Ninguna ola se tragará la Catedral. Tampoco habrá cubiertas de edificios desfilando junto a las palmeras y el barro. A pesar de la animación sísmica del mar de Alborán, situado casi a los pies de su costa, Málaga nunca sufrirá un revuelo marítimo como el que en 2004 engulló parte de Tailandia. Y no precisamente por estar fuera de la línea de riesgo de los tsunamis, sino porque éstos, en el peor de los escenarios, es poco probable que alcanzaran la dimensión destructora de las grandes catástrofes.

Lo que era un discurso con base científica contra la histeria, espoleada puntualmente por el cine y los aniversarios, se ha convertido en toda una regla matemática. Un equipo de especialistas del Centro Oceanográfico de Málaga y de la UMA han acotado a través de más de 330 millones de ecuaciones los movimientos que podrían seguir los maremotos en las inmediaciones de la Costa del Sol. El modelo utilizado de ejemplo ha sido el deslizamiento de tierra producido hace más de 20.000 años en la pequeña isla de Alborán, donde un seísmo desplazó mil millones de metros cúbicos de sedimentos marítimos, el equivalente a más de 3.000 estadios del tamaño del Vicente Calderón, y provocó un violento tsunami contra las costas de Almería, Málaga y Granada.

Las conclusiones, apoyadas en los cálculos, no podrían invitar más al reposo. La Costa del Sol no está eximida del castigo del tsunami, pero su magnitud apenas daría, en su vertiente más virulenta, para inundar los primeros 400 metros de tierra inmediatamente posteriores a la orilla. «No es muy probable que afectara a los edificios; barrería, eso sí, la playa, como las grandes anegaciones por lluvia», explica Juan Tomás Vázquez, científico del Centro Oceanográfico de Málaga.

El maremoto, según el trabajo, que acaba de cristalizar en un libro, partiría de una onda inicial apabullante, de 14 metros de altura y 25 de profundidad, aunque llegaría a la costa mucho más debilitado. Si Málaga sufriera un tsunami de esta magnitud vería penetrar en tierra una ola de alrededor de 80 centímetros. Eso sí, a gran velocidad: los científicos han calculado un movimiento de propagación de entre 250 y 400 kilómetros por hora. Con la isla de Alborán como epicentro, en apenas veintidós minutos el agua se adentraría en Granada y Almería y en menos de lo que tarda el autobús número 11 en recorrer dos veces el Centro y El Palo alcanzaría Málaga. Concretamente, en 38 minutos.

Las ecuaciones científicas, no obstante, sitúan el radio de afección en la Costa del Sol entre los 200 y los 400 metros. Para conocer los puntos potencialmente más vulnerables basta con darse una vuelta en barco: el litoral occidental, obstinado temerariamente en construir cerca de la playa, es el que estaría en una situación más delicada frente a un eventual tsunami. Marbella, Torremolinos, Fuengirola o Málaga, si bien esta última ciudad cuenta con un parapeto obtenido prácticamente de chiripa. Según Jorge Macías, profesor del Departamento de Análisis Matemático de la UMA, el puerto está casualmente situado en el punto que, conforme a la simulación, deberían converger las ondas del tsunami, lo que se traduce en que si no fuera por su emplazamiento la incidencia hipotética en la ciudad sería mucho más escandalosa. «Probablemente sin el puerto un maremoto como el de que estamos hablando inundaría hasta pasada la Catedral», resalta.

La ventaja de Málaga radica, además, en que la agitación del mar de Alborán es frecuente, pero de baja magnitud, y la lámina de agua de la cuenca, más bien escasa, tampoco permite grandes efectos de vuelo, lo que minimiza el peligro de grandes tsunamis.

La investigación, que concita el esfuerzo combinado de geólogos y matemáticos, es fruto de una serie de operaciones que abruman a los no iniciados. El equipo ha resuelto millones de cálculos y se ha valido del Laboratorio de Medios Numéricos de la UMA. Con ordenadores convencionales, las ecuaciones habrían requerido alrededor de 300 días para ofrecer sus resultados.

El director del Centro Oceanográfico de Málaga, Jorge Baro, coincidió con el decano de la Facultad de Ciencias de la UMA, Francisco Palma, en destacar la utilidad del trabajo, que servirá para mejorar la prevención. «Estamos convencidos de que las matemáticas pueden aplicarse y ayudar a mejorar la vida de la sociedad», señaló Palma. Baro, que comandó junto al subdelegado del Gobierno, Jorge Hernández Mollar, la presentación del libro, ensalzó las posibilidades que entraña para el conocimiento la unión de científicos de diferentes especialidades.