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El perfil

Cayetano Utrera: un liberal sin camisa azul

El último regidor del franquismo luchó incansablemente por la Universidad de Málaga, multiplicó el presupuesto municipal y tuvo sonoras pelas con todos los gobernadores civiles

Cuando Cayetano Utrera Ravassa llega a la alcaldía de Málaga, en 1970, lo hace al mismo tiempo un nuevo obispo, Ángel Suquía Goicoechea. Ambos se llevarán bien. Cayetano, un joven notario y registrador de la propiedad, sustituye al abogado Francisco García Grana («el mandato más brillante, sin duda»). De éste aprende a preocuparse por cuestiones sociales, sobre todo la vivienda porque Málaga ciudad es el nuevo Eldorado para miles de familias que abandonan sus pueblos.

Se necesitan 20.000 viviendas. El alcalde busca apoyo en el Gobierno pero no encuentra demasiadas puertas abiertas; quizás, el malagueño José Utrera Molina, pero poco más. Cayetano, y así me lo dijo en la primera entrevista que le hice, aprendió que tenía que librar batallas muy intensas y ganarse al pueblo de Málaga. La entrevista se hizo en un coche oficial, con los muelles rotos y algún asiento roído por los ratones, saltando hasta el techo por los baches y asustaviejas que nos encontrábamos por el camino. Le escuché una primera promesa: había que bachear algunas calles.

Pronto, la intuición y olfato político del joven notario le alerta de que se acercan tiempos nuevos. Los obreros están inquietos, sobre todo la construcción y los estudiantes se encierran, toman las calles y se concentran ante el acoso de la policía en la plaza de la Merced, todo un símbolo en aquellos años. A los pocos días de llegar a la alcaldía, los estudiantes de Económicas se montan una huelga de record Guinnes: empiezan en abril de este año y no se incorporan hasta febrero de 1971. Y llevaban razón. No tenían profesores para las clases y los pocos que había, iban y venían de Granada o Madrid. La Universidad de Málaga, en sus primeros pasos, sería como el Coto de Doñana, con profesores que aparecían y desaparecían o que era lugar de paso.

La mayor alegría. Cayetano Utrera, con el entonces también joven y apasionado político al frente de la Diputación, Francisco de la Torre Prados, encuentran una veta que explotar y con la asociación de Amigos de la Universidad, en la que participa otro inquieto ciudadano, nacido en Alhama de Granada, pero con carta de naturaleza malagueña, Andrés García Maldonado, ponen cerco al Gobierno para que a Málaga se le concediera una Universidad.

Apoyos los tienen: Federico Mayor Zaragoza, rector de Granada, y malagueños de los que tienen hilo directo con El Pardo, como son Luis Peralta España, José Utrera y en menor grado el gobernador Víctor Arroyo.

«Posiblemente -recuerda Cayetano- fueron los momentos más vivos y apasionados de mis años en la alcaldía; teníamos a todo el mundo detrás, desde la Cámara de Comercio, que presidía Ortiz Tallo, a los sindicatos, congresistas como Rafael Merino o ciudadanos normales como Andrés (García Maldonado)».

Y, también, los estudiantes y profesores del Colegio Universitario que, aunque era un «nido de rojos», según el comisario Nogales, su apoyo y radical posición en apoyo de la Universidad fue imprescindible. De aquellos años, el recuerdo de María Izquierdo, Antonio Nadal, Rafael Esparza, Paco Vázquez Sell.

El 6 de noviembre, manifestación bajo la lluvia de agradecimiento a Franco y Villar Palasí (ministro de Educación). Cayetano disfruta del momento y en el atestado balcón del Gobierno Civil, el gobernador Víctor Arroyo, se deshace en elogios a Franco. Cayetano saluda al pueblo de Málaga.

No fue todo alegría y aunque no era de su «negociado», vive intensamente, en el año 1973, la primera huelga general convocada por los trabajadores de Intelhorce, con espectacular encierro en la Catedral.

«Es la primera vez, recuerda, en que se reconoce la fuerza de Comisiones Obreras. Las tensiones sociales se palpaban en la calle pero por lo general se miraba para otro lado. No era nuestro problema porque en el Ayuntamiento estábamos enfrascados en el plan general de ordenación urbana que redactaban Ricardo Álvarez de Toledo y Eduardo Caballero».

Ramón Buxarrais sustituye a Suquía en el obispado malagueño. Los goznes de la Iglesia tradicional y los estructuras más ancladas en el pasado empiezan a chirriar. Buxarrais llega con la herencia del Concilio Vaticano II bajo el brazo y pronto se producirán los primeros encontronazos.

«Yo nunca me llevé mal con don Ramón, aunque no estuviera de acuerdo con algunas de sus homilías y menos con la actitud que adoptó sobre la Semana Santa y las cofradías. Se quiso dar a entender que las cofradías eran ricas y poderosas, desconociendo que no era oro todo lo que relucía, que se pasaban muchos apuros económicos y que gran parte de las cofradías desarrollaban intensa labor social».

