El británico Nick Harkaway (1972) es hijo de David John Moore, más conocido en las letras británicas como John Le Carré, el padre de las novelas de espionaje, muchas de ellas excelentes.

Ignoramos si para Harkaway este parentesco es un lastre o una motivación; lo fundamental es que tiene una voz propia y diferenciada. Autor de varias novelas y un ensayo sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, la nueva editorial Armaenia, que ya editó una novela anterior, El mundo que vimos desaparecer, publica ahora Tigerman, traducida al español por el malagueño Jacinto Pariente. Se trata de un exótico divertimento, sin que ni ‘exótico’ ni ‘divertimento’ tengan connotación negativa alguna.

El exotismo viene de la mano del emplazamiento, la inventada isla de Mancreu, que como muchas pequeñas colonias y excolonias británicas se ha transformado en un imán de negocios poco recomendables. Emplazada en mitad del Mar Arábigo y en un atractivo limbo legal, sobre ella pesa la amenaza de una nube tóxica que la arrasará y que nace de su propio subsuelo. Para dejar constancia de su desaparición, el Reino Unido envía de cónsul crepuscular a un sargento veterano de Irak y Afganistán que deberá gestionar la despedida.

En cuanto al divertimento se presenta de forma sorprendente en un golpe de timón del autor. Porque lo que parecía ir en el camino de una novela clásica de decadencia y desencuentro colonial, muy próxima a El americano impasible de Graham Greene o a la trilogía malaya de Anthony Burgess, se desmelena para transformarse en una novela de avance alocado y trepidante, muy marcada por los tebeos de Marvel... y hasta aquí desvelamos la trama.

El caso es que Harkaway mete al lector en una montaña rusa de impredecible recorrido, aunque esta feria narrativa no se olvida de dos cuestiones fundamentales de la trama: la amistad y la identidad. En resumen, que el autor es mucho más que el hijo de un escritor de fama mundial.