Entrevista | Miqui Otero Escritor

«Pensar que eres especial y los demás son idiotas es reaccionario»

El autor barcelonés publica la novela Orquesta, crónica de una verbena de verano en una aldea gallega en la que la música toma el papel de principal voz narrativa. La presenta este jueves en el Centro Cultural La Malagueta, presentado por Txema Martín, a partir de las 19.00 horas

«No quería escribir desde el yo sino buscar un nosotros compuesto por personas diferentes. Hablar de uno mismo todo el rato es como estar en una bañera bebiendo en una copa el agua de la bañera», dice

Miqui Otero, en una imagen reciente.

Miqui Otero, en una imagen reciente. / MARC ASENSIO CLUPES

Rafael Tapounet

Con Orquesta, Miqui Otero deja de ser ese autor que escribe emocionantes novelas de aprendizaje ambientadas en Barcelona.

Sí, soy muy consciente de que aquí me he apartado de lo que había hecho hasta ahora. Mis tres primeras novelas (no cuento La cápsula del tiempo) las veo como tres matrioskas, de la más pequeña, Hilo musical, a la más grande, Simón; tres libros que parten de un personaje cuya historia íntima arrastra otras inquietudes, de carácter social normalmente. En Orquesta la intención era desmarcarme de eso, no hacer una muñeca más grande sino irme a una cosa muy diferente.

¿Más madura? ¿Mejor?

Bueno, la propia novela pone en duda la idea de progreso o de que todo va hacia algo mejor. En su prólogo a La casa lúgubre, Chesterton escribió que era la mejor novela de Dickens aunque tal vez no fuera su mejor libro y explicó que por muy perfecta que sea una patata madura siempre habrá quien prefiera las patatas nuevas. Esta es una novela más madura, sí, pero no sé si es mejor.

Por primera vez renuncia a tener un personaje central y reparte el protagonismo entre los miembros de una comunidad.

Antes de empezar tenía claro que no quería escribir desde el yo sino intentar buscar un nosotros compuesto por personas muy diferentes. Como decía alguien, hablar de uno mismo todo el rato es como estar metido en una bañera bebiendo en una copa el agua de la bañera. La necesidad de alejarme de eso tiene que ver también con una realidad cada vez más segregada en burbujas de todo tipo: generacionales, de clase, ideológicas… La gente piensa que habla del mundo cuando en realidad está hablando de una comunidad cada vez más pequeña. Y en esta novela tenía la ambición de romper esas pequeñas burbujas y construir una burbuja más grande. Así que me imaginé una noche de fiesta en un pueblo en la que coinciden todos esos personajes tan distintos cuya única afinidad es la vinculación, real o sentimental, con un determinado lugar geográfico.

Un lugar que es un valle gallego muy parecido a aquel del que marcharon sus padres hace 50 años para ir a Barcelona.

Tampoco está muy camuflado, ¿eh? Este se llama Valdeplata y el pueblo en el que tienen casa mis padres es Valadouro. Que mis padres emigraran hace justo 50 años, junto con la muerte reciente de varios familiares, ha hecho que piense más en de dónde vengo. También sentía que había una aceleración en la ciudad, de cosas que pasaban muy rápido y que yo no acababa de entender, y una manera de parar la cámara era llevar la historia al pueblo.

En Orquesta hay una desmitificación de esa idea de la vuelta al pueblo.

Claro, es que esa idea tiene mucho que ver con las trampas de la nostalgia. Hasta que no se invente el Delorean, la única manera que tiene la gente de creer que puede viajar a un pasado edénico es volver al pueblo. Y luego vuelve y se da cuenta de que aquello no es lo que había imaginado, porque la felicidad que persigue quizá tiene que ver con la infancia o con la juventud, pero desde luego no con el territorio. Todos los sitios y todas las épocas son más bonitos cuando los abandonas, porque no los estás sufriendo.

«El pasado o es ingenuo o es terrible», escribe en un momento de la novela. Y, sin embargo, considera que la nostalgia no tiene por qué ser algo nocivo.

La nostalgia, si la miras con malos ojos, es una gentrificación del pasado; es intentar vender como idílico algo que tal vez no era ni siquiera bueno, y eso es muy pernicioso y puede llevar a lo peor. Pero mucha gente que no tiene un futuro claro, ¿adónde puede ir si le quitas eso? ¿No puede existir una nostalgia en positivo, que cribe aquello que realmente estuvo bien? No como un ejercicio autocomplaciente, sino como una manera de no quedar atrapados en lo malo.

Miguel se pasa la novela mirando a los demás personajes, sin juzgarlos pero tratando de entender por qué hacen lo que hacen para contarlo después. ¿Es esa su manera de estar en el mundo?

Yo estoy comiendo en un sitio y no puedo dejar de mirar cómo come la gente. Y en los conciertos me interesa mucho más mirar al público que al escenario. Por eso, en la novela yo no miro a la orquesta sino a la gente que mira a la orquesta. Como escritor, miras el mundo porque lo quieres contar. Hay un afán de atrapar esos momentos que son especiales aunque quizá no lo parecen. Y con las vidas de las personas pasa un poco lo mismo: si sabes cómo mirarlas de otra manera, revelan cualidades especiales. A ver, yo no soy ningún cura, y muchas veces pienso «uf, qué chunga es la peña». Ahora bien, la reacción ante esa perplejidad puede ser de rechazo o de acercarte más a ver si lo entiendes, y a mí me sale lo segundo.

«No hay gente mala sino gente que hace cosas malas», dice uno de los personajes.

Sí, pero eso es reversible. Tampoco hay gente buena. Eso ya lo decía Aristóteles. Una persona con buenas intenciones pero increíblemente equivocada puede ser un huracán de maldad. Escribir desde la convicción de que la gente es chunga o tonta sin querer profundizar en las circunstancias que la han llevado a eso no tiene mucho valor. Las novelas te deben permitir cuestionar ese tipo de juicios. Además, si piensas que la gente es imbécil es porque estás convencido de que tú eres más listo y te mereces algo mejor. La idea de pensar que tú eres especial y los demás son idiotas es absolutamente reaccionaria. No hay nada colectivo detrás.

En cierto modo ese es el fundamento de las subculturas juveniles, ¿no?

Se basan en eso, sí. Yo no voy a renegar de la subcultura como postura de afirmación adolescente y me parece sanísimo ir diciendo a los 17 años que eres el puto amo aunque no te sientas así en absoluto. Lo preocupante es que pretendas sostener eso durante toda una vida.

Hay quien utiliza la defensa de lo común, de lo popular, como manera de estigmatizar al diferente.

Creo que mi novela se posiciona claramente contra eso. Una cosa es alejarse del cliché del autor que va gritando «qué especial y qué incomprendido soy» y otra, comprar el relato de la normalidad no problemática. A mí eso de que lo popular, lo común, es lo único valioso y que ahí no hay conflicto me parece una basura, porque no es verdad, porque en todas las comunidades hay disidencias, accidentes, gente que es diferente y que padece. Y la experiencia de esta gente es la que realmente importa y resulta interesante. ¿Qué interés tiene lo que pueda explicar desde el yo un tío heterosexual, blanco y padre de familia como yo?