Orquesta Filarmónica de MálagaDirección:

Andrés Salado

Solista: Antonio Ortiz, piano

Programa: Concierto para piano y orquesta nº 4 en Sol mayor, op.58 y Sinfonía nº 7 en La mayor, op. 92 de L. v. Beethoven

Lugar: Auditorio Edgar Neville

Las celebraciones del año Beethoven se han visto afectadas por la atípica realidad en que nos ha instalado la pandemia pero la sombra del genio es alargada y no precisa de efemérides para destacar como pilar del gran repertorio. Comenzó el Ciclo Frente al Mar que suma su novena edición con monográfico dedicado al genio de Bonn, lleno en el aforo limitado impuesto y dos grandes músicos junto a la Filarmónica: el piano del malagueño Antonio Ortiz, que no lo hacía desde dos mil quince, y el esperadísimo debut de Andrés Salado en el podio de la OFM.

Circula la convicción -no es ningún secreto- entre profesionales y aficionados que la OFM no puede traspasar su punto de inflexión precisamente por la falta de un contenedor tan importante como es el auditorio y la acústica ideal que permita a la orquesta seguir creciendo artísticamente. Hecho más que visible no sólo en este programa, en la que hay que agradecer la medidas arbitradas por la Diputación de Málaga para sumar este espacio escénico, sino en cualquier concierto de la temporada de la OFM. Pero también hay detalles puntuales que hay que cuidar y que marcan la diferencia entre lo excelente y lo irrepetible como optar por un piano de concierto fiable y no empañado que añade otra dificultad paralela a la construcción de un concierto.

El estreno del Cuarto Concierto para piano y orquesta de Beethoven en diciembre de mil ochocientos ocho lo hizo acompañado de la Quinta y Sexta Sinfonía y uno de los primeros esbozos de esa gran sinfonía que coronará el ciclo sinfónico beethoveniano como es la Fantasía Coral. Antonio Ortiz destiló un profundo conocimiento de la partitura estableciendo contrastes que, lejos del efectismo, se vinculan con la propia libertad interpretativa que imprime el compositor en esta página. Exquisita sensibilidad en la novedosa introducción del primero de los temas del allegro de apertura frente al audaz segundo tema dejando espacio para el diálogo entre solista, director y conjunto. La afilada aspereza de las cuerdas en el tiempo central no empañó la sensibilidad de Ortiz al hacer cantar el maltrecho instrumento, como prueba la enmarcable cadenza que atesora el movimiento y abordar decididamente el rondo de cierre con elegancia y sobrado virtuosismo.

Tras una brevísima pausa para recomponer el escenario llegó la apoteosis creativa, artística e interpretativa que es la Séptima de Beethoven en una lectura, que con alguna fluctuación del conjunto sinfónico en el capítulo del balanceado, tuvo a los atriles de la OFM como protagonistas y la reveladora batuta del maestro Salado. El director marcó dinámicas amplias y muy precisas eliminando dejes en la búsqueda de la brillantez en la emisión y el necesario contraste entre tiempos que marcan siempre la diferencia entre lo correcto y lo artísticamente extraordinario que es lo que espera siempre el oyente. La buena factura del capítulo inicial abonó el incontestable allegretto para continuar danzando en el presto del scherzo y afrontar el cierre en lo que fue un sincero ejercicio orquestal guiado por el iluminado pulso del maestro Salado que no desaprovechó la oportunidad para cargar con estilo y valor simbólico en este atípico momento.