Para Amelia Puga ayer fue un día especial. Cumplió 100 años «con la gran suerte de tener memoria», como ella misma lo describe. Su sorprendente lucidez no es poco, pero esta mujer es modesta y olvida que tiene mucho más que eso. Aunque las piernas no les responden todo lo que le gustaría tras haberse fracturado la cadera hace siete años, consigue caminar con la ayuda de un andador y cada mañana entra sola al cuarto de baño y de él sale «lavada, vestida y perfumada».

Así lo aseguran su nuera Pilar y su hijo José, quienes se trasladaron a vivir con Amelia desde Melilla hace nueve meses, tras sufrir una caída. Hasta ese momento, esta mujer natural de Mairena, un pueblo de la Alpujarra granadina, vivía sola. Su única ayuda eran sus vecinas y los servicios de teleasistencia y ayuda a domicilio del Ayuntamiento de Málaga, a los que conoce muy bien, pues es su usuaria de mayor edad.

Con ellos ha contactado las veces que los ha necesitado a través de un botón rojo que lleva en el cuello a modo de colgante. Un collar que le ha ayudado en las muchas caídas que ha sufrido «por haber querido hacer cosas que no debía hacer», como ella misma reconoce. La última fue hace nueve meses y, aunque el médico le mandó reposo, se empeñó en seguir con su actividad.

Y es que Amelia es todo un ejemplo de cómo los achaques son menos cuando se mantiene la mente despierta. Sin ir más lejos, cuando el lunes la llamaron desde el servicio de teleasistencia para avisarle del homenaje que recibió ayer, la pillaron en la cocina, apoyada en su andador y junto a su nuera, haciendo un bizcocho.

Una vez terminó de cocinar el dulce, prohibió a sus familiares tocarlo y lo reservó hasta ayer. Sabía que vendrían a felicitarla personalmente a su casa el concejal de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Málaga, Francisco Pomares y la directora del área, Ruth Sarabia, varias responsables del servicio de teleasistencia, así como varios medios de comunicación interesados en conocer su historia. Pensó agradecerles el gesto con un bizcocho que sabía a la ternura con la que lo cocina una abuela centenaria.

Salud de hierro

«¡Qué vergüenza todo!», exclamaba Amelia al ver el despliegue mediático e institucional que había suscitado su aniversario y que se había colado en su habitación. Sentada en un sillón junto una mesita sobre la que se apoyaban un ramo de rosas rojas y un portarretratos con fotografías en blanco y negro, restaba importancia a la hazaña de cumplir un siglo con una salud «de hierro», que más de uno quisiera para sí, y reconocía no poderse quejar. «He disfrutado tanto de la vida, he viajado mucho», decía.

Su marido, Enrique, fue agente comercial. Lo conoció en Melilla y con él se recorrió «toda Andalucía y Cataluña», algunas ciudades italianas y buena parte de Marruecos, hasta terminar en Málaga. Antes de eso, se casaron en la localidad natal de Amelia el mismo año que comenzó la Guerra Civil española. Ella aún recuerda el revuelo que su entonces prometido suscitó cuando llegó al pueblo en coche, un medio de transporte que muchos de sus habitantes veían por primera vez.

Pero Amelia sitúa su época más feliz en Tetuán, donde tenía «la mejor casa de todas» y pasó más de treinta años de su vida. Le encanta aprender cosas nuevas y allí tuvo la oportunidad de conocer otras culturas. «He ido a bodas morunas y hebreas de amigos míos que también me enseñaban a hacer dulces», recordaba. Como ven, su afición por la repostería viene de lejos.

Secreto de longevidad

Según Amelia, el secreto para ser tan longeva es «no tener mala leche y ser buena persona», pues asegura que siempre ha tratado por igual a todas las personas que ha conocido, incluso a las que han venido a limpiarle a casa o a las dos auxiliares del servicio de ayuda a domicilio que ahora vienen cada lunes para ayudarle a bañarse. «Puede que tenga genio y mal carácter, como todo el mundo, pero procuro no molestar a nadie», afirmaba.

Con esta forma de pensar, no es de extrañar que el deseo que pidió ayer al soplar una improvisada vela de cumpleaños fuera: «Que dure un poquito más, pero con memoria y sin dar mucho la lata a los demás». De momento, además del ramo de flores y la placa conmemorativa que ha recibido por parte del Ayuntamiento, el sábado le espera una sorpresa más. Su hijo y su nuera la van a llevar a comer a un restaurante junto a una treintena de amigos y familiares. Seguro que esa compañía hace que su permanente sonrisa brille aún más.