Me llamo Alonso de Ulloa y hace ya algún tiempo que solicité a mi señor, el gobernador de Málaga, me concediera una plaza fija en la ciudad, pues no son tiempos estos de ir ejerciendo mi profesión de villa en villa, con los peligros que abundan los caminos y el riesgo de ser salteado y hasta muerto, pues nosotros, los barberos cirujanos andamos siempre cargados de hierbas y sanguijuelas que con los rigores que nos da el clima, no es bueno que circulen tanto tiempo. Además, viaja conmigo mi hijo que tiene el título de médico, y apuesto que entre los dos podremos hacer mucho bien a la ciudad, curar muchos enfermos y dar un poco de paz a todos los dolorosos y hasta hacer que se mueran pronto, y así se les acaben los dolores de los males que padecen y que solo cesan el día en que el sepulturero les lleva en una caja camino del cementerio.

Andamos vagando los caminos de la provincia y se nos puede encontrar en la serranía, tan pronto en los pueblos de Ronda y a los pocos días, caminando la Axarquía en busca de dónde curar, pues si hubiera un método de guardar toda la sangre que hemos sacado para reparar los humores que pueblan los cuerpos de los enfermos, no cabría recipiente en nuestro carromato donde poder hacerlo y bueno es reconocer que siempre estaría lleno.

Mi hijo no cree que las enfermedades que nos vamos encontrando sean el castigo divino que dicen los curas, sino mas bien la causa del desequilibrio de todos los líquidos que llevamos dentro. Por eso, llegando la primavera, sangramos a todos lo que se prestan a ello, pues es en esta época cuando más sangre se produce y cuando se realzan los desequilibrios que luego traen enfermedades con ellos, y ya de lejos sabemos que sirve mucho más prevenir los males que después hacerse cargo de ellos.

Por eso, aunque nunca viene mal que los hombres de religión recen por los enfermos, nosotros pensamos que la medicina es el mejor remedio.

Mi madre, a quien Dios tenga en su Gloria y guarde muchos años para volver a vernos, fue la famosa Guiomar de Ulloa, gran entendida en hierbas y curaciones, pues grandes fueron sus méritos en arreglar enfermos y así la tuvo en tanta estima el rey don Fernando, pues la acogió en su seno y siempre viajaba con él, hasta que le dio por parirme en esta parte del reino y se murió del parto, aunque yo seguí viviendo.

Gracias a la intercesión del rey y a que la reina doña Isabel puso remedio en ello, recibí muchas leches de muchas ayas, razón por la que me llaman mil leches, aunque a mí no me agrade nada el sobrenombre impuesto. Claro que, hubiera sido peor lo contrario, pues si no hubiera mamado tanto, bien por seguro tengo que ahora mismo ya estaría muerto y nadie podría oír mi cuento.

Así que si el rey nuestro señor nos premia con un lugar para ello, mi hijo ejercerá de médico mientras yo corto barbas y pelos.

Mas creo que tendrá a bien darnos lo que pedimos, pues hace mucha falta en esta ciudad oficios como los nuestros, ya que apenas quedan barberos y puedo asegurar a quien escucharme quiera, que nadie como yo maneja el aguafuerte para blanquear dientes, ni conoce las venas del cuerpo para hacer sangrados ciertos, ni sabe poner sanguijuelas en las varices como saben hacerlo mis manos.

Además, mi hijo puede curar el Sudor Inglés, con los hierbajos que le enseñó mi madre cuando era pequeño, darle remedios al Carbunco para morirse antes, pues si cuando lo coges no te mueres el primer día, no es menester que te estés tres días muriendo y así es mejor que te quiten antes de en medio.

Así que si tienen dudas ándense con prisas en tomar decisiones, pues puede que vuelva la peste, la que trae bubones en cuello y entrepierna y si no vuelve, pues mejor para todos, pues la gran mortandad que trae ha arruinado ya muchos pueblos, mas si no los arruina la peste, hay otras enfermedades que bien podrían hacerlo, pues muchas gentes hemos visto en la comarca con bailes de San Vito, fuego de San Antón, lepra, malaria y piojos guerreros.

En menor proporción hemos encontrado también gentes con garrotillo, culebrillas, viruelas locas y peste blanca.

Y en esta Málaga tan marinera, sabemos como curar los escorbutos y hasta como no enfermarse de ellos, pues las hierbas que conocemos gracias a mi madre no son cosa de brujería, sino ciencia pura que solo unos pocos sabemos.

Por mi parte, Señor, soy bueno con las hernias y tengo un vino secreto que bien alivia la hidropesía aunque al final el enfermo se acabe también muriendo, saco muelas como nadie y si se le caen a alguien los miembros al suelo cuando el fuego de San Antón está extenso, sé manejar la mandrágora con afinado acierto.

Así que usted que es señor tan principal, hágase un favor con ello, pues tendrá usted y toda su familia para siempre un barbero, un cirujano y sobre todo un buen médico y háganoslo también en nosotros para que dejemos el polvo de los caminos y podamos establecernos, que Málaga nos necesita, hable con el Gobernador que todos saldremos ganando con ello.

Alonso de Ulloa fue hijo efectivamente de Guiomar de Ulloa, a quien en la Edad Media llegó a acusarse de brujería sin que la acusación tuviera ningún efecto. Este hombre ejerció de barbero-cirujano en Málaga en la oscuridad de esa Edad Media que ensombrecía la vida, y aunque la solicitud anterior es fabulada y nunca existió, sí existieron las enfermedades que nos cuenta y la superstición que alimentaba todo lo relativo a los males que los malagueños de aquellos tiempos venían padeciendo.

Son curiosos los nombres que designaban a las enfermedades, el garrotillo era la difteria, la peste blanca de entonces, hoy se llama tuberculosis y los piojos guerreros era realmente tifus. Otras enfermedades como el fuego de San Antón han desaparecido, aunque debió de ser terrible, se trataba de una enfermedad mortal por la que el enfermo sentía un fuego interno que le volvía literalmente loco mientras sus extremidades se le desprendían del cuerpo cayendo al suelo.

Definitivamente, vivimos mejores tiempos…