Haz la Literatura y no la guerra. Aunque escribir requiera diferentes estrategias para vencer la batalla, el lenguaje como el mejor de las armas, que los personajes sean guerreros y de la suma de todos en el campo de combate se alce victorioso el arte del microrrelato. El género del que Ana María Shua es generala y cazadora de letras. En todas las listas de nombres que se recuerdan como bitácora, donde siempre están los que en sombras se dejan y los que se ponen en oro y plata a la cabeza, figura la escritora de Buenos Aires en catorce idiomas al frente del microrrelato en todos los frentes en los que ejecute una de sus narraciones de intenso aliento en breve, y de aparente mínimo impacto. Igual que el de una bala que dibuja un ojal preciso y pequeño en la entrada y por donde sale su trayectoria es más grande, más roja la mortal mordedura. Así podrían definirse los 131 disparos a bocajarro que son las piezas de 'La guerra' que despliega en un cuaderno siamés de Sun Tzu donde ella pregunta que si la guerra es un arte comparable a la literatura, ¿las estadísticas son el relato?, ¿las explosiones esconden el ritmo de la prosa?, ¿la muerte es poesía? Si se la compara con la música, ¿es percusión el tableteo de las ametralladoras?, ¿componen la melodía los gritos de dolor y de muerte? Si se la compara con la pintura de caballete, ¿son los generales los artistas y los soldados sus involuntarios discípulos?, ¿son las ciudades el lienzo donde se pinta la destrucción?, ¿las armas son los pinceles?, ¿los muertos son los colores? Y de paso nos recuerda que las estrategias para vencer al enemigo son leídas también por el adversario en sentido contrario al nuestro.

No hay batalla en el lenguaje con el que cuenta Ana María Shua no esté cargado con la pólvora de lo histórico, y tenga en su mecanismo la precisión de la poesía y el fulgor del fuego que es lo que deslumbra entre el ruido y la diana de la bala con la que nos ha abierto la escritura la o admirativa de la sorpresa, el frío sereno del que entiende lo que ha sucedido entre el final de la historia del microrrelato y en qué parte de su interior le ha hecho mella el rasguño de una sonrisa, el eco en estas piezas de Borges, de Italo Calvino y de Rafael Pérez Estrada en la manera de hacer que lo fantástico de una historia parezca un dato histórico o que lo histórico se transforme en una ficción. En ese propósito no yerra ninguna de las cuatro partes de este libro de horas sobre la guerra en el que vencer al enemigo desde el Homo Sapiens es el punto de sutura de las 164 páginas de espuma y metralla donde Shua narra de las batallas de luz y sombra de la Biblia; de la memoria de los espías; de los crímenes prohibidos por la Convención de La Haya; del terrorismo contra las obras de arte; de Ares en su carro de combate acompañado de su familia feroz; del acto heroico de salvar a otro, matar a un gran número de enemigos y luchar hasta la muerte; de guerras injustas, imprescindibles y las que cambian el destino de la Humanidad. De César contra los suevos, los ubios y los belóvacos; de los húsares en las puertas de Karánsebes; de la amazona sin seno y maestra certera del arco, tan distinto al Longbow que gracias a sus dos metros de alto y tensión de disparo procuró el triunfo en Azincourt; de las 147 heridas de guerra explicadas con detalle por Homero en La Ilíada. No se olvida de los jinetes de la caballería ligera en su carga hacia la muerte en Crimea ni de las ametralladoras Lewis contra veinte mil emúes. Tampoco de los animales como armamento de ataque en llamas o con bombas incendiarias bajo los tejados de madera japoneses.

Hay desolación, desgarro, pacifismo, metaliteratura, fabulación y belleza en esta guerra de cuya precisión, encantamiento y ajedrez, se sale en paz, dispuestos a que también hacer Literatura tenga que ver con hacer el amor, como Shua Tzu nos demuestra.