Muchos, muchísimos malagueños que en algún momento de su vida decidieron explorar el mundo de las seis cuerdas tuvieron o tienen una guitarra de Pedro Maldonado, el gran luthier malagueño. El pasado 16 de abril todos estos instrumentos que creó a lo largo de su larga carrera profesional se sumaron a un re sostenido por el alma de su padre: el constructor falleció a los 90 años, finalizando un capítulo glorioso de la guitarrería andaluza.

Quien haya pasado por la Avenida de Velázquez ha visto su taller, en el número 59. Décadas y décadas de trabajo infatigable para hacer criaturas a la altura de los sentimientos de los guitarristas y las emociones de los melómanos. «Tuve la suerte de criarme a un paso de su taller, en el que Pedro me invitaba a ir a tocar, me prestaba partituras para que estudiara y compartía sus conocimientos conmigo. Recuerdo las tardes que pasaba allí de niño donde muchas veces no se sabía si Pedro tocaba la guitarra en los descansos del taller o descansaba de tocar la guitarra para seguir en la construcción de la guitarra que estuviese haciendo en ese momento. Sea como fuere, en su taller sólo se respiraba guitarra a todas horas», escribió el guitarrista malagueño Andrés Cansino en Pellizco Flamenco.

Nacido en Loja en 1929, Maldonado, ya de niño, amaba la madera, tanto que siendo un niño su padre ya le animó a que fuera su ayudante en el taller de ebanistería que regentaba. Allí empezó a adentrarse en los secretos del material, investigando especialmente la manera en que permite, convertido en guitarra, servir a la emoción jonda del flamenco. En Granada, conoció a Manuel de la Chica, Eduardo Ferrer y Antonio Robles, los maestros de la guitarrería de entonces y junto a los que descubrió que ése, y no otro, iba a ser su mundo.

A los 30 años, abrió su primer taller propio para satisfacer las necesidades guitarrísticas de los vecinos, pero pronto la calidad de sus instrumentos llamó mucho la atención, así que Maldonado se trasladó a Málaga en busca de una mayor clientela. Instaló su taller en la Barriada de Sixto, y un conocido guitarrista de la época, Rafael de Antequera, se convierte en gran altavoz: «Si bonita es la fachada, mejor es su interior. Me la llevo», cuentan que dijo al descubrir el sonido y el acabado de una de las maldonado. Tres años después se instaló en el 59 de la Avenida de Velázquez, y el taller empieza a recibir multitud de pedidos: había que ejecutar jornadas de 14 horas diarias para poder abastecer todos los encargos provenientes de todos los continentes.

Entre sus clientes, guitarristas clásicos de la talla de Los Romeros, Eliot Fisk, Jan Wolf, Cecilia Peigel, Angelo Gilardino, Francisco Doblas y Arturo F. Jasso, y flamencos como Manuel Cano, Merengue de Córdoba, Paco de Antequera, Parrilla de Jerez, Moraíto, Vicente Amigo (en la imagen inferior), Morenito de Hellin, David Leiva, Antonio Losada, Antonio Soto, Paco Javier Jimeno, Andrés Cansino, David Caro, José Luis Medina, Diego Vargas, Juan de la Cruz...

Ya no está con nosotros Pedro Maldonado, sí continúan sus hijas, esas guitarras que fabricó en busca del pellizco y la emoción. Además, la madera sigue vibrando en su taller gracias a Pedro y Luis, sus hijos, a los que adiestró en las claves de la guitarrería y gracias a los que el taller de la Avenida de Velázquez sigue siendo un santuario para los amantes de las seis cuerdas en cuerpo sinuoso. Descanse en paz.