«Nos acostamos con nuestros maridos pero soñamos con 95 acusados», señala pícara una de las funcionarias que tramita el «caso Malaya». Esa frase resume con certera precisión el estrés que recorre la Sección Primera de la Audiencia Provincial desde que, a finales de 2008, el instructor dio por concluida la instrucción de la macrocausa de corrupción. Ese nerviosismo contrasta con la satisfacción del presidente del tribunal, José Godino Izquierdo (La Carolina, Jaén, 1951), don José para sus colaboradores. Está exultante, sonríe con tranquilidad y su despacho registra un trasiego constante de gente, un hormigueo que se ha acentuado en los meses anteriores a que se iniciara este juicio, el más voluminoso de la historia judicial española.

Sin duda, su determinación ha sido vital para que se llevara a cabo. Lo pasó mal cuando un imputado trató de retrasar la fecha de comienzo del plenario, pero se rehizo, y, junto a sus dos compañeros de tribunal, ha logrado que arranque el plenario, lo que supone, sin duda, la gran noticia del año. «Tengo una gran satisfacción y lo que espero es poder colaborar en que se celebre un juicio justo. Quiero dejar a un lado este follón de vista mediática y juzgar de la manera más justa posible», reseña reflexivo mientras se recuesta en su silla.

«Un juez debe hablar poco y trabajar mucho», repite con fruición a quien quiera escucharle. Dos reporteros de Informe Semanal que han venido a hablar con él desde Madrid destacan su tranquilidad y la firmeza con la que habla. No para de agradecer el trabajo de su equipo, de los seis funcionarios que han sacado adelante el sumario más complicado que se recuerda en este país, una patata caliente que ni la misma Audiencia Nacional quiso para sí misma. Su amigo Javier Gómez Bermúdez, presidente de la Sala de lo Penal de ese órgano, le advirtió sobre las dificultades de celebrar un plenario de estas dimensiones. Pero finalmente lo ha conseguido.

«Si quiere esto lo exige, le da igual. A la hora de trabajar aprieta y no se queda tranquilo hasta que consigue lo que pretende. Pero en el trato es muy agradable y te hace sentir bien», explica otra de sus colaboradoras. «Es optimista y muy cercano», señala una compañera.

Tiene muchas aficiones cuyo disfrute parece complicado teniendo en cuenta que preside la Sección Primera desde hace tres años y que llegó a Málaga en 1987. Desde entonces no ha cambiado de sede judicial y quienes le conocen saben que sus ambiciones culminan con vivir el día a día.

Le gusta tocar la guitarra, colecciona soldaditos de plomo y es un apasionado de la historia, sobre todo de las monedas antiguas. Amante del vino y de la buena comida, aprecia la conversación distendida. Pero, sobre todas las cosas, es un dialogante nato que nunca trata de imponer nada, sino que busca propiciar acuerdos, consensos amplios. No duda, por ejemplo, en llamar a los abogados para escuchar directamente sus quejas o ruegos; ni ha eludido recibir a algún que otro imputado que ha ido a hablar con él. Sólo pretende hacer Justicia.

«El tiene mucha complicidad con quienes le rodean y sus amigos lo son desde hace años», recalca otro funcionario de Justicia que conoce bien su trayectoria. El año pasado no pudo acoplar su agenda para celebrar la comida de Navidad junto a sus trabajadores, así que cortó por lo sano y se los llevó a su casa: hacer equipo probablemente haya puesto el macroproceso en vías de concluir con éxito.

«Es sereno y se altera pocas veces. Sonríe con frecuencia y cualquier problema lo hace suyo, es muy empático», indica una de las empleadas. Ingresó en la carrera en el año 82, y ha pasado por multitud de destinos. «Soy juez por vocación, aunque mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo eran farmacéuticos», comenta. Dice vivir muy bien en la Costa del Sol, y, entre otras, posee la medalla de oro del Colegio de Abogados de Melilla; del Colegio de Procuradores de Málaga y del de Graduados Sociales de esta provincia. «Me siento muy orgulloso de pertenecer a estos colectivos», concluye.