Ahora que languidece la estación, nos quedamos con sus frutos. Menudo verano, a un incendio por semana y no sólo bosques, también han ardido personas, casi a una por semana. En medio del fuego a Málaga le tocó la lotería: la próxima gala de los premios Goya. Una decisión intuida, cuyo gol encajaron bien sus promotores en esos días de julio. Una excelente noticia que, como todas, tiene sus matices y confirma el buen momento, imagen y potencial de una ciudad que apuesta por la cultura y por su sector cinematográfico. ¿O sólo por el turismo?

Es verdad que un evento como los Goya es, ante todo, un gancho promocional y turístico, por eso la «amortización» de que se habla se basa en apariciones en medios, cifras que se supone repercuten en futuros turistas, la «marca Málaga». Pero, hecha la apuesta por asociar Málaga con Cultura y con el Cine, y son ya muchos los millones ahí gastados, va de suyo que el retorno no debería quedarse sólo en hostelería. Haber puesto a Málaga en semejante escenario es la oportunidad que muchas ciudades sueñan, sin conseguirlo, ya sea por sus condiciones, por carecer de recursos o de talento para hacerlo. Aquí se ha hecho un gran esfuerzo, una apuesta muy fuerte, por lo que es obligado recapitular en balance y objetivos.

Ya se intentó ser Capital Cultural Europea de 2016 pero faltó convicción; y tampoco se ha hecho nada con ese ambicioso programa que vino a presentar un secretario de Estado, Málaga Cultura Innovadora, una herramienta extraordinaria que no se ha sabido aprovechar. Pese a ello, la apuesta por lo cultural ha cuajado hasta convertirse en pieza de la negociación política tras las últimas elecciones: la cultura «estratégica», un anhelo que hemos tenido miles de malagueños desde Rodríguez de Berlanga, que no vendió ni uno solo de sus libros sobre la Arqueología e Historia de Málaga, hasta las generaciones más recientes. Se ha creado gran expectativa, demasiados artículos y rankings nos señalan como destino cool, y pareciera que ya no es imprescindible emigrar, como lo era antes, para dedicarse a cualquier profesión cultural. Pero ¿esto es real? ¿sostenible? ¿O sólo una circunstancia pasajera ligada al turismo cultural, y en cuanto se vayan los turistas o se acaben las licencias de los museos, caerá también el telón sobre la ciudad cultural? ¿Hasta qué punto se están poniendo los fundamentos para que, más allá del escaparate, lo cultural pueda ser una industria de verdad?

Haber atraído buenas marcas demuestra gran visión y habilidad, pero son sólo «contenedores» adquiridos o alquilados, y estamos pagando por lo que sus creadores y gestores invirtieron en ellas. ¿Por qué no proponerse crear valor, marcas y productos, que se puedan exportar?, ¿para qué ampliar el número de esos escaparates si no se aprovechan para generar producto de aquí más allá de la «marca Málaga»? No hablo de incubadoras para creadores o artistas, hablo de estructuras capaces de producir, gestionar y distribuir esos contenidos culturales, como en cualquier otro sector, y en proporción a lo invertido. Una estrategia sólo pendiente de «los bárbaros», siguiendo a Cavafis, además de en peligro, nos mantendrá en la mentalidad del colonizado: Málaga seguirá viéndose como tierra de extracción, en lugar de la perla del Mediterráneo que merecemos ser y que hemos empezado a creernos.

Quiero dar un pequeño salto atrás, apenas 20 años. Entonces la cosa era muy diferente: cualquier malagueño presumía de ciudad pero pocos se identificaban con su patrimonio, palabra que entonces sólo aludía a notarías y herencias. Si te preguntaban por monumentos, lo normal era señalar a Córdoba, Sevilla o Granada, ése no era nuestro fuerte, tampoco la arqueología. Allí llevaban en autocares a los cruceristas, hoy tan emblemáticos, sin que llegaran a poner un pie en el centro de Málaga. Amigos o parientes de paso te solían citar en la estación o el aeropuerto ya que su destino era el litoral occidental, entonces el único atractivo de la Costa del Sol. Fuera de la Semana Santa o la Feria en la capital había poco que ver, así se pensaba y la Administración pública no era excepción: si acaso Picasso, pero ni museo arqueológico (que no había), ni teatro romano (¡hubo quien quiso mantener la Casa del Cultura!) ni el teatro ARA, y peatonalizar la calle Larios ¿para qué? Nada era «gran cosa» y a casi nadie le gustará hoy reconocerse en aquella forma de pensar, pero es lo que había.

Semejante cambio demostraría que hasta el pensamiento más profundo se puede transformar. Hoy el orgullo malaguita parece más abierto, aunque siga durmiente ante el coste de este desarrollo y una turistificación que expulsa a los vecinos de un centro convertido en parque temático. Eso y la subida de los alquileres y pisos son el precio que estamos pagando por el éxito de la marca Málaga.

Volviendo al presente y a la Gala de los Goya: el enorme esfuerzo por hacer de Málaga la capital del cine español -el Festival de Cine lo ha conseguido en sus 23 ediciones- debiera servir para impulsar una industria cinematográfica propia. Coincide con un momento dorado: nunca se habían dado tantos rodajes a la vez, series de altísimo nivel que están demostrando el gran nivel de los profesionales locales, y una inyección para todo un engranaje en torno al cine. En este ámbito Málaga era ya pionera: el «service» internacional nos había dado un nombre desde hace décadas, sobre todo en rodajes publicitarios. Pero esta afluencia de rodajes que tantas expectativas ha despertado podría situarnos ante el mismo espejismo.

Porque, al igual que con los museos, hay que diferenciar entre atender producciones que vienen de fuera (por mucho empleo que genere, gasto en proveedores locales e incluso visibilidad de la marca) y generar nuestras propias historias, que es lo que permitirá que el valor añadido se quede aquí. No creo necesario explicar esto ni tampoco que esa capacidad no se improvisa. Hay ya continuidad en la producción malagueña, pero alcanzar el nivel adecuado requiere de un mayor esfuerzo y, sobre todo, que eso sea un objetivo declarado.

Con el tema de la Gala han emergido esos mismos tics de autodesprecio y, cómo no, la comparativa con otras ciudades (vaya, Sevilla otra vez). En el escaso debate habido, se ha tachado a la producción malagueña de «voluntarista y amateur», situándola fuera de la industria. Asombroso, ¿no? más aun viniendo de voces malagueñas a las que se le supone conocimiento. ¿El mismo agujero negro? No sabría decir. Sí habría bastado mencionar la dificultad de producir cine en una ciudad donde se empieza de cero, que no se ha beneficiado de tener cerca a la RTVA, cuyo entorno se nutre desde hace 30 años del lógico impulso de una cadena de televisión. Más asombroso era ignorar que en los últimos años las producciones malagueñas son constantes en festivales y en la propia cartelera. Sin ir más lejos en Sevilla, en la última gala de los Goya, aparte de los intérpretes y profesionales malagueños, dos de las películas nominadas estaban producidas desde Málaga: Viaje al cuarto de una madre, premiada en el Festival de San Sebastián y con una trayectoria extraordinaria; y Sin fin, que obtuvo en el Festival de Málaga el premio al mejor actor (Javier Rey) y a la mejor ópera prima (hermanos Alenda), y de la que soy su productor.

Me he preguntado por la razón para regalar a otros lo que nos corresponde en cuanto a «cine andaluz». Debe ser esa mentalidad de ciudad colonizada, que pone una alfombra roja a cualquier extranjero que venga «a invertir» aunque sepamos que su balance será la prioridad por encima de sembrar en lo local. Crear algo tan complejo como es el cine, y desde tan abajo, es extremadamente difícil. Hacer que arraigue, crezca y dé resultados es, como en cualquier industria, una apuesta a largo plazo. Pero una vez que la ciudad ha elegido ser «cultural» y «de cine», es la única apuesta posible. Málaga está obligada a ir a fondo en esta inversión y hacer algo más que una ciudad de escaparate. Ya no hay excusas para seguir confiando en que ese/a magnate, artista, jeque o potentado/a venga a resolvernos la vida. La verdadera prosperidad está a nuestro alcance, pero hay que cambiar de chip.

En la gala de los Goya estaremos una buena representación del cine de Málaga: intérpretes, técnicos, creadores, productores€ es de rigor y un orgullo, siendo anfitriones por nuestra ciudad. Más allá del amor propio estará también cierto escozor del nuevo rico y es probable que oigamos esas cosas ya tan manidas sobre las subvenciones gracias a las cuales vivimos de cóctel en cóctel y en permanente photocall. Es el peaje de dedicarnos a la imagen: servir a otros de cortina de humo o punching-ball.

Por dentro, sabemos bien el coste de esa alfombra roja: en una sola noche se empleará el mismo presupuesto que nuestra comunidad autónoma dedica a incentivar el cine andaluz de todo un año. Dos millones de euros, una cantidad insuficiente para el nivel y resultados que ha alcanzado la industria en Andalucía (Cataluña invierte 10, de otras regiones europeas, Italia o Francia mejor no hablamos). Esos 2 millones se convierten en 10 generando además valor y empleo, y retornan al erario vía seguros sociales, impuestos, tasas, etc. Es, por tanto, una inversión multiplicadora pero es, para la industria andaluza, la única forma de poner en marcha las películas que luego competirán con el resto de producciones españolas para alcanzar, si todo va bien, su estreno en el Festival, en los cines, televisiones o plataformas y, ojalá, llegar a esta misma Gala. Por eso, esa noche de la Gala, para quienes nos dedicamos a producir cine desde Málaga, la procesión irá por dentro sabiendo lo que con esa cifra cambiaría para consolidarnos y abrirnos un hueco en el cine español. Esa noche nuestra expectativa estará en que toda la ciudad se convierta en una alfombra roja o del color que sea con tal de apostar por lo propio de forma decidida, rotunda y con un objetivo claro que nos impulse a dedicar más inversión y atención a los contenidos propios. Porque entonces sí, lo de la Málaga cultural y de cine, será una realidad.

*Hergueta es productor de cine, presidente de la Asociación PECAA y miembro de PROCINEMA