Mucho De la Torre, poco PP. Por más que el oficialismo se empeñe en enmascararlo, a veces con éxtasis ectoplasmático incluido y venido de Madrid, la consigna para estas elecciones es clara y pasa irremisiblemente por reducir el partido, desgastado por la corrupción y por los aires de cambio, a su mínima expresión. Del marbete de la gaviota y la tabarra omnipresente de Carlos Jean, tachán, tachán, cantaban los niños de Cerrado de Calderón, se ha pasado, en lo que parece ser un anticipo de la tónica de campaña, a escenarios austeros y casi libres de marca. Y más en ciudades como Málaga, donde el candidato, conocido por su fobia ancestral hacia las ceremonias orgánicas, ocupa y personaliza todo el trabajo y todo el espectro del reclamo, incluido en las capitulares de los eslóganes, coronadas por lo que un concejal definió como «su silueta muy característica». Un elogio, lo de «característico», que en cualquier casa de vecino sería merecedor de un azote, pero que es extrañamente entendido como piropo en el PP.

Fiel a la conjura interna y a sí mismo, De la Torre se presentó sin cháchara ambarina ni sintonía de partido, como uno de esos personajes de teleserie blanca y española que coquetean con la política bajo siglas difuminadas, en una España que en la ficción sigue siendo España, pero con colorados y verdes y sin PSOE, al estilo del Paraguay. El alcalde está cómodo y brioso en ese traje personalista, hasta el punto de aceptar lo que los aprendices de Arriola tengan a bien ponerle de decoración. La de ayer fue casi de órdago, con un escenario en el que sólo faltó un mapamundi sonriente para parecerse a un anuncio de Unicef.

Tienen las campañas electorales el vicio irrenunciable de la cursilería y de la evidencia. Desde que al asesor de Felipe González se le ocurrió en los ochenta explotar el supuesto parecido del expresidente con Indiana Jones, el látigo de los gurús de la mercadotecnia resuena por todas partes. Y en el caso de De la Torre sin ningún tipo de disimulo: elecciones tras elecciones el equipo se entrega a la tarea de entregar al mundo a un alcalde más joven, en un frenético viaje a la semilla que amenaza con dejarle en chándal y con melena rubia allá por 2036.

A De la Torre, al menos, hay que concederle el mérito de ser una de las pocas personas de este mundo capaz de insertar en la misma frase un campo de petanca y un skate park sin que parezca una confrontación tardofranquista entre Manolo Escobar y las chicas yeyé; en eso, el alcalde, es irreductible. Habla siempre mucho y de lo mismo, sin renunciar a ningún posible caladero de votos y volviendo una y otra vez, con dardo envenenado para la Junta, a la descentralización. Sus fieles no le abandonan. Incluso, cuando el partido les pone en la tesitura vocálica y gallarda de gritar ´Paco Sí´, que en Francia sería el equivalente a llamar al novio de Carla Bruni a la hora de los crepes.

A De la Torre lo jaspearon ayer con todo tipo de morisquetas y panegíricos. Algunos, en vídeo, de una factura épica que hace añorar los tiempos en los que todavía no se había estrenado para todos los públicos Rocky IV y, sobre todo, Amelie. Viéndole en la pantalla del Palacio de Ferias conversar con su peluquero, con el piano desbocado e histriónico, daban ganas de salir a la calle a hacer el mono de Kubrick y arrancar de un promontorio la espada Excálibur.

El alcalde, en cualquier caso, no fue el único que se llevó los elogios del coro de simpatizantes -colectivos, les dicen el Ayuntamiento-Juanma Moreno también fue jaleado. Cuando aludió a su lucha por conquistar la Junta, alguien bramó aquello de «sí se puede». Y hubo tensión en silencio por si a alguien se le ocurría elevar la apuesta y aparecía el diablo, que, como todos saben en el partido, habita agazapado y con coleta en la primera persona del plural.

El alcalde, sin duda, va a tener que sacar músculo y, sobre todo, gemelo. Hacer lo que siempre hace. Multiplicar las fotos y los saludos en una campaña hecha más que nunca para el cuerpo a cuerpo, con el PP en remoto y en diferido, con complejo de Cospedal.