­A Fernando Vallespín hay pocos que pueden aventajarle en influencia. En la década de los noventa, se decía en Madrid que el PSOE, y hasta el PP, estaba hecho con las ideas que él y Peces Barba tiraban a la papelera después de leer a Schumpeter y a Habermas. Respetado por izquierdistas y conservadores, el catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid sigue pensando en la política en un momento en que la política apenas piensa en sí misma, entregada sin rubor al flirteo de pasillo y a las urgencias. Ayer inauguró en La Térmica el segundo asalto del ciclo Aula de Pensamiento Político, dirigido por Manuel Arias Maldonado.

En los últimos años la política no sólo parece haber perdido prestigio, sino también capacidad de mando. ¿Dónde reside realmente el poder? ¿En los bancos? ¿En la calle?

Ésa es una pregunta muy compleja. Tanto que la respuesta no se puede limitar a sancionar la capacidad casi de ser divino y omnipotente que tiene el poder financiero. Está también el poder político, con los grandes estados, y al mismo tiempo el que se deriva de la tecnología, que plantea toda una revolución en lo individual y consecuentemente también en la convivencia y en las formas de representación política.

¿Qué consecuencias puede tener la disgregación? ¿Cómo casa eso con los ideales de la democracia?

El hecho de que el poder no esté concentrado en una sola instancia basta por sí sólo para que se cuestione el proceso democrático, que va asociado a la soberanía y a la facultad de decidir el propio destino, cosa que hoy no se puede hacer ni en Estados Unidos. Hay una recomposición del binomio tradicional dominante-dominado. Quien gobierna no tiene por qué coincidir con quien tiene la capacidad de mandar. Es una situación nueva, que está generando nuevos temores. De ahí la vuelta a las ideas populistas que reivindican regresar al Estado en tanto que garante de la protección del mundo social.

En España se asiste a una preocupación por la política cada vez más acentuada. ¿Avanzamos hacia un modelo forzosamente más participativo o el interés se disipará con la crisis?

En todas las sociedades se produce un fenómeno pendular respecto al interés y la participación; hay periodos de hiperactivismo, pero, en general, son ciclos. La novedad ahora tiene que ver con las redes sociales, que han arrebatado la autoridad a los medios tradicionales, que antes marcaban la agenda. Vamos a una política más participativa, pero no debemos olvidar que la red también genera élites, de manera que nos podemos encontrar con activistas empoderados, que a diferencia de los políticos del sistema representativo no rindan cuentas y adquieran mucho poder y sean los que toman las decisiones.

¿En qué medida puede influir el paradigma tecnológico en el sistema tradicional de la política? ¿Veremos votaciones de leyes por twitter?

Los nuevos sistemas de interlocución social afectan a la base del propio sistema representativo en la medida que éste se basa en la imposibilidad de los representados de estar presentes en los centros de decisión. Ahora, con las redes, sí pueden estarlo y eso abre las puertas a un mundo nuevo, del que tan sólo podemos especular. Hay una revolución en marcha y para hacerle frente ya no nos sirven los referentes tradicionales. Ni Marx, ni Keynes, ni los grandes constitucionalistas.

En la Europa meridional el desencanto hacia la política se ha generalizado. ¿Será posible restaurar la confianza o estamos, por contra, frente a una fractura irreversible?

En esa situación también resulta determinante el cambio tecnológico. Las redes han traído más transparencia y la transparencia impide la confianza, que siempre se ha apoyado en la noción de desconocer lo que se hace. Se habla de la confianza como uno de los elementos que dotaba de legitimidad a los sistemas políticos contemporáneos, pero creo que eso ha pasado a mejor vida. Las nuevas tecnologías han roto la distancia. Y eso rompe el aura y la autoridad. También se ve en las aulas.

Las encuestas vaticinan toda una revolución electoral. ¿Es el fin del bipartidismo?

Sí. Rotundamente. Sobre todo, en lo que respecta a las autonómicas y las municipales. Para las generales no estoy tan convencido, porque todo dependerá de las alianzas que se establezcan en las primeras. La política de pactos, la asociación contra natura puede llevar al votante a cambiar de dirección. En cualquier caso, el bipartidismo tal y como lo conocemos, con más del ochenta por ciento de los escaños, ha pasado a la historia. Ya ha ocurrido en países como Alemania, donde sólo pueden funcionar las grandes coaliciones. Se ha roto con la identificación mayoritaria hacia los grandes partidos.

Europa se encuentra últimamente en una encrucijada. ¿Existen alternativas a la política económica de los estados del norte?

El problema es que Europa es el problema y la solución a la vez. El problema porque el relato europeo se ha hecho añicos. La cesión de soberanía no se está viendo correspondida con una orientación de vocación y destino conjunto; los acreedores mandan y los deudores obedecen.

¿Qué efectos puede tener el pulso de Grecia para la economía del continente?

Es un asunto complejo. Por un lado, existe un problema humanitario que hay que resolver, pero, por el otro, se está dando un incumplimiento sistemático de las reglas, y eso puede ser peligroso. Es una prueba de fuego para Europa. Si sale airosa, lo hará más fuerte, pero si fracasa se acabará el proyecto. Será otra cosa, quizá más cercana al modelo que reivindica Gran Bretaña. Es una cuestión que hay que analizar de manera poco apasionada, sin el reparto de roles que suele darse en el sur, donde Merkel es la mala y Varoufakis el bueno.

¿Habrá efecto contagio?

Una de las claves precisamente es gestionar las interdependencias. La salida de Grecia sería la salida del proyecto europeo. Por fortuna, no es una situación equivalente a la de España.