Mi amor nació en Málaga. Mi corazón se queda en Málaga». Parece la letra de una murga, quizá incluso un himno blandengue para el estadio de fútbol, pero en realidad resulta, y con permiso de la Champions, el inicio de una estrofa infinitamente más cosmopolita. Cuarenta años después de que se pusiera de moda, su insinuación obtiene respuesta inmediata y acompasada en varias generaciones de Italia y de Brasil, donde causa un efecto equivalente a las ñoñerías del sorbito de champán y las penas de Anduriña. Desde Copacabana a Verona, decir que el amor nace en Málaga, sigue siendo mucho más que una confesión de verano; la canción, todavía hoy, se mantiene joven, con flecos de bossanova, de ensoñación redondeada.

La culpa, como casi todo lo que en Brasil tiene forma de guitarra, fue de Joao Gilberto, pero también de Fred Bongusto, que grabó originalmente la canción con el genio brasileño y se convirtió en el responsable de que los acordes no miren a una playa de Ipanema, sino a un patio de la Costa del Sol, rodeado de gitanas. Es más, mucho antes de que Gilberto remozara el tema y lo incluyera en su repertorio, el italiano, autor de la letra y de buena parte de la música, ya lo había popularizado en decenas de países.

La preferencia de Fred

Las dos versiones, la de Gilberto y la de Bongusto, parecen hoy ramas antagónicas de la misma maceta; de un lado, la brasileña, melancólica y desnuda, y, del otro, la original, con ese aura romanticoide de piano bar que tanto afectó a Europa en la prehistoria de los Beatles. Al fin y al cabo, era la época de los cantautores con mano napoleónica abandonada a la altura del pecho, de los ecos íntimos y ensimismados de Jacques Brel. Fred Bongusto también contribuyó a esa herencia en España, donde el resto de su pose se confunde con la puesta en escena de la mayoría de los intérpretes que zascandileaban en los festivales de San Remo o Benidorm.

El italiano llegó, incluso, a ganar la séptima edición del Festival del Mediterráneo, en el que participó con el nimbo recién encendido de figura internacional. Quién sabe lo que tendría en su cabeza en el momento de componer Málaga, aunque el vídeo promocional de la canción, uno de los mayores éxitos de su carrera, da una pista. Durante décadas, los italianos vieron en la televisión a Bongusto intercalado con planos de caballistas y feriantes y un locutor que interrumpía la canción para aclarar las motivaciones de la estrella: Fred, decía, no prefiere Málaga por su clima ni por sus museos, sino por su noche, su fiesta, con fama en ese momento en Europa, pese a los arrebatos de furia del dictador.

De la bossanova a la política

En esa versión primitiva de la canción, que sirvió, no obstante, para encandilar a miles de personas, Bongusto fue trampeado por el espíritu rancio de la década; la composición, asentada sobre una base pretendidamente exótica de castañuelas, comparte protagonismo en la pantalla con todo tipo de tópicos de oficina de turismo: mujeres vestidas de gitana, vistas de las plaza de toros, guitarras, rejas con filigranas y flores. Incluso hay un fragmento en el que el cantante sube una escalera y entona los versos centrales frente a un cartel de una corrida de Julio Aparicio y de Jaime Ostos. Sin duda, un cuadro de acompañamiento distinto al de su amigo Joao Gilberto, que únicamente desvela el tipismo en algunos pasajes de la letra: «Málaga, Málaga, en aquella casa del patio antiguo, cuántas dulzuras te he susurrado».

El interés del músico brasileño por las canciones de Bongusto no fue casual; ambos grabaron Málaga durante la prolongada estancia del compositor italiano en América, donde también colaboró con gigantes como Vinicius de Moraes, Jobim o Toquinho. La fama de Fred saltó también a Estados Unidos, con un proyecto dirigido por Don Costa, el productor de Sinatra. Mientras el artista alimentaba la leyenda, su canción de ecos españoles alargaba sus décadas de vida; en 1996, sin ir más lejos, formó parte del cancionero de Gilberto en su famoso concierto en Umbría, editado posteriormente. Las notas de Málaga, subidas a la carrera de ambos músicos, alcanzaron también la política italiana en los años noventa, cuando Bongusto se convirtió en concejal de Bari por el partido socialista. Un amor, el suyo, prolongado, la banda sonora de la Costa del Sol.