La Filarmónica de Málaga de los programas de abono regresaba a la agenda del Teatro Cervantes dos meses después de la ya calificada Novena beethoveniana. Cara y cruz de dos maneras de entender y trabar un programa desde la solvencia y la lógica artística. El séptimo programa de la orquesta celebraba el reencuentro con el Cremona de Asier Polo y el revelador debut del hongkonés Perry So, uno de los candidatos finalistas que optó a la titularidad de la OFM.

Concierto de fin de una era, la victoriana del maestro inglés Edward Elgar, y el horizonte de la escuela francesa de Ravel y Debussy como pioneros de los nuevos horizontes del siglo pasado. Tradición y vanguardia para un programa que aunque pudiera apetecer insistente fue la cota máxima de esta temporada, por la conmovedora inspiración de Polo y la energía de So; en una sola palabra: inmenso.

El poema coreográfico La Valse vio la luz a finales de 1919 coincidiendo con el fin de un tiempo segado abruptamente por la Gran Guerra. El sueño, las brumas del recuerdo se suceden en imágenes insistentes sobre una orquestación magistral desplegada por Ravel, donde la modulación, el pulso y la claridad dinámica obligan a la batuta a marcar los suficientes acentos y contrastes para no precipitarse sobre una masa sonora deforme. A esto se suma la claridad de Perry So al discernir entre lo grotesco y la nostalgia de las distintas imágenes temáticas.

Elgar destila aires elegíacos en la que fue su última gran página orquestal; quizás vuelca en ella una despedida a un mundo que ya no era el suyo y este motivo dota a la partitura de tonos íntimos y dialogantes que en el cello de Asier Polo se transforman en una experiencia entre oyente y músico. Pocas veces la OFM ha leído con tanta carnalidad el Concierto para Cello del compositor inglés; la última ocasión también lo hizo con el cello de Polo pero precisamente en esta se descubre una línea de desarrollo continúa donde lo dramático prevalece sobre la técnica y donde la técnica hace posible ese encuentro artístico irrepetible y emocionante. Polo respira el instrumento.

La Mer de Debussy posee más estructura de gran sinfonía que poema sinfónico algo que Perry So quiso destacar de su interpretación sin descartar el irresistible poder descriptivo del amanecer del primer movimiento, la pura contemplación del segundo y el sentido circular que encierra el tiempo conclusivo y todo con la complicidad de una orquesta seducida por el director chino.

Leopoldo Saz en la caja, los saxos de Elisa Urrestarazu y Alejandro Arroyo, la flauta de Frederick Ghijselinck, el trombón de Santiago Novoa o el clarinete de Martín Blanes... Fueron algunos de los atriles solistas protagonistas de la versión medida por Perry So, desde el podio, del Bolero de Ravel, un inmenso crescendo sobre dos motivos temáticos a los que resulta imposible sustraerse. El director lo elevó a incontestable con un pulso decididamente firme.