­Tras un trasplante suele haber un drama. Una tragedia. Una historia rota y una familia destrozada. También hay una familia feliz, con esperanzas. Una nueva vida. Un renacer. Son la cara y la cruz de los trasplantes, en los que en la mayoría de los casos se necesita de una persona fallecida que, en su último acto de generosidad en vida, dona sus órganos para que alguien que se encuentre en una situación de salud muy débil pueda salir adelante.

Manuela vive el drama pero sabe que cinco familias están aliviadas desde que el Jueves Santo sonó el teléfono para anunciarles que había nuevos órganos: un hígado, dos riñones, dos córneas y tejidos. Nuevas posibilidades para llenar el futuro de expectativas.

Perdió a su marido Antonio hace poco más de un mes, aún no le ha dado tiempo a asimilar su pérdida. Naturales de Córdoba decidieron visitar la Semana Santa de Málaga que tanto les gustaba y que hacía años que no veían. «Ya era tarde y estábamos cansados, acabábamos de ver a la Esperanza», cuenta la mujer con la voz quebrada. «Cogimos el autobús y él se sentó. Mientras yo pagaba el billete se levantó a decirme algo y se desplomó», se lamenta. Ambulancias, miedo e incertidumbre. Finalmente, ya en Carlos Haya, los médicos le comunicaron que había sufrido un derrame del que no se iba a recuperar y que sólo le quedaban unas horas de vida.

«Me acuerdo que les decía que eso era imposible, que mi marido no se iba a ir. Es como si me hubieran pegado un tiro», se lamenta. Antonio tenía 46 años y era pastelero de profesión. «Le encantaba hacerme postres y cocinar», recuerda con pesar Manuela, que dice que aún no sabe si aprenderá a vivir sin él.

Esta pareja cordobesa no conocía hasta la fecha a ningún enfermo crónico que requiriera de un trasplante, pero siempre había tenido claro que donarían sus órganos llegado el caso. «Salía en televisión y siempre veíamos la cara de felicidad de los receptores, cómo les brillaban los ojos. Les teníamos hasta envidia», cuenta Manuela. Por eso, cuando los médicos le plantearon la posibilidad no tuvo ninguna duda. «Y yo también lo haré», dice, abrumada por los agradecimientos, las palabras de calor y los abrazos de los asistentes al acto, lleno de trasplantados y de sus familiares.

«Necesito saber que estoy pasando por esto para que alguien viva. Ya que nosotros no podemos vivir juntos que alguien pueda vivir la vida. Teníamos muchos planes y por lo menos hay cinco familias a las que le hemos dado nuestros planes, me consuela», señala la mujer que, ya en un mar de lágrimas, asegura que Antonio era muy generoso. «Tanto que siempre le decía, Antonio hijo, un poquito de más mala leche...».