo fúnebre por las calles de la ciudad. Escribió Amalia Carvia: «Cuando se escuchan las cosas que Ramírez Brunet hizo para sostener su querido colegio, asoman lágrimas a los asombrados ojos y del corazón sale este grito: Un altar para este hombre». Un altar para el primer maestro laico de España. Aunque, de momento, valdría el reconocimiento y su reivindicación.