Son, sin embargo, los signos de los tiempos. En el horizonte se ventean cambios y Cayetano Utrera Ravassa es criticado porque a los actos de homenaje a los caídos o a los de José Antonio Primo de Rivera, a la puerta de la Catedral, bajo el yugo y las flechas, llega con camisa blanca, cuando lo usual es ir vestido con camisa de azul obrero.

En asuntos políticos mantiene una actitud pasota y no se siente identificado con principios totalitarios. Reconoce, eso sí, que fue el último alcalde franquista de Málaga. «Lo fui por designación, pero también por elección, aunque no fuera directa; en el año 1975 y conforme a la Ley de Régimen Local, dos tercios de la corporación, o sea 14 votos, salí elegido. Con anterioridad, a algunos de mis compañeros le había manifestado mi deseo de abandonar, pero me pidieron que siguiera. La verdad es que tenía un excelente equipo».

Homenaje a Cánovas. Fue precisamente en este año cuando tiene un primer y sonoro altercado con la «autoridad competente», o sea con el gobernador. Por la corporación municipal se había aprobado colocar una estatua del ilustre malagueño en el Parque y cuando iba a dar comienzo el mismo, un universitario pretende leer un manifiesto para que pongan en libertad a los compañeros detenidos (1975 fue un año de intensa lucha universitaria) y cuando iba a mitad de la lectura le impiden seguir. «Yo le permití terminar su intervención, algo insólito entonces porque enfrentarse a un gobernador civil era insospechable; actuaban como virreyes y a fe que lo eran».

«Yo tuve muchas peleas con casi todos los gobernadores, menos con dos, Aparicio Arce y Enrique Riverola, este último un catalán que llegó a entender bien a los malagueños, pero con los demás, casi a bronca diaria, sobre todo porque pretendían una y otra vez ejercer de alcaldes, inmiscuirse en los asuntos de la ciudad; eso sí, cuando había que comerse algún marrón no era su responsabilidad. Los gobernadores tenían poderes omnímodos y por eso cuando dije que nunca sería el acólito del gobernador y que defendería la autonomía municipal aquello sentó como un tiro, sobre todo para un gobernador que llegó a creerse el rey de las Indias».

Es un problema que de alguna manera también padecía el presidente de la Diputación, Francisco de la Torre. «Me llevaba muy bien con él; un gran trabajador y un gran cabezón. Si estaba convencido de una cosa era muy difícil que cambiara. Machacón como él sólo. Nos respetábamos e hicimos algunas cosas juntas como el Colegio Universitario».

Y de aquellos convulsos años, lo sucedido con la estatua homenaje a Picasso, obra de Ortiz de Berrocal y que, después de no pocas peleas y sinsabores, malentendidos y acusaciones sin fundamento consigue que, tras una visita a su hija Paloma en París, venga a Málaga y se instale en los jardines que llevan el nombre del pintor malagueño.

Estuvo siete años y tres días como alcalde. «Salí con una mano delante y otra detrás. El alcalde tenía como gasto 10.000 pesetas al mes, ni para comprarte un traje de vez en cuando. Tenía que recibir a mis invitados, a veces alcaldes de Hispanoamérica en mi casa y la copa la pagaba yo. Eran otros tiempos y otra cosa, que no echo de menos pero que si es necesario que se entiendan que los alcaldes no éramos ni teníamos una carga política que para eso estaba el gobernador civil y el subjefe del Movimiento, con mando en plaza».

Salto presupuestario. Cuando lo designan alcalde el presupuesto era de 400 millones de pesetas y siete años más tarde, cuando deja el cargo, ya estaba en 2.500 millones de pesetas. Él cree que la Historia será benévola con su mandato, porque además de trabajar para conseguir la Universidad, recuerda el embovedado del arroyo de los Ángeles. «Los concejales le pusieron mi nombre, pero luego llegó don Pedro Aparicio y lo quitó, algo normal con los tiempos de la Transición».

Y de sus tiempos, los depósitos elevados y el túnel que llevaba el agua a Pedragalejo, la explosión demográfica en la ciudad, con barriadas que empiezan a surgir como hongos, el inicio de las obras del Perchel y «sobre todo, una ciudad que empezaba a canalizar casi todos los servicios; aquello fue como una guerra sin cuartel porque desde el Ayuntamiento obligábamos a las compañías a meter sus canalizaciones y evitar zanjas poco tiempo después».

En el año 1977, nada más anunciar Adolfo Suárez la convocatoria de elecciones, Cayetano Utrera deja la alcaldía, siendo sustituido por el primer teniente alcalde, Luis Merino y se integra en las filas de la Unión de Centro Democrático para ir como candidato al Senado. Las urnas no le fueron propicias. Volvería a ejercer su profesión como registrador de la propiedad y se entregó con más fuerza a una de sus pasiones, la cofradía de Mena. Aún sueña con ser legionario y llevar a hombros el Cristo de Mena.

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