La ópera en Málaga es todo un acontecimiento cultural de primer orden y prueba de ello es que, tras inolvidables años duros, la Temporada Lírica del Teatro Cervantes haya aguantado los envites. Y es que la sensatez ha logrado aportar una posibilidad sostenible refrendada por el aumento exponencial de los abonos al cartellone del gran Coliseo, o que esta programación contemple tres funciones para dos de los cuatro títulos que la articulan. Lo cierto es que este viernes el teatro había colgado el cartel de no hay billetes y cuando eso ocurre, desde las butacas hay una energía que impulsa la apuesta de la producción musical que hace el Cervantes. Fidelio inaugura la temporada apostando fuerte sobre la base de una producción escénica con sentido que suma enteros a la concepción musical que ha manejado el director musical al frente de la más que resuelta Filarmónica de Málaga, Manuel Hernández Silva: equilibrio. Precisamente este equilibrio entre lo escénico -como sólo puede hilar José Carlos Plaza- lo orquestal, con una línea desde el podio clara, asentada en el clasicismo musical que se aleja de los tópicos pseudo románticos anteponiendo dinámicas dúctiles; y finalmente, el elemento canoro especialmente cuidado para esta producción rematado en lo coral por el trabajo de Salvador Vázquez y María del Mar Muñoz al frente del Coro de Ópera de Málaga. Con estos mimbres Fidelio hizo valer todos sus elementos en juego.

Berna Perles en el papel de Leonora mostraría el talento y músculo vocal de la gran soprano dramática en la que se ha convertido. Perles maneja las tablas y en lo canoro destaca el plano medio donde reina gracias al control del fraseo y la naturalidad de sus notas altas. No menos destacable fue la Marzelline defendida por Beatriz Díaz que ofreció en todo momento notas altas bien trabadas completando el arco tímbrico de ambas damas visibles en los empastes a dúo. Por su parte Pablo García exprimió al máximo sus cualidades canoras y actorales que serían ampliamente reconocidas por el auditorio. Mención aparte merece el trabajo expuesto el Florestán defendido por César Gutiérrez en una suerte de medida y gusto musical. Fidelio también destacó por sus trío de bajos-barítonos comenzando por el Rocco de Tijl Faveyts que resolvió con gallardía, emisión rica y presencia en el escenario.

José Antonio López resolvería con solvencia el incómodo rol asignado a Don Pizarro extrayendo notas profundas, oscuras y convincentes. Y cerrando el trío Luis López que llega reclamando por derecho su momento en la escena nacional, el Cervantes tiene con el barítono malagueño una apuesta segura y es que López lo tiene todo para construir una leyenda. La temporada lírica despega y lo ha hecho con talento y unanimidad.