Eduardo Mendoza ha demostrado a lo largo de su larga carrera de escritor su enorme capacidad para entregarse y dominar con solvencia distintos géneros literarios y registros que le han retratado como un cronista cosmopolita y urbano de los distintos mundos, conocidos o no, que han configurado especialmente su Barcelona natal.

Se inició retratando con crudeza el mundo sórdido y cruel de los años del pistolerismo en la Barcelona de 1917 con 'La verdad sobre el caso Savolta'y luego salta a la parodia y la comedia ligera con 'El misterio de la cripta embrujada', a la que siguieron otras, para luego encararse con la novela social y describir de manera deslumbrante la Barcelona que surge entre las dos exposiciones universales de 1888 y 1929. En su larga crónica de relatos se puede observar la capacidad de Mendoza en la utilización de diferentes discursos y estilos narrativos, siempre con solvencia y un estilo único de escritor de raza.

Dentro de es capítulo de novelas menores o de diversión, que Mendoza siempre escribe con enorme respeto al género ligero, Seix Barral publica una edición revisada de 'Las barbas del profeta', un regalo narrativo para explicar la poderosa influencia que los textos e ilustraciones que estudió siendo niño en la asignatura de Historia Sagrada, ejercieron en su cerebro infantil y en su formación posterior como escritor.

A lo largo de veinte relatos sacados de ese libro de Historia Sagrada ­-que cualquier persona mayor de cincuenta años recordará haber estudiado-, que van desde La creación a Los Evangelios, pasando por las más reconocidos, como la muerte de Abel, la Torre de Babel, el diluvio universal o el juicio de Salomón, Mendoza revive aquellas historias que resultaban maravillosas para la imaginación de un niño, salidas de una materia excéntrica como la Historia Sagrada y que constituían «una excepción al tedioso y nada atractivo estudio de los años infantiles».

El escritor señala que no exagera al asegurar que «la Historia Sagrada que estudié en el colegio fue la primera fuente de verdadera literatura a que me vi expuesto», y que gracias a ella y a otras lecturas infantiles adquirió la fascinación por la palabra escrita y el mundo de la ficción, «que no vale confundir con fantasía».

No hay -a juicio de Mendoza- obra literaria que ofrezca tantas posibilidades de ser representada en imágenes del máximo dramatismo, como la Biblia. Y eso que la representación gráfica estaba prohibida de la manera más tajante en la Biblia. Por fortuna los cristianos decidieron aceptar la imagen y ello ha permitido la realización de las grandes pinturas y esculturas.

La escena de la Creación y la expulsión del paraíso, es para Mendoza, de una simbología contradictoria. De un lado la serpiente, un animal temible; del otro, la manzana, la más humilde y familiar de las frutas. El relato de la Torre de Babel enseña como la evolución del lenguaje y su ramificación es otro gran mito fundacional, y la forma de contarlo, unido al mayor proyecto arquitectónico jamás pensado, «es lo que hace de esta historia un relato inolvidable», que ha llegado hasta nuestros días para referirnos a la diversidad de lenguas.

Mendoza, se eleva sobre sus recuerdos infantiles y plantea con erudición cómo la historia de Sodoma y Gomorra, que Jehová destruyó lanzando llamaradas de fuego, plantea la reflexión sobre la práctica habitual de los habitantes de Sodoma, la homosexualidad, una práctica aceptada por todas las culturas de la antigüedad en Egipto, Grecia o Roma, donde era algo natural. «La aversión de Jehová por esta práctica, se hará extensiva al pueblo de Israel y posteriormente, con el cristianismo, a todo el mundo occidental, lo que constituye una autentica rareza»..

Con Jacob engañando a su hermano Esaú y a su padre Isaac para convertirse en el padre de Israel, surge el mundo de los buenos y malos; los que están del lado de Jehová y los que están en contra.

La historia de José, el que interpretaba los sueños, y sus hermanos, sería el primer relato moderno, con un héroe (José) y unos villanos (sus hermanos), con muchas y divertidas aventuras y un final feliz e inesperado.

Mendoza va relatando estas historias colosales y aportando, mas allá de su recuerdos infantiles, una erudición bíblica importante y, lo que mas nos importa, con una dosis de originalidad y entretenimiento notable y con una sobresaliente calidad literaria. Todo ello aderezado con una magnífica ambientación histórica, lo que evidencia, más allá de sus conocimientos, un riguroso trabajo de inmersión en las fuentes del cristianismo

La lectura de este volumen proporciona ese regocijo que dan los buenos libros y tiene la virtud de la frescura, del entretenimiento con hondura, aquel que deja un poso en el saber.