Nada más empezar la carrera en China Fernando Alonso ya sabía que tenía por delante otra tarde para pilotar a la heroica. Se adelantó al apagado de las cinco luces rojas del semáforo, error impropio de un veterano, y la multa no tardó en caerle encima: castigado a transitar el callejón de los garajes mientras el resto volaba por la recta. Además estuvo el agua, una intermitente pero por momentos intensa compañía que le obligó a cambiar una y otra vez de neumáticos.

Cuando quiso darse cuenta estaba de nuevo 17º, igual que cuando en Australia se dio un golpe con Button y quedó atrapado en una montonera, relegado al final del pelotón. Si pretendía una carrera normal para aprovechar su tercer puesto en la parrilla y el magnífico ritmo del F10, el destino le había regalado todo lo contrario. Una nueva lucha contra todos, contra sí mismo y sobre un asfalto encharcado, la peor pista de baile para pelear con el cuchillo entre los dientes. El asturiano luchó como nunca para llevarse de premio un cuarto puesto, se reinventó por enésima vez. El resultado no fue tan malo después de haberse visto tan atrás y, sobre todo, para haber visitado tanto el garaje, con cinco pasadas junto a la tropa de mecánicos vestidos de rojo.

Con razón estaba enfadado el piloto al terminar. Llevaba todo el fin de semana pidiendo el asfalto seco. Y de eso nada. Los favoritos salieron no obstante con neumáticos lisos pero cuando en la segunda vuelta apareció el coche de seguridad para liberar la pista de los restos de Kobayashi, Liuzzi y Buemi, la mayoría se lanzaron a por las gomas con dibujo.

No todos, porque Rosberg, Button y Kubica apostaron por el riesgo y les salió bien la jugada. También De la Rosa pero su motor se rompió y el sueño se desvaneció. El agua se contuvo y prosperaron en la pista mientras los demás debían volver otra vez al compuesto de seco.

El galimatías dejó a Alonso perdido otra vez en el pelotón, más allá del décimo puesto y de nuevo emparentado con Massa en la carrera. Los dos Ferrari tienen imán. Da igual que les vayan bien las cosas, como en Bahrein, o que patinen, como ayer en China o hace dos semanas en Malasia. Siempre acaban encontrándose en la pista.

El baile de ayer lo resolvió Alonso por las bravas con una pasada en el carril de acceso al pit lane. El estrecho callejón de la pista de Shanghai va camino de hacerse un hueco en la historia de la F1. Allí mismo dio vida Hamilton al Mundial de 2007 cuando patinó camino de los garajes. Ayer el asturiano adelantó en un lugar imposible a Massa y puso las bases para remontar hasta la cuarta posición.

Tuvo, eso sí, la ayuda del coche de seguridad. Los valientes que habían apostado por los neumáticos de seco al inicio tenían un mundo de ventaja. Por este orden, Rosberg, Button y Kubica disfrutaban de más de 40 segundos de ventaja frente al resto. Y en estas, Jaime Alguersuari se llevó por delante a uno de los Hispania al afrontar un doblaje. Perdió el alerón delantero y algunas piezas quedaron repartidas por la pista.

Recuperación. Alonso recuperó más de un minuto. Al primer paso por meta ya con la pista libre, sólo tenía 8 segundos de retraso con el líder Button. Un instante antes el inglés dio un frenazo detrás del Mercedes plateado que los comisarios pasaron por alto. Igual que el enganchón entre Vettel y Hamilton en el pit lane. Los dos se montaron una carrera particular en las narices de los mecánicos. La cosa se arregló con una amonestación para ambos al final del día.

Button tenía en su mano una victoria que no dejó escapar. De paso amarraba el liderato. Venía por detrás Alonso dispuesto a finiquitar la remontada. Lo mismo que Hamilton. El español pasó del 14ª y el de McLaren, del sexto al segundo. Fueron los mejores, los que ofrecieron el verdadero espectáculo.

Lanzado a bordo del F10, se quitó a Webber cuando el australiano cambió los neumáticos y a Vettel.

Caían los monoplazas uno tras otro en las trampas del circuito y Petrov (Renault) perdió su lugar al pasarse de largo en una curva. Alonso ya estaba quinto y en el último cambio de gomas despachó a Kubica.

A las puertas del podio, apretó los dientes en la persecución de Rosberg. Le quitó cinco segundos. Pero cada vez era más difícil mantenerse en pie. Llega a Barcelona tercero en el Mundial, deseoso de un día con el asfalto seco para enseñar el potencial de su Ferrari.