La maquinaria, un gigantesco cilindro, atravesó la plaza de la Marina en febrero de 1964 como si de un potente cohete se tratara: rodeado por decenas de curiosos y con un notable despliegue de seguridad. Era una pieza más de la fábrica de Amoniaco Español S.A., que abriría sus puertas el 27 de octubre de 1964 en la finca La Merina, frente a Intelhorce.

Las instalaciones fabricaban abonos nitrogenados sólidos y líquidos como principales productos.

Más de 60 trabajadores de la desaparecida fábrica celebraron un almuerzo el pasado viernes en el Puerto de la Torre para conmemorar los 50 años del inicio de la fábrica. Cuatro de ellos compartieron sus recuerdos con La Opinión, entre ellos Manuel Crespo, el ingeniero jefe: «Mi único mérito, si es que se puede decir alguno, es que fui la primera persona que llegó allí cuando aquello era un cortijo. Me contrató el gerente americano y tuve que empezar todas las negociaciones», recuerda.

Manuel Crespo, ingeniero jiennense que había trabajado 10 años en una fábrica de Asturias idéntica a la proyectada, era la persona adecuada para ponerla en marcha y contratar al personal. En cuanto a los inicios, cuenta que fue fruto de la gestión del ingeniero Luis Castellanos Barrenechea, «que se alió con un socio capitalista, el marqués de Casasola».

«Después de ponerse en contacto con distintas firmas de varios países -estuvieron en conversaciones con italianos, alemanes y franceses- llegaron a un acuerdo con los americanos de New Jersey, de la Standard Oil», recuerda. Como resultado, la ESSO Mediterranean Incoporated, filial de la Standard Oil, se hizo con el 75% del capital.

Manuel Crespo se incorporó al proyecto en el otoño de 1962, dos años antes de la apertura oficial. «La primera oficina de Amoniaco estaba en el hotel Lis de la calle Córdoba, en la primera planta. Mandé que quitaran un dormitorio y que pusieran una mesa de despacho. El gerente estaba instalado en un hotelito enfrente del aeropuerto (El Rompedizo)».

El ingeniero jefe reclutó personal de Asturias y de otros centros como Nitratos de Castilla y en Pedregalejo, un antiguo hotelito se transformó en escuela para formar a los trabajadores.

«La última cifra de la plantilla era de 403 trabajadores aunque con subcontratos sobre 550», explica José Antonio Becerra, de 71 años, que se incorporó a la fábrica en 1974, con su ampliación, y si no pudo antes fue porque no había hecho la mili, cuenta.

Sí se incorporó en los inicios de la fábrica y con sólo 22 años pero ya con el servicio militar cumplid Manuel Rodríguez Llanera. Para este malagueño que hoy tiene 72 años la fábrica le cambió la vida para siempre y le amplió los horizontes: «Yo venía del campo, mi padre era el encargado de una finca de los condes de Domecq en Pizarra, entré en esa fábrica de peón y llegué a conseguir 12 puestos de trabajo en la empresa. Para mí ha sido lo que me ha hecho como persona, como poder saber algo, no mucho pero a un nivel que me puedo defender en electricidad, en mecánica, en electrónica, en todo».

Eduardo Tornés, el cuarto antiguo empleado, cuenta que llegó «de los primeros porque pertenecía a una empresa de Sabiñánigo, Huesca y ahí hacíamos amoniaco, por eso vine como especialista».

Como destacan, el capital americano de la fábrica, que se mantuvo hasta 1970 aproximadamente, cuando se dio paso a la Cros, permitió que fuera una de las fábricas más modernas de España pero también de las más seguras. De hecho en los archivos fotográficos de Eduardo Tornés hay instantáneas en las que se celebraban los 500 días sin ningún accidente laboral. «Los americanos introdujeron técnicas que eran desconocidas aquí, creo que fuimos los primeros que introdujimos el casco», cuenta Manuel Crespo.

A este respecto, Manuel Rodríguez Llanera pone un ejemplo: «Si yo quería ir a ese monitor y necesitaba un instrumental, unas prendas de protección, esas las tenía», al tiempo que resalta: «He tenido unos jefes maravillosos. En lo que a mí me concierne eran fabulosos y había muy buen ambiente, muy familiar».

La nafta

Como destaca el libro de historia Málaga Tecnológica (2012) de Elías de Mateo y Víctor Heredia, la del Amoniaco fue la primera fábrica de España en transformar la nafta para producir hidrógeno que posibilita la obtención del nitrógeno directamente del aire para la síntesis del amoniaco.

«En aquellos tiempos lo que sobraba era la nafta, las gasolinas antes de depurar, porque el mayor consumidor del mundo era de fuel oil, los productos pesados, y estaba muy barata: valía una peseta el kilo pero luego se fue encareciendo y por otro lado empezó a aumentar el parque automovilístico y llegó un momento en que ya no interesaba trabajar en eso y llegamos a traer el amoniaco de fuera en lugar de hacerlo aquí», precisa el antiguo ingeniero jefe de la fábrica.

La del Amoniaco fue una de las primeras de España en fabricar abonos líquidos y como recuerda Eduardo Tornés, «hubo una época en la que tenía un movimiento espectacular de entrada y salida de materiales de hasta mil toneladas diarias». En este sentido, también destaca que la fábrica contaba con su propio ramal de tren y con un pantalán y conducto «del puerto al Amoniaco» para que los barcos pudieran descargar. Y no hay que olvidar los camiones con caliza (la fábrica hacía nitrato amónico cálcico empleando caliza aunque luego se sustituyó por dolomita, otro tipo de mineral).

«Que yo sepa era la única fábrica en la que entraba el tren», dice José Antonio Becerra, mientras que Manuel Rodríguez Llanera evoca los tiempos en los que entraban seis cisternas diarias de ácido sulfúrico «del 98 por ciento de concentración», que él mismo descargaba.

Precisamente, Manuel Rodríguez Llanera cuenta que fue «el último que salió de la fábrica porque quedó un pequeño retén de tres personas y me dijeron que me tenía que quedar. Estuve hasta que todo terminó».

La del Amoniaco se desmanteló, de Málaga desapareció ese hilo de humo amarillo que tantos malagueños recuerdan y en palabras de estos cuatro extrabajadores, «una fábrica ejemplar».

Desde ese final en 1990, los antiguos empleados de la fábrica de Amoniaco no han dejado de reunirse y recordar los 26 años de trabajo en común de muchos de ellos. Las fotografías de esos tiempos, cuenta Eduardo Tornés, han sido donadas al Archivo Histórico Provincial. Otra muestra más de una industria que se adelantó a su tiempo.