«A mi padre lo han pintado todos los pintores porque tenía una cabeza muy bonita», cuenta su hijo Eduardo. Es el caso de Francisco Hernández, que lo inmortalizó de apóstol, de San Marcos, en la iglesia de San Juan Bautista de Vélez.

Y no sería la última vez porque a Francisco Jurado, con su cabeza perfecta y las barba blanca, su tocayo volvió a retratarlo de apóstol, esta vez de San Pedro y lo más curioso: como murió el primer papa, crucificado cabeza abajo.

«Es un cuadro que yo no he visto pero que se encuentra en el Vaticano», aclara Eduardo.

Pero sin duda, el cuadro que más sentimientos les despierta es el que pintó José Robles Muñoz. En el retrato se ve a su padre peinando canas y pensativo, y a gran tamaño la reproducción de una foto real de Francisco Jurado de niño, de finales de los añ0s 30 o comienzos de los 40. Aunque lo había visto antes, Eduardo Jurado se encontró con el cuadro de su padre, cuando ya había fallecido, al visitar la casa de una clienta en el Mayorazgo. «Fui a llevarle unos marcos y me lo encontré. Intenté comprarlo pero la respuesta fue bastante rotunda».