Paula Varona (Málaga, 1963) tiene en su universo personal y artístico dos grandes obsesiones, entre otras: los museos, pasear por ellos, mirar cómo miran los demás o uno mismo, y las ciudades, conjuntos «llenos de ideas, sensaciones, juego de proporciones, contrastes, leyes ocultas y claves secretas», dice. Los caminos de la mirada, su nueva exposición, reúne ambas fijaciones en 50 óleos sobre lienzo en el madrileño Centro Cultural Casa de Vacas (en el Parque del Retiro).

«La pintura de Paula Varona es fácil de ver y difícil de explicar», acertó el doctor en Historia del Arte Javier Morales Vallejo. Las creaciones de esta cosmopolita malagueña afincada en Madrid (ha estudiado en la británica St Martins School of Arts, ha residido en Japón y Estados Unidos) ponen a dialogar el clasicismo con el pop, a Hockney con Goya, siempre impregnándolo todo con «la dosis suficiente de poesía para que sus imágenes no se queden en algo banal ni mecánico", en palabras del crítico e historiador Francisco Calvo Serraller. La artista lo resume así: «Lo veo, lo siento, lo pinto».

A Varona le fascinan los museos, que es, asegura, «adonde vamos las personas para dialogar con las obras de arte»; una conversación que captura en varios metacuadros de Los caminos de la mirada: así, por ejemplo, en «El Bosco. El Jardín de las Delicias» se ve a la propia artista contemplando, de espaldas, la mítica tabla del pintor neerlandés. En otras retrata a miembros de su familia (como su hija Inés, como si fuera protagonista de una pieza de David Hockney, pintor pop por excelencia), un hábito que, tal y como reveló la malagueña recientemente a OK Diario, tiene un origen muy emotivo: «Comencé a poner a los miembros de mi familia en las obras porque, entre otras cosas, veía a mi madre mayor y quise mantenerla siempre latente y viva, conmigo, acompañándome, a través de mis obras. Es una forma de tener un diálogo familiar porque son las relaciones humanas son las que nos sostienen».

La otra gran protagonita de la muestra es una ciudad, Madrid, donde la creadora vive. Su mirada amable a la metrópoli alimenta muchas piezas, consiguiendo suavizar «los perfiles duros de la gran ciudad en una atmósfera optimista», según, de nuevo, Calvo Serraller. Lo describe muy bien el escritor Juan Manuel de Prada, fan confeso de la malagueña y autor del texto que acompaña Los caminos de la mirada: «En la pintura de Paula Varona, el aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, una luz que tiene la palpitación de su alma; y quien se asoma a sus cuadros se siente invadido por esa luz, conquistado por ella, salvado por ella, metido en sus adentros, donde encuentra una clarividencia nueva con la que puede volver a bautizar el mundo (...) Para poder pintar la luz hay que amar el mundo que la luz contiene, desde el átomo inanimado a la criatura humana. Arte y vida unidos en la misma ley misteriosa del amor».

Finaliza la exposición con un guiño a su tierra natal, Málaga, un lienzo de un faro con una intencionalidad clarísima, explicó al citado medo: «He pintado mucho mar, crecí en Málaga y tengo el mar en mi retina. Lo toco con mi mente, es el primero de toda la exposición que pinté, aunque lo hemos colocado al final. Todo es muy incierto, nadie sabe lo que va pasar ni hoy ni mañana, así es que me gusta que todo termine con este faro que nos pueda orientar y guiar».