­Su marido, Manuel Agustín Heredia, acababa de morir. Según las crónicas de la época, menos paternalistas que las actuales, se había suicidado en una cacería, inaugurando con letras capitulares una serie de infortunios familiares previos al naufragio que también incluyeron otra desgracia mayúscula: la muerte, en una operación, del hijo pequeño del matrimonio. A pesar de su inmensa y redondeada fortuna, Trinidad Grund, no atravesaba, ni mucho menos, su mejor momento cuando dedicó embarcarse, junto a sus hijas y buena parte de su familia política, en el Miño. Quizá con el propósito justificadísimo de afinar de nuevo sus nervios y orearse en la feria de Sevilla, después de tanta compunción.

Transida y todavía levemente conmocionada, Trinidad Grund subió a bordo con la esperanza de empezar a recomponer su vida. Pero pronto le acecharon con violencia unas cartas que parecían minuciosamente ennegrecidas para ella y para su familia. En el naufragio perdió, entre otros, a tres sobrinos, uno de ellos recién llegado de Inglaterra, paradójicamente campeón de natación. Y, sobre todo, a sus dos hijas, María Isabel y Manuela, a las que trató de salvar hasta quedar inconsciente, golpeada en la cabeza por un banco de madera, protegida de las aguas por su vestido, que quedó milagrosamente enredado en uno de los cascotes.

La cineasta Isabel Sánchez, que, con asesoramiento de Nerea, investigó la vida de la viuda de Heredia, destaca su fortaleza, apoyada siempre en un catolicismo inconmovible. En lugar de derrumbarse, Trinidad Grund, que había despreciado incluso los favores de Isabel II para defender al Papa, aceptó con fiereza su destino, hasta el punto de sacudirse el papel pasivo de la época y convertirse en una mujer de arrojo y determinación. Sánchez rechaza que después del naufragio Trinidad se convirtiera, como han querido hacer ver en muchos escritos, en un ángel de la beneficencia. Hacía donaciones, aunque no más que las que les correspondían a herederas de su rango y posición. En cambio, sí fue única y pionera en el ámbito empresarial: Grund se adelantó al turismo de masas en Carratraca, cobrando entrada por primera vez para una cueva e inventándose un destino que acabó por convertirse en peregrinaje obligado de la nobleza. Filosofía desparramada hacia adelante. Pese a la cruz del Miño, que nunca llegaría a olvidar.