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'Pedro Aparicio, la voz de Málaga', por Juande Dios Mellado

Se hizo un silencio solo roto por las miradas y pequeños carraspeos de unos cuantos periodistas. Detrás de una mesa de formica, con voz profunda, sin alardes de ningún tipo, tal cual era el personaje, proclamó: "Ya tenemos candidato a la alcaldía de Málaga". Y con la mirada señaló a un hombre alto, delgado, con gafas de pasta, redondas y oscuras. Con pasos lentos, acompasados a su cuerpo se acercó hasta el lateral de la mesa y dijo: "soy Pedro Aparicio, médico de profesión". Carlos Sanjuán había sido quien lo había uncido, con el dedo en alto. Junto a Sanjuán, Rafael Ballesteros. Ya estaba la santa trinidad del PSOE que, dos años antes en junio de 1977, había sorprendido a moros y cristianos, a fascistas (el ciento y la madre en Málaga), de gentes de bien de derechas y hasta a unos resabiados comunistas al alzarse con una aplastante victoria en las elecciones generales. Yo estaba entre los periodistas que le formularon la primera pregunta al cirujano Pedro Aparicio: ¿qué tablas y experiencia política tiene para conquistar el Ayuntamiento? ¿Habrá frente popular si tienen que unirse las izquierdas? Pedro Aparicio, sin el engolamiento que con el tiempo echaría a su voz, pero con palabras que parecían salir de una garganta profunda, y de una forma natural, dijo que tenía la escuela socialista de su mentor y maestro en el ejercicio de la política, Gregorio Peces Barba. Cuando terminó la conferencia de prensa, Pedro se me acercó y fue directo: ¿Escribes en Cambio 16? Le dije que sí. Y añadí: también en Sol de España. Y Pedro: "Con el Opus, la falange y la derecha hemos topado". Yo añadí: "eso es lo que te vas a encontrar a partir de ahora cuando entres en campaña". De entonces nació una amistad que fue creciendo con los años lo que me permitió achacarle que en sus últimos artículos se le notara el resentimiento contra algunos de los dirigentes del PSOE a nivel nacional, una vez que lo defenestraron de las listas al Parlamento europeo.

A gorrazos Pedro Aparicio fue un candidato a la fuerza. La culpa la tuvieron los socialistas y amigos Carlos Sanjuán, Rafael Ballesteros, Enrique Linde e Hilario López Luna. Casi a gorrazos porque Pedro Aparicio lo que de verdad quería era ser catedrático en la Facultad de Medicina y a ello dedicaba la mayor parte del tiempo. Ya de alcalde lo entrevisté en varias ocasiones y siempre recordaba la Málaga que se había encontrado, rota, sin servicios, desestructurada, con barrios donde el agua se suministraba en cubas y con una parte de los funcionarios, sobre todo entre la policía local, que se habían puesto de uñas, "porque no entendían que un "rojo" pudiera ser alcalde".

Aquí estuvo la clave de su primer y segundo mandato, ganarse a los más próximos, romper el hielo y acercarse a dos pesos pesados de la política local, el irredento comunista Leopoldo del Prado y al maquiavelo y hábil manipulador de voluntades, el andalucista Rafael Cervantes.

Son muchos los recuerdos que se acumulan de este personaje que nos ha dicho adiós, entre otros sus sonadas discrepancias con Rodríguez de la Borbolla, presidente socialista de la Junta de Andalucía, pero yo quiero quedarme con sus primeros ocho años como alcalde de Málaga donde dio su dimensión real como persona y como político. Todo lo demás le sobró. Que descanse el sueño de los justos.

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