Nórdica Libros
Un canto de amor a los viejos cines
En un divertido libro de doce relatos, el académico Luis Mateo Díez nos entrega un rendido canto de amor a los cines, aquellas maravillosas salas donde pasábamos la vida
Hubo un tiempo en que a los cines se iba a hacer de todo. Algunos incluso veían la película. Los cines fueron el eje de la vida social durante muchos años, el lugar donde iba quien no tenía donde ir para pasar el rato, besar a la pareja o simplemente dejarse llevar por la magia de unas historias que estaban hechas para emocionar, para convertir el gris de la vida en tecnicolor.
Luis Mateo Díez pertenece a una de esas generaciones que encontraron en el cine la válvula de escape a la grisura del momento. Fue de esos que, no teniendo dónde ir, iban al cine y se tragaban lo que hubiese, acaso un programa doble con «una de guerra y otra del oeste». Y ahora ha echado mano de todos esos recuerdos, los ha pasado por su personalísima, original y festiva forma de narrar, y ha escrito un divertidísimo libro de cuentos titulado ‘El limbo de los cines’, que ha publicado Nórdica Libros en una bellísima edición ilustrada por Emilio Urberuaga.
Son en total una docena de cuentos titulados con una sola palabra que es el nombre de un cine. Los nombres son tan clásicos que cualquiera de nosotros, con la única condición de tener una cierta edad, hemos podido visitar: Crisol, Bahía, Cosmo…
Y, en las historias, Luis Mateo aborda, desde su personalísimo estilo, que incluye su particular forma de puntuación, géneros cinematográficos clásicos, como «una del espacio, una de submarinos…».
Destaca particularmente el sentido del humor surrealista que Luis Mateo despliega a lo largo del libro, como este pasaje del cuento ‘Bahía’, en la página 47: «Tita y yo tuvimos un hijo en el cine Bahía. La película que echaban se titulaba ‘El hijo de nadie’, pero nosotros reclamamos la paternidad y no hubo pegas. Fue un hijo único en lo que concierne a nuestro matrimonio, aunque yo debo reconocer que tuve otros en otras películas que no cuestionaban la paternidad, y que Tita hizo lo mismo».
Esta es también una de las constantes en los relatos, la confusión permanente entre película y realidad, entre actores y espectadores, como en la página 93, en el relato titulado ‘Caledonia’: «Todas las cintas nos gustaban, aunque en alguna echábamos en falta a los conocidos que trabajaban en ellas y que, sabiendo en la fila en la que estábamos, se dirigían a nosotros y nos saludaban con un guiño o con la mano antes de actuar».
Siempre es un acto feliz leer a Luis Mateo Díez. Su imaginación, su humor, su gran destreza literaria, hacen que lo sea. Y en este libro lo he imaginado muerto de risa mientras lo escribía.
